No por obvio, muy cierto, la Argentina está determinada por una profunda crisis, que en líneas generales podría describirse como la concentración del poder económico en un núcleo acotado de grandes agentes y la consiguiente y alarmante tasa de desempleo y subempleo, enormes niveles de pobreza e indigencia -precarización del mercado laboral- bajísimos índices en la educación y la expulsión de cantidad de niños que fueron quedando desplazados; los estremecedores niveles de inseguridad, la deuda externa y la ya naturalizada crisis de representatividad de los partidos políticos que erosiono la confianza y la ruptura de la solidaridad en nuestra sociedad.
El intento de ampliar la dimensión social de la política representa el fracaso de construcción de un estado que articule lo social y económico dando respuesta a los ya excluidos de esas dos dimensiones. Hoy sin dudas, los síntomas de fragmentación política delatan la grieta en los muros del estado y concretamente con el avance del narcotráfico y lo que este flagelo conlleva. Cómo encontrar entonces nuevas formas de convivencia política, las que deseamos, así como valores que deben predominar en la sociedad. A pesar ello aparecen discursos emancipadores desde las series de televisión, desde las películas, desde la música y desde el arte en general, que suelen ser más comprensivas que la política misma, generando conciencia de pertenencia.
A modo de torbellino de ideas y jugando en paralelo con la política, se acerca a nosotros el recuero del último campeonato mundial de futbol. La exaltante alegría que derramo en casi toda la sociedad, dejando como aprendizaje que la nueva política futbolística deja además la enseñanza, que la mesura, el bajo perfil y el trabajo duro, dan sus frutos. Recordemos que nuestro ultimo ídolo futbolístico argentino dejó un sabor amargo cuando se fueron conociendo sus intimidades. Surge así un nuevo ídolo que contraposición al anterior rescata la humildad y el esfuerzo, proyectándose a todo un grupo con un llamado a la no exaltación del éxito por si solo.
En este contexto surge un interrogante: cómo construir un orden político, cuando todos los órdenes de la existencia nacional están en crisis, cuando algunos exigen la perpetuación de lo existente, otros reivindican transformaciones globales y otros postular rupturas pactadas. Probablemente la respuesta debe buscarse fuera de la estructura económica, y quizás sean los intelectuales quienes deben generar, desde lo político, un nuevo proyecto, una “nueva utopía”, entendida esta última como la aspiración a un Estado perfecto (político y también moral), en el que todos los valores sean realizables sin contradicción, en el que el ser y el deber ser de las cosas coincidan por fin y para siempre. Apostando a refundar un nuevo acuerdo tomando como recurso la identidad y el sentimiento, sin caer en la idea de retomar a un pasado heroico que ciertamente no tuvimos.
La intelectualidad por si sola no va a dar la respuesta pero ayuda a repensar categorías de análisis para resolver una coyuntura que debe superarse apostando a algo nuevo inevitablemente. Recorrer la historia da lugar a nuevas interpretaciones y nuevas discusiones como alternativa a reconstruir diálogos basados en el consenso, a modo de frente monolítico de entusiasmo, y de esa forma alejarnos del derrotismo y de los agoreros de siempre. Solo así, será posible ir hacia adelante.
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