Inmensa, con más de 3.5 millones de habitantes, de los cuales casi la mitad dejó sus hogares. Todo es barricadas, soldados y miembros de la resistencia. Policías y civiles que se unieron a las fuerzas ucranianas.
“Slava Ukraini”, Gloria a Ucrania, el golpe de puño en el corazón es el permiso para seguir circulando. Una joven con un perro labrador es lo único que se distingue en la soledad de la mañana. Un par de soldados autorizan al cronista a filmar el lugar destruido, con la más absoluta restricción de no filmarlos, o fotografiarlos a ellos.
Piden el celular, que los desbloqueen, quieren ver videos y fotos y que no haya cara de soldados. Suena la sirena de fondo, difícil narrar lo que se siente. Confunde, aturde, nos invade, nos rodea. Es inútil dirigir la mirada hacia algún lugar que nos resulte claro. Debe ser miedo, se escuchan bombas. Nada se asoma por las ventanas porque además de cerrarlas las bloquean desde el interior
Los -4 grados de la mañana y la neblina que no permite que el sol caliente, son el complemento justo de la desolación. La resistencia se mantiene firme, la amenaza, también, una ciudad (Kiev) bellísima en su moderna estructura perfectamente combinada con el barroco de otras era convertida en la antesala del infierno.
Vuelve la sirena, le siguen los bombardeos, algunos caminan indiferentes, el paso de tanques y vehículos de guerra hacen temblar el piso. Es la guerra, una cruel película convertida en realidad.
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