Llega “Perros del Viento” la historia que dirige Hugo Grosso rodada íntegramente en Rosario. “Cuando la miro” de y con Julio Chávez, Julia Roberts y George Clooney con “Pasaje al paraíso”, el documental sobre David Bowie de Brett Morgen “Moonage Daydream”, una de terror llamada “Bárbaro”, el drama bélico “La conferencia”, la animada “Reino de terracota”, más “Emergencia en el aire” y “El castigo”, son todos los estrenos que aterrizan este jueves 15 de septiembre. Como siempre una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine.
“Perros del viento”
Desde hace ya varios años se produce en la ciudad un extraño fenómeno que pareciera no tener explicación. Los perros sin ningún motivo aparente se arrojan al vacío, desde los 10 metros de altura que posee la explanada del Parque España, encontrando así una muerte casi segura. En éste sentido, el director parte de este hecho real para narrar la historia de Ariel (Luis Machín). Un hombre que abandonó Rosario, lugar que lo vio crecer, luego de un desengaño amoroso. Ahora, instalado en España y en pareja, produce un programa transmedia desde Madrid enfocado en la vida animal, en el cual por medio de las redes sociales facilitan la interacción con el público haciéndolos partícipes.
Después de diez años y al enterarse de dicho fenómeno por medio de un mensaje enviado por una persona de su ciudad natal, toma la decisión de volver para investigar el curioso comportamiento de los perros. Aunque quizás la idea de estudiar el caso sea tan solo una excusa para reencontrarse con los fantasmas del pasado que lo persiguen aún en el presente.
Cabe destacar, el excelente inicio del film, que mediante un inteligente montaje expone rápidamente la “espacialidad” donde sucede el extraño caso convertido en mito urbano. Esas primeras escenas, acompañadas del sonido ambiente, con diversas tomas y de ángulos variados retratan el sitio llamado Parque España. Además, se puede observar algún que otro perro que correteando por allí, genera cierta tensión, al acercarse al borde de la explanada. Es así, que en tan solo pocos minutos se introduce al espectador de forma inmediata en tiempo y espacio.
En ese marco, la película se dispone luego a presentar al protagonista, un personaje que transmite una clara insatisfacción con respecto a su vida personal y que como ese impulso que los canes sienten antes de saltar, se arroja en busca de un tiempo que ya quedó atrás, como si allí pudiera encontrar una solución a su presente confuso.
Así, Ariel se irá reencontrando con aquel lugar y aquellas personas que lo marcaron en su juventud. Mientras realiza entrevistas para su programa, se cruza con Laura (Gilda Scarpetta) su gran amor, un querido amigo José María (Roberto Suárez) y una tía solitaria (Marta Lubos). Encuentros que inevitablemente sacaran a la luz sentimientos y emociones que nadie podrá disimular. Asimismo, el espectador transita este camino junto al protagonista, reflexionando con él y buscando comprender finalmente, el porque de ciertos comportamientos humanos y la aparición de incontrolables impulsos, que surgen como una semejanza a aquellos perros que reaccionan inesperadamente saltando al vacío. Se ve en el Hoyts.
“Cuando la miro”
Hace un buen tiempo que la industria audiovisual argentina, al igual que lo que ocurre en gran parte del mundo, entrega no menos de una decena de documentales familiares por año, es decir, películas en las que su responsable indaga en la historia de su árbol genealógico para intentar iluminar aspectos desconocidos de un pasado cuyos ecos se prologan hasta el presente. Hay “descubrimientos” de todo tipo, desde abuelos de filiación nazi/franquista y abuelas con una vida limitada por los mandatos de la época, hasta padres con identidades muy distintas a las que su imagen pública hacía suponer y madres con una amplia trayectoria en la militancia durante la década de 1970. En esa corriente artística se inscribe la película “dentro” de la película que marca el debut en la realización de largometrajes del hasta ahora actor Julio Chávez, quien se pone en la piel de un artista plástico con una vida apacible que un buen día, buscando conectarse con una madre distante y enigmática (Marilú Marini), empieza a entrevistarla y a registrar sus dichos.
Si la cámara opera como ariete para destruir barreras y allanar el terreno para el sinceramiento y la honestidad muchas veces brutal, la cuestión a dilucidar es qué lugar le cabe al espectador en todo este asunto. ¿Testigo de una sesión de una psicología conjunta? ¿Oyente de intimidades que dejan de serlo? ¿Observador de cómo un hijo intenta comprender los pliegues emocionales de una mujer por momentos inescrutable, no sin antes cobrarse varias facturas pendientes? Lo cierto es que esa meta película no tiene mayor interés para alguien ajeno a ese círculo íntimo: si los buenos documentales familiares parten de lo particular para ir hacia lo universal, el que filma Javier (Chávez) no hace más que morderse la cola girando sobre su propio eje.
Distinto es el caso del relato que enmarca la aventura audiovisual de Javier y el lugar donde anida el auténtico núcleo emotivo de Cuando la miro. Bien lo dice el psicólogo ante un Javier quebrado luego de que la mujer le asegurara que le preguntaba a su hermana cómo bañar a los bebés porque nunca había pensado en ser madre: no importa tanto lo que ella diga sino qué le pasa a él con todo eso que ella dice.
Y lo que le pasa tiene que ver con un sinfín de preguntas sin respuestas, con las dificultades de aceptar que quizás esas largas secciones de preguntas y respuestas sobre temas varios (la infancia lujosa y con criadas de ella, la relación con sus hijos y el padre de ellos, la homosexualidad de Javier, la vida amorosa y sexual de la mujer) sean insuficientes para aprehenderla en su total dimensión, una sensación que un Chávez habituado al trazo grueso televisivo (ver El Tigre Verón) transmite a través de gestos contenidos y una mirada con partes iguales de cariño hacia ella y tristeza ante la certeza de que algo se pierde. Una pérdida que llegará sobre el final del metraje, en uno de los desenlaces más out of contextdel año. En el Showcase, en el Hoyts y en el Monumental.
“Pasaje al paraíso”
La idea que impulsa a la película es bastante clara: juntar a dos de las pocas estrellas que quedan en Hollywood, filmar los paisajes de Bali y celebrar algunos chistes que hilvanen ese viaje en el que una pareja que se ama, se casa, y una ex pareja que se odia, se reencuentra. La idea no es original pero a priori alimenta serias expectativas, tan serias como la necesidad de reafirmar el cine mainstream -en esta etapa de crisis- en sus probadas fórmulas, sus inagotables éxitos y el carisma de sus estandartes. Así lo demostró Tom Cruise cuando trajo al presente a Top Gun, un título arrumbado en los anaqueles de los 80, y convirtió a su secuela en el mayor éxito de taquilla de los últimos tiempos, fuera de las franquicias y los superhéroes. Pero a Pasaje al paraíso no le alcanza para tanto: las buenas intenciones de sus artífices, la química de Julia Roberts y George Clooney y los paisajes de Bali no reemplazan el arte de hacer una gran comedia.
Ol Parker había demostrado su interés en el género en una pequeña opera prima de mediados de los años 2000 protagonizada por Piper Perabo y Lena Headey: Imagine Me & You. Era una comedia romántica al estilo de las de los 90, con bastante del espíritu de Un lugar llamado Notting Hill, con chistes de padres despistados, flechazos en la iglesia, malos entendidos y un final a las corridas en un embotellamiento. El detalle distintivo era que las enamoradas fueran dos chicas. Pero el ingenio y la pericia Parker parece haberse dispersado desde ese debut, y en su posterior filmografía asoma apenas con glamour la secuela de Mamma mía! –con menos Meryl Streep y más Lily James-, sostenida en una excusión a tierras pintorescas, los conflictos generacionales entre padres e hijos, y por supuesto el fondo del cancionero de ABBA que todavía quedaba invicto.
Pasaje al paraíso recicla muchas de esas ideas, y no se permite más que actualizar la fórmula de la screwball comedy sin demasiada astucia más allá del gesto de planear sobre su superficie. Y dentro de esa tradición de comedia “alocada” escoge la versión del rematrimonio, aquella en la que una pareja casada y divorciada redescubre su amor luego de volver a pasar tiempo juntos.
En los años 30, las screwball reflexionaron sobre el matrimonio en esa tensión entre el deseo y el deber, ofrecieron diálogos ingeniosos y con doble sentido, excursiones al peligro y el absurdo, amantes que pasaban del odio a la pasión. Lo hicieron con inteligencia y humor, de la mano de directores como Howard Hawks o George Cukor; afirmaron en ese género las mejores películas de un cine que se hacía adulto. Pasaje al paraíso sigue los pasos de esa memoria pero con menos convicción que comodidad y su mayor mérito consiste en explotar la química y el humor que Roberts y Clooney despliegan a través de la pantalla.
En un breve prólogo, y con la noticia de la inminente graduación de su única hija Lily (Kaitlyn Dever) como excusa, Georgia (Roberts) y David (Clooney) exponen ante sus ocasionales interlocutores una breve historia de sus vidas. Se casaron hace 25 años, se divorciaron con solo cinco de matrimonio, ahora se detestan y solo se toleran en nombre de cierta civilidad.
Sus ocasionales encuentros son siempre intervenidos por miradas suspicaces, comentarios hirientes, reproches velados. Concluida la ceremonia de graduación y arrojados los birretes, Lily emprende un viaje de vacaciones hacia Bali junto a su mejor amiga Wren (Billie Lourd). Pasados los primeros días en la playa, asistimos al flechazo de Lily con un lugareño y al repentino anuncio de una boda isleña con toda la familia del novio, Gede (Maxime Bouttier), en la paradisiaca Polinesia. He aquí el disparador de la comedia: Georgia y David se odian pero deben unir fuerzas para boicotear el casamiento y traer de nuevo a Lily a los Estados Unidos y, por supuesto, a la sensatez de una vida civilizada sin tanto sol ni algas.
Lo que anima el relato es la obligada convivencia entre los viejos enemigos –convertidos ahora en aliados- y los habitantes de Bali, generosos en sonrisas y tradiciones, excursiones a lugares de ensueño, fiestas con alcohol y música disco. Hay escenas divertidas –como el concurso de beerpong con música vintage- y algunos chistes previsibles (los de reiteradas traducciones).
Clooney funciona como un dispenser de one liners algo oxidado pero entregado a la diversión y Roberts construye la comedia con su presencia, con aquel oficio que forjó su nombre. Quizás a la película le falta esa malicia que esgrimió la mirada del australiano P. J. Hogan en La boda de mi mejor amigo a la hora de pensar el género desde la perspectiva de los villanos. Georgia y David afilan sus colmillos pero sin tanta irreverencia y los gags se acomodan a esa perspectiva dulzona y algo lacrimógena que quiere terminar brindando al final de la ceremonia.
En todos los complejos de la ciudad.
“Moonage daydream”
Las mismas expresiones se vienen repitiendo desde el estreno mundial en el Festival de Cannes hace unos meses: viaje alucinado, trip audiovisual, acercamiento inusual. Y son absolutamente ajustadas a la realidad: Moonage Daydream no se parece en nada al típico documental musical que recorre la vida y la obra de un músico popular. Forma parte de una raza diferente. La película del californiano Brett Morgen –director de otro proyecto formalmente atípico como Cobain: Montage of Heck– no acumula datos, anécdotas y opiniones; de hecho, evita por completo la voz autorizada de colegas, especialistas e historiadores. La rica e inabarcable obra de David Bowie es narrada por él mismo, en sonido y en visión, en su voz y en sus canciones, a lo largo de 135 minutos que atraviesan la pantalla a la velocidad de un astronauta orbitando la tierra. El resultado es un palimpsesto de melodías, letras, reflexiones, presentaciones en vivo, actuaciones cinematográficas y materiales de archivo solapándose y comentándose mutuamente. Un golpe amoroso al corazón del fan, una odisea musical dedicada al más camaleónico de los músicos de rock y más allá. A pesar de que Morgen dispone la narración de manera más o menos cronológica, el film se abre al universo Bowie mientras en los parlantes suena “Hallo Spaceboy” –en el magnífico remix de los Pet Shop Boys– y se cierra dos horas más tarde con el clímax de “Memory of a Free Festival”. En pantalla, las imágenes del músico en el escenario, en sets y en automóviles, en aeropuertos y en hoteles, se entrelazan con fragmentos de películas clásicas, de Metrópolis a El mago de Oz, y maquetas del espacio exterior, con sus planetas y estrellas. De pronto, un medley de “Wild Eyed Boy From Freecloud”, “All The Young Dudes” y “Oh! You Pretty Things” realizado a partir del registro de D.A. Pennebaker para su película Ziggy Stardust and the Spiders from Mars. Entrevistado por un periodista de la televisión británica, Bowie responde a una consulta un tanto amarillista respecto de su bisexualidad. “¿Te gustan los chicos o las chicas? Es confuso en estos días”, podría responderle el Bowie del futuro con la letra de una canción, mientras la pupila de tamaño normal brilla con la misma intensidad juguetona que su compañera dilatada.
Moonage Daydream es el resultado de muchos años de trabajo, seguramente esforzado. No hay nada perezoso ni arbitrario en la organización del material, que contó con el apoyo de los herederos del músico y la intervención como productor musical de uno de sus colaboradores más inveterados, Tony Visconti (la banda de sonido incluye nuevas remezclas de grandes clásicos y versiones en vivo poco escuchadas). Por momentos, la voz de Bowie, que guía el recorrido gracias a fragmentos de audio de decenas de entrevistas televisivas y radiales, se asemeja a la de un gurú singular, que sólo habla de su propia experiencia vital, sin generalizaciones ni lecciones. ¿Creés es Dios?, le pregunta el mismo periodista obsesionado con la androginia. “Creo en una forma de energía”. Tal vez sea la misma que le dio forma y alma a su carrera. Bowie se cansa y se aburre. Dice que necesita viajar: de Londres a Los Ángeles, de allí a Berlín, luego a Japón y así, como un hombre que cayó a la Tierra para cambiar, moverse, dislocarse, regenerarse.
Moonage Daydream lo dice gracias a un montaje vertoviano de masas gritonas y bailes publicitarios junto a Tina Turner con fondo de bebida gaseosa, y el homenajeado lo repite con la distancia que sabe regalar el paso del tiempo: los 70 y la necesitad de experimentar se abrieron paso a la deificación del éxito masivo de la década siguiente, la máquina mainstream dispuesta a devorar la búsqueda creativa. Pero el Duque Blanco se abre camino y regresa reinventado, enamorado, dedicándole tiempo a la pintura y la escultura. Y al cine, desde luego: Oshima comparte espacio con Roeg y el mago del laberinto, reflejo cinematográfico de una multiplicidad de entes que Bowie define de manera simple y directa: “Soy un coleccionista de personalidades”. Cuando la estrella negra ocupa toda la superficie de la pantalla, el viaje está a punto de terminar. Una travesía espaciotemporal sensible y mutante. Uno de los documentales musicales más inventivos y poderosos de los últimos tiempos. En los tres complejos de cine.
“Emergencia en el aire”
El cine y las series surcoreanas siguen copando mercados. Y así como Parasite ganó el Oscar y la Palma de Oro en el Festival de Cannes, y El juego del calamar explotó en el streaming global, el protagonista de la primera (Song Kang-ho) y uno de los actores de la segunda (Lee Byung-hun) están al frente de Emergencia en el aire.
Para darle algo más de respaldo, la película de Han Jae-rim tuvo su premiere el año pasado en el Festival de Cannes, fuera de competencia, claro. Es que es una película de acción, suspenso y con un tema que el guionista y director no hubiese imaginado al redactar el libreto que iba a tener tanta actualidad.
Porque la necesidad y la urgencia ocurren porque hay un virus esparciéndose a bordo de un avión con 121 pasajeros.
Y adivinen: ningún país quiere dejar que aterrice en su tierra el vuelo de la aerolínea Sky Korea 501, que partió con destino final a Hawái. Ni los Estados Unidos, ni Japón. Nadie. Y en la propia Corea lo piensan dos veces antes de tomar una decisión. Y por supuesto que habrá una corporación, una farmacéutica multinacional metida en todo esto.
Sin contar demasiado, la cosa es así. Un hombre joven difundió por las redes sociales que planeaba un ataque. No era muy claro cómo iba a hacerlo, pero el sargento Koo (Song Kang-ho) se mueve, y descubre que no era una amenaza falsa. No decimos más.
La película va teniendo, como toda película de catástrofe aérea desde la primera Aeropuerto, con Burt Lancaster y Dean Martin, a Vuelo 93, pasando si quieren hasta por ¿Y… dónde está el piloto? sus escenas a bordo del avión y lo que sucede en tierra. Antes de que el vuelo despegue, vemos cómo Ryu Jin-seok, el bioterrorista, elige al azar qué vuelo tomar. ¡Y no va que en ese avión está la esposa del sargento!
Para más, un padre y su hijita también se suben en Económica, pero tienen un encontronazo con Ryu. A partir de allí, todo lo que se puedan imaginar es poco. El virus puede propagarse y hacer que quienes se contagien sientan una picazón, escalofríos, empiecen a toser sangre. Y como el avión es viejo -bah: tiene 20 años-, la ventilación reutiliza el aire que está adentro y como es un virus nuevo, el período de incubación es corto, y entonces… ¿Habrá un antídoto? ¿Eh?
Emergencia en el aire no es original desde ningún lugar del que se la mire. Los enfrentamientos entre los pasajeros, el heroísmo de algún piloto o azafata, todo lo que no puede faltar, no falta. Tampoco sobra demasiado: la descomposición de los cuerpos corre pareja con la solidaridad y el altruismo de los que son buenos y generosos. En fin, pochoclera made in Corea. Y ojo para quienes puedan ir: en el IMAX se proyecta la versión extendida, que dura 20 minutos más. En todos los complejos de cine.
“La conferencia”
En una casona frente al lago Wannsee fueron convocados el 20 de enero de 1942 todos los jerarcas nazis por Reinhard Heydrich. El objetivo del encuentro: encontrar “La Solución Final a la Cuestión Judía”, es decir, el plan de asesinato sistemático de 11 millones de judíos en toda Europa. Lo que se convirtió en el Holocausto.
La película retrata los pormenores de esa reunión invitando al espectador a ser parte de la cosmovisión del régimen nazi: el odio social, la guerra imperialista y el espíritu supremacista de un grupo de disciplinados hombres que planean y discuten de manera civilizada, la organización de la barbarie.
El film no apela a efectismos cinematográficos ni imágenes de archivo para subrayar el horror. Mediante largas conversaciones entre hombres de uniforme (los militares) y otros de traje (los burócratas), se debate el tema con una naturalidad aberrante. Las lógicas de estos señores están explicitadas en las conversaciones. “El castigo puede parecer brutal pero se lo merecen”, argumenta uno en tono comprensivo con la intención de convencer a su compañero. Cómo aniquilar a la población judía sin que tenga un costo económico, cómo aprovechar su aptitud laboral antes de matarlos, cómo disimular el genocidio ante las críticas externas, etc. El horror discutido mediante una taza de café, sin levantar la voz ni descuidar las formas de una conferencia.
La conferencia (Die Wannseekonferenzaka, 2022) reconstruye la histórica reunión a través de las actas grabadas por Adolf Eichmann, de las que sólo se conserva una copia. Documento valioso que sirvió de prueba para el juicio de Núremberg. Matti Geschonneck hace un film de interminables diálogos, marcando sutilmente las diferencias de ideas que generan tensión entre los comensales, pero también haciendo un manejo apropiado de la información y dejando la descripción concreta del plan para el final. Es la magnitud de lo que está en juego, sabiendo el resultado histórico de dicha reunión, aquello que angustia e interpela constantemente al espectador.
Las cuestiones de política económica implementadas por los nazis (como el gasto de la guerra o sus fines expansionistas) quedan un tanto de lado en la película aunque están implícitas en los diálogos. El film se centra en una charla amena y cordial entre un gran número de hombres de poder, capaces de planificar uno de los actos más repudiables de la historia de la humanidad sin el más mínimo reparo ético-moral. Así de simple y así de cruel. En los Cines del Centro.
“Reino de terracota”
En este mágico mundo subterráneo, no existen únicamente Guerreros de Terracota y caballos, sino también increíbles y poderosas reliquias, bestias fantásticas y una criatura mítica conocida como “Cuerno de tierra”. Magnus vive en el Reino de Terracota, su destino es ser un recluta para toda la eternidad, sin embargo, su sueño es convertirse en un gran guerrero y para lograrlo debe capturar a Cuerno de Tierra. Durante esta gran aventura conoce a una chica misteriosa llamada Jade, juntos emprenden un viaje en donde descubrirán un terrible secreto que podría desatar una gran crisis en este mundo fantástico. En Cinépolis.
“Bárbaro”
Bárbaro es una película intrincada, por momentos demasiado rebuscada, con algunas resoluciones un poco inverosímiles, pero es también uno de los pocos exponentes recientes del género de terror que consigue sustos a partir de ideas y recursos ingeniosos, tiene una indudable capacidad de sorpresa y hace gala de un muy bienvenido humor negro. Así, pese a sus regodeos e incluso a cierta arrogancia a la hora de diseñar su estructura narrativa, Zach Cregger se consagra como un guionista y director de enorme futuro en Hollywood.
Vamos a contar poco, muy poco de Bárbaro y no por desgano sino porque estamos ante una de esas películas (en verdad son tres minifilms) que hacen un culto de la vuelta de tuerca, de la revelación inesperada, del cambio de rumbo y de perspectiva. Sí podemos decir que la protagonista es Tess (Georgina Campbell), una joven negra que arriba a Detroit para una entrevista laboral para desempeñarse como investigadora de un documental. Cuando llega en medio de una tormenta a una casa ubicada en uno de los peores barrios de esa decadente ciudad (lo cual es mucho decir) que alquiló vía Airbnb descubre que ya está habitada por Keith (Bill Skarsgard). Cregger maneja con mucha astucia la tensión de ese encuentro, pero lo concreto es que ambos aceptan compartir el lugar esa noche. Y no tardaremos de descubrir que la amenaza no reside en Keith, que resulta ser bastante simpático, sino en los subsuelos de la casona.
Hay una seguna mini-película que tiene como protagonista a AJ (Justin Long), un director de cine que es acusado por una actriz de abuso sexual. Mientra empieza a sufrir en toda su dimensión los efectos de la cancelación propia de esta era del #MeToo, viaja también a Detroit, ya que resulta ser el dueño de la casa en cuestión. Hay una tercera subtrama ambientada en plena era de Reagan, pero conviene citarla y no profundizar en ella para no spoilear nada.
Se nota que Cregger ha visto mucho cine de terror ochentoso y noventosos (y clásicos como Psicosis, por supuesto), y a partir de esos referentes ha construido algo que es cásico y moderno, old-fashioned en su esencia pero revestido con temas y elementos muy propios de esta época.
Rodada con mínimos recursos (el presupuesto fue de apenas 10 millones de dólares y para abaratar costos buena parte se filmó en Bulgaria), Bárbaro resulta en líneas generales bastante convincente y eficaz; más aún si tenemos en cuenta que se destaca dentro de un universo tan prolífico y maltratado como el del terror. En todos los complejos de la ciudad.
Fuente: Ezequiel Boetti, Página 12, Paula Vázquez Prieto, La Nación, Escribiendo Cine, Diego Batlle, Otros Cines.
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