“¿Sin cuerpo no hay delito?” es la premisa que aparece debajo del título “Un crimen argentino”, película que se estrenó el pasado 25 de agosto en todos los cines del país y que, afortunadamente, ya llegó a HBO Max.
El film, protagonizado por Matías Meyer y Nicolás Francella, está basado en uno de los crímenes más escalofriantes de la década del ’80: el caso Masciaro-Sauan. En el plexo de la dictadura militar, Rosario se estremeció por el homicidio de Jorge Saúl Sauan, un reconocido empresario que fue secuestrado, asesinado y luego disuelto en ácido por Juan Carlos Masciaro.
El homicida ideó su plan durante cinco años y medio, el tiempo que duró su condena por múltiples estafas. En una de las celdas de la Unidad Penitenciaria 3, ubicada en calle Zeballos, el también abogado trazó puntillosamente los pasos a seguir y, según testigos, repitió incontables veces que “para conseguir impunidad, el cadáver debía desaparecer”.
Sin embargo, necesitaba dinero para cumplir con lo propuesto. Por eso, convenció a dos amigos -un compañero de cárcel y un médico- para formar una sociedad, abrir una fábrica de pelotas de fútbol y enfrentar la crisis económica. Entre los materiales que debían conseguir para producir los balones destacaban 32 litros de ácido sulfúrico, que iban a servir para estirar el cuero, y un tanque de fibrocemento para almacenar el líquido.
Tras cumplir la pena, alquiló un departamento en Montevideo al 1600 bajo el nombre falso de Juan Carlos Mascías Medrano y le aseguró a los dueños del inmueble que era piloto de Air France. Allí, en pleno centro, cometería uno de los hechos más macabros de la historia argentina.
Una noche de octubre conoció a Sauan, un comerciante con problemas financieros que tenía una obsesión con las mujeres y el alcohol. Con el correr de los fines de semana, el asesino logró entablar una excelente relación con la víctima y se convirtió en uno de los integrantes de su círculo íntimo.
De acuerdo con la reconstrucción policial, diez días antes de Navidad, los amigos cenaron en el club Argentino Sirio, luego se dirigieron a uno de los pubs que frecuentaban y finalizaron la jornada en la casa del ex recluso. Esa fue la última vez que alguien vio con vida al comerciante.
Dos tragos y una dosis de Rohypnol son los elementos que permiten comprender qué sucedió. El inquilino durmió a su invitado, lo introdujo dentro del recipiente y volcó los químicos; mientras iniciaba la descomposición, llamó a los padres de la víctima, anunció el secuestro y solicitó un millón de dólares en efectivo.
Después que los familiares realizaran la denuncia, el juez de Instrucción Jorge Eldo Juárez, y sus secretarios Carlos Traglia y Alberto Rimini, se hicieron cargo de la causa. No obstante, no estuvieron solos: el jefe de la Unidad Regional II, Carlos Moore, quien fue procesado por delitos de lesa humanidad, siguió de cerca la investigación. Debido a los inconvenientes internos dentro de la fuerza, el operativo para entregar el dinero y atrapar al criminal falló.
Los responsables de unir las piezas del rompecabezas continuaron trabajando, no sin antes dejar bajo custodia a Masciaro. Con la misma astucia con la que montó la supuesta fábrica de pelotas, convenció a los policías de que se trataba de un autosecuestro. También, aseguró que Sauan se comunicaría sólo y únicamente con él porque “no confiaba en nadie más”. Por eso, el juez Juárez accedió a trasladarlo a su vivienda y aguardar por el llamado de la víctima.
Traglia y Remini fueron los encargados de vigilar las 24 horas al prisionero. Lo vieron pasearse en calzoncillos, fumar decenas de cigarrillos, hasta manteniendo relaciones sexuales con una supuesta novia. Fue en una de las rotaciones que los secretarios repararon en las damajuanas que se encontraban en el departamento, y en la cantidad de veces que Masciaro regaba las plantas del palier.
Luego de interrogarlo y no obtener respuestas, inspeccionaron -nuevamente- el domicilio y dieron con el macetón. Al acercarse, removieron la tierra y un nauseabundo olor invadió el aire; cuando volcaron el contenido, salió un líquido viscoso. Una cruz, un dedo gordo del pie y una prótesis dental fueron los objetos que el laboratorio halló en la composición homogénea.
Una vez que la familia reconoció las pertenencias de Sauan y los compañeros de prisión declararon, Juan Carlos Masciaro fue sentenciado a prisión perpetua. No obstante, fue beneficiado por la ley del 2×1 y quedó en libertad en 1998. El asesino vivió en la ciudad de Coronda hasta 2018, año en el que murió.
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