Un montón de cosas en la vida nos dan miedo: la oscuridad cuando fuimos bebés, dormir solos, escuchar ruidos de noche; nos dio miedo caminar fuera del radar de quiénes nos cuidaban, nos han dado miedo los otros, digo todas esas personas que no somos nosotros, una tía, un payaso, un vecino gritón. Y luego nos dio miedo que pudiéramos no ser aceptados por las otras personas, y miedo cuando ya no nos trataron como bebés, de presentir el paso del tiempo aún sin saber bien qué era. Miedo del primer beso, y del último, miedo de ser papá o mamá, miedo de no serlo; miedo del trabajo, de quedarnos dormidos, de las deudas, de que le pasen cosas feas a quienes amamos; miedo de sabernos adultos y estar tan desorientados como antes; miedo de todas las preguntas que todavía no nos podemos responder.
Y la muerte, que también cada tanto nos da miedo.
“Yo le tenía horror a los fotógrafos”, le cuenta Luis Alberto Spinetta a Rodolfo Braceli en 2008. “También le temía a las locomotoras. La locomotora era un monstruo negro que hacía temblar el andén de la estación Núñez”, continúa. Y cierra diciendo: “El miedo nos exigía acercarnos”.
MIEDO
Por extraño que resulte, Luis Alberto Spinetta es un músico a quién muchas personas le tienen miedo. Pero anotá: el miedo son los demás. No hay ningún ensayo escrito o por escribirse que sea capaz de abrir la puerta del miedo, porque Spinetta no es un ápice más que eso: un tipo con una guitarra. Todo lo demás es puro cuento, todo ficción, ajeno a la obra del flaco; todo lo demás es sarasa de colores, es pura masturbación sectaria entre egoístas y eruditos tan leídos que cuando hablan o escriben sus palabras se rompen la cabeza contra el techo.
MIEDO DE NO ENTENDER SUS CANCIONES
Pongamoslé que no se entiendan. Ponele. Ni el flaco ni vos ni nadie necesita entender nada ni ser entendido; de hecho ni siquiera sabemos qué entendemos por entender una obra, una pieza, una canción. Podemos entender una señal de tránsito pero no tenemos que entender una montaña para mirarla en silencio. Aún así, pongamos que no entendemos una letra, que no comprendemos de qué cosa está hablando:
Las ventiscas en sombras ahuyentan el humo
de unos muñecos que se queman en el alba roja.
Y ardiente de locura.
“Encadenado al ánima”, es una canción de 1975 que dura más de 15 minutos y pasa por unas, no sé, tres docenas de paisajes musicales. La habré escuchado centenares de veces y ciertamente no sé de qué habla. No lo sé ni me interesa. Sé que una parte de la letra la escribió su papá, Luis Santiago, pero no le encuentro un sentido más que a algunas oraciones sueltas. Es más, en algunos pasajes ni siquiera entiendo lo que canta el flaco.
Y sin embargo es una de mis canciones preferidas, la he escuchado obsesivamente; he seguido el bajo, cada toque de la batería, he escuchado las guitarras en detalle, las voces todas aún sin saber qué decían. La he disfrutado a mis anchas aún asumiendo que tal vez la obra me supera, me pisa la cabeza. Y si de algo estoy seguro es que mi disfrute no tiene que rendirle cuentas a nadie. No necesito reportarme ante nadie para decirle qué fue lo que entendí y qué no entendí. Los demás, que son el miedo que nos escruta absurdamente la sensibilidad, o las emociones, no son parte de algo tan íntimo como nosotros y una canción.
Que vayan a pedir explicaciones al CONICET.
MIEDO A QUE NO TE GUSTEN SUS CANCIONES
El flaco escribió y grabó unas 400 canciones, más o menos, entre grupos y colaboraciones, y como solista. Que todas ellas puedan gustarnos es tan absurdo como que no nos guste ninguna. Ni una sola. Y sin embargo sí, puede pasar ese absurdo de que ninguna te guste porque escuchaste otra música toda tu vida, porque te molesta su voz, porque te resulta tedioso no entender lo que canta e inclusive complicadas todas esas melodías que la mayoría de las veces no son amistosas como esas que enseguida se te pegan y las podés silbar por la calle.
Y no, no sos raro o rara si no te gusta Spinetta, ni sos menos que todos esos paparulos soberbios que se hinchan el pecho de palabras distinguidas, que arman oraciones imponentes y reflexionan sobre la obra del flaco como si algo de todo eso tuviese relación con escuchar una canción. Si no te gusta, no te gusta, y punto.
OYENDO COMO UN CIEGO FRENTE AL MAR
Así me quedé yo la primera vez que escuché “Los libros de la buena memoria”, de 1976. Como un ciego frente al mar. No fue lo primero que había escuchado y ya conocía varias canciones que venían recorriendo ADN como “Muchacha (ojos de papel)” o “Seguir viviendo sin tu amor” (que estaba de moda cuando yo tenía 14 años). Pero cuando escuché la frase “oyendo como un ciego frente al mar” algo me pasó. Me imaginé ciego, me imaginé sin haber visto jamás el mar, ni en fotos, me imaginé ese ruido brutal de las olas delante mío y yo curioso, intrigado, conmovido de mar.
La obra de Luis Alberto Spinetta no es un OVNI ni una obra reptiliana, y el tipo, el flaco, mucho menos. No les des la más mínima importancia a los fanáticos de Spinetta. Lo escribo sabiéndome un fanático, un enfermizo. No hagas caso de cualquier periferia del incomparable tiempo en que te sentás y están vos y una canción. Los de afuera son de palo. Pero en ese momento, cuando son dos, dale dimensión a lo que está ocurriendo: que un tipo con una guitarra, por el motivo que fuera y como sea que le haya salido, escribió una canción y que vos estás ahí, escuchándola.
Comentarios