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Informe

Rusia, Ucrania y el regreso del fantasma nuclear

Por Carlos Comi

Alguna vez Cristina Fernández siendo presidenta de la república se quejó que los medios argentinos no reflejaban las noticias internacionales como en otros lugares del mundo y solo irradiaban lo que ocurría en el país con una mirada claramente interesada. En realidad intentaba correr la atención a un conjunto de escándalos que sacudían a su gobierno y eran ampliamente reflejados por el multimedios más importante del país, en franca pelea con su gestión desde los tiempos de la presidencia de su esposo Néstor Kirchner ​y el famoso, que te pasa Clarín, estas nervioso.

Ciertamente hoy el mundo,  se encuentra en la mayor tensión nuclear desde la finalización de la guerra fría, frente a la posibilidad concreta y real de una invasión rusa a Ucrania, y  la respuesta que EEUU y buena parte de Europa prometen brindar, y  a los Argentinos, inmersos en nuestras crisis cotidianas, parece no importarnos.

Desde estas líneas de Red Boing trataremos de desentrañar el grado de veracidad de la posible hecatombe y como se llegó a esta situación. En el año 2016 la intendenta Mónica Fein me invitó integrar una misión comercial a Rusia cuyo objetivo era observar in situ el funcionamiento de los troles Trolxa, fabricados en ese país, para la puesta en marcha de la línea Q, nuevo ramal eléctrico de la ciudad.

En un frenético raid de 6 días incluyendo los viajes de ida y vuelta recorrimos Santa Petesburgo –otrora Leningrado en la era soviética y una suerte de Paris imperial- donde la empresa tenía sus oficinas y prestaba el servicio en 30 líneas, Saratov donde se fabricaban las unidades en el  sur del país  sobre el majestuoso Volga –tan parecido a nuestro Paraná- y la fastuosa Moscú con su crisol de razas llegados desde los confines de la gran Rusia.

El periplo incluyó innumerables entrevistas con funcionarios de Trolza y empresarios que manifestaban su interés de comerciar con la Argentina, y a quienes les explicábamos las bondades y posibilidades de Rosario para invertir y producir aquí. En ellas fuimos descubriendo un par de denominadores comunes: en los de mayor edad un pasado en empresas o como funcionarios de estado en la Rusia comunista,  y que luego de la desaparición de la URSS habían mutado a estos nuevos roles muchas veces haciéndose millonarios, y en casi todos un profundo nacionalismo expresado en un rotundo antinorteamericanismo.

De nuestra experiencia puede inferirse que el Ruso de esa clase dirigente se siente parte de un pasado imperial glorioso zarista que tuvo su punto culminante en la victoria contra Napoleón, cuando el hijo de la revolución francesa había derrotado a las grandes monarquías europeas, pero que también se expresó en los exquisitos e inagotables contenidos de la cultura y literatura de la época, y más en el siglo XX en el rol de superpotencia militar y científica desarrollado en la Unión Soviética que convirtió al país en una de las dos bandos en que se dividió el mundo durante la guerra fría.

Podría contar muchos episodios pero el más simbólico ocurrió cuando recorríamos en Saratov la gigantesca plata de fabricación de los trolebuses y mientras nos mostraban cuanto demoraba el armado de una unidad en serie, un fuerte ronroneo comenzó a escucharse con nitidez.  Sergei (no puedo recordar el apellido) , el encantador gerente general de la compañía freno su alocución en seco y comenzó a explicarnos que lo que oíamos eran los motores del nuevo bombardero fantasma de la fuerza aérea rusa, que estaba despegando de una base cercana , y que era una joya invisible a los radares enemigos, contándonos también, con ademanes de sus manos que simulaban el vuelo rasante de un avión como habían pasado sobre la flota norteamericana en el golfo pérsico sin haber sido observados.

Cuando salió de su éxtasis frente a nuestras caras divertidas y asombradas, prosiguió con naturalidad con su explicación sobre las bondades de los trolebuses, mechando cada tanto que allí, en ese lugar durante la gran guerra patriótica como la llamas los rusos a la segunda guerra mundial, se había interrumpido la fabricación y se habían producido miles de tanques para enviar al frente. Vladimir Putin, un ex oficial de la KGB que prestaba destino en Alemania Oriental al momento del derrumbe del muro de Berlín,  reconvertido en asesor de un concejal en la San Petesburgo posterior a la caída del comunismo se coinvirtió en presidente de ese gigantesco país el 1 de enero del año 2000, luego de llegar azarosamente a ser un hombre de referencia de Boris Yeltsin, el presidente democrático que la caída de la URSS alumbro.

Putin formado en la ortodoxia de la inteligencia comunista, desde el primer día de su gestión se concentró en recuperar el orgullo ruso por ese pasado imperial y el poderío militar ostentado en los años de la era soviética. Para ello se asentó en varias premisas que ha sostenido a lo largo de estos más de 20 años en el poder real, incluso contando el interregno de Medvedev.

Para Putin Rusia tiene enemigos exteriores e interiores que quieren ponerla de rodillas y para evitarlo fue necesario la recuperación del rol central del estado en todos los niveles de la vida, la modernización del ejército rojo ya desprovisto de la simbología comunista pero heredero de la gloria de haber derrotado a las hordas de Hitler que parecían invencibles hasta la invasión a la URSS, y generar una política económica basada en las exportaciones de petróleo y gas, que dotara de estabilidad al rublo y permitiera a los sectores medios tener alguna previsibilidad para los años siguientes.

La disolución de la URSS y el proceso brutal de privatizaciones de los bienes del estado, habían generado una oligarquía financiera ultra millonaria recipiendaria de ese proceso, y en paralelo angustia y zozobra para  millones de ciudadanos que quedaron afuera de esa fiesta para pocos y pero sufrían en carne propia las consecuencias de las transformaciones estructurales que conllevaban el paso al capitalismo.  En el camino Putin uso el manual de los regímenes centralizados, encontrar un enemigo exterior que uniera al pueblo en su causa.  Los ataques del terrorismo Checheno, la guerra en Georgia en el 2008, la anexión de Crimea en el 2014 y la inminente y posible invasión a Ucrania en  la actualidad son  parte de este derrotero donde en cada episodio por razones de seguridad interior se limitaron los espacios democráticos y se profundizo el control total del Kremlin sobre la vida de la población rusa, pero manteniendo enormes cifras de popularidad para el mandatario y su gestión. Pero cuál es la razón real del conflicto actual.

Usando terminología de este tiempo, más allá delas profecías decadentes sobre la economía y la crisis rusa proferidas desde occidente, nunca esa nación dejo de auto percibirse como una superpotencia militar que reclama para sí, como lo han hecho los EEUU siempre por ejemplo con América Latina una zona de seguridad hemisférica.

Muchos de los aliados de aquel pacto de Varsovia, la alianza militar que se oponía a la OTAN en la guerra fría han dada el paso para formar parte de esa organización y ahora pareciera ser el tiempo de Ucrania. Esto para la Rusia de Putin resulta absolutamente inaceptable y la respuesta es haber rodeado sus fronteras con 120000 hombres armados hasta los dientes. La escalada ha pasado por todos los  estados verborragicos que incluyeron las amenazas de uso expreso de armas nucleares.  Si es real la posibilidad no lo sabemos. Pero algo es seguro, están allí listas para ser usadas y apuntándose mutuamente.

Hace días informes desclasificados reflejaron que en 1982 Gran Bretaña movilizo más de 40 misiles atómicos en la guerra de Malvinas. Imaginemos cuantos hoy apuntaran a Washington y Moscú respectivamente. Y también es seguro que hay halcones y señores de la guerra en cada uno de los bandos.

La paz mundial pende de un hilo gastado y débil, no solo en Ucrania sino en otros lugares del globo donde los tambores de guerra, excitan las posiciones de China por ejemplo, para recuperar Taiwán y quizás si estallara la invasión rusa seria el momento que espera desde hace más de 50 años. Mientras los argentinos y en particular los rosarinos nos concentramos en esperar las lluvias que nos saquen de esta insoportable ola de calor, la generalización del covid, la inseguridad asesina y la inflación galopante que golpea nuestros bolsillos. Y está bien, porque no hay mucho que podamos hacer en esta crisis global más que pedir por la paz.

Si, imagino a Sergei, al otro lado del mundo, en algún lugar de Saratov o Moscú crujiendo sus nudillos y fabulando que sobre la tierra arrasada de la guerra la bandera tricolor de la Federación Rusa ondea, en las manos de un soldado suspendido en el aire, sobre el capitolio en DC.

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