Por Giuli Nardone
Nací y me crie en una familia muy futbolera. Una familia en la cual los animales llevan el nombre de estadios, jugadores de fútbol y directores técnicos. En donde cualquier cumpleaños, casamiento, bautismo o reunión familiar es suspendida por un partido importante. Es casi imposible negar que me enseñaron a cantar primero “Niña hermosa” y al tiempo el “Feliz cumpleaños”. Desde que tengo uso de razón en casa se respira, se vive y se siente el fútbol.
En casi 30 años que voy a cumplir conocí todas las cábalas habidas y por haber. Ir a la cancha escuchando siempre el mismo tema en el auto, todos sentados y vestidos de la misma forma, haciendo exactamente el recorrido que la última vez nos hizo ganar el partido.
En mi memoria se grabaron a fuego momentos, sensaciones y recuerdos difíciles de poner en palabras, porque el futbol tiene eso, lo que uno siente no se puede describir. Como dijo Fontanarrosa en uno de sus cuentos: “Son emociones momentáneas, pasajeras. Intensas pero fugaces” que calan hondo sin hacer diferencia de género.
Hoy me desperté temprano, desayuné tranquila y salí a correr como lo hago cada sábado. El sol me pegaba de frente, la música sonaba al palo y yo no daba más. Estaba muy cansada pero buscaba en cada detalle del paisaje algo que me motivara para seguir en carrera. En ese momento todos mis sentidos empezaron a percibir y a sentir que en cada calle estaba pasando algo y había un común denominador: la ciudad estaba teñida de azul y amarillo, y de rojo y negro.
En cada esquina había un canalla o un leproso, los autos pasaban y algunos iban arengando, tocando bocina y cantando como cuando iba con mi familia a la cancha. Por cada bar que pasé había hombres y mujeres hablando del tema del mes: el clásico rosarino.
En Rosario, cuando comienza un torneo lo primero que buscamos los hinchas en el fixture es la fecha en que se disputará el partido que le da sentido a la ciudad desde el 18 de junio de 1905. Es más, me atrevo a decir que es el evento sociocultural más importante y esperado en Rosario.
Para todos los coterráneos, el fútbol no es solamente un juego, es una religión en donde cada hincha vive con la misma intensidad el pitido del silbato del árbitro al comienzo del partido y se realiza la señal de la cruz. En ese momento empiezan a transcurrir los 90 minutos más eternos del universo. El tiempo parece estancarse y la clave está en no mirar nunca el reloj. Primer tiempo, segundo tiempo, tiempo de descuento ¿Cuánto falta? Son algunas de las frases que reflejan sensaciones que sólo en el pitazo final del árbitro definen esa pasión en un estallido.
Con el corazón listo, las emociones a flor de piel, muy esperanzados porque llegue el gran día y felices porque pueda jugarse en nuestra ciudad se espera el partido del año en Rosario. La suerte está echada, a disfrutar de la fiesta y el folclore que genera el fútbol.
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