La Reina Isabel II fue una gran amante de los animales. Tan icónico como sus sombreros o su collar de perlas fue su jauría de corgis, de los que tuvo más de 30 a lo largo de su vida. Honey, Pickles, Tinker, Chipper, Pipper… Casi todos ellos descienden de Suzan, una perrita de esta raza de pastoreo típica de Gales que le regalaron sus padres cuando cumplió 18 años. También tuvo varios dorgis (un cruce resultante de un enlace accidental entre uno de los corgis de la Reina y el perro salchicha de la princesa Margarita).
“Mis corgis son mi familia”, dijo la reina en una ocasión. Algo que han confirmado los trabajadores del palacio a lo largo de los años. Además aseguran que Isabel II los cuidaba personalmente, les daba de comer y los paseaba como forma de relajarse, dispersándose de los problemas familiares y laborales.
En su libro, All The Queen’s Corgis, la autora Penny Junor narra la vida y los secretos de los canes reales. Explica que dormían en cestas de mimbre acolchadas y que en Navidad cada uno tenía su propio calcetín.
Cuando morían, la reina los enterraba en un pequeño cementerio en Sandringham, una de las residencias reales favoritas, donde la monarca solía pasar las navidades. Sus lápidas las diseñaba ella personalmente.
Hace unos años, cuando su salud se empezó a decaer, la reina dejó de criar perros. Decía que no se podía ocupar de ellos. Pero, el príncipe Andrés sorprendió a su madre con dos nuevos cachorros cuando su marido -el duque de Edimburgo- fue ingresado en el hospital, pretendiendo así animar a Isabel II.
Finalmente, los corgis, llamados Muick y Sandy, vivirán en el Royal Lodge de Windsor, la gran finca que el príncipe Andrés comparte con su exesposa, Sarah Ferguson. Aún no está claro qué ocurrirá con los otros canes de la reina, Candy, un dorgi y Lissy, un cocker spaniel.
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