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Opinión

Nilda y los rosarinos del siglo XX

La noticia corrió como un reguero de pólvora en la mañana del viernes. Falleció Nilda de Siemienczuk a sus 90 años, histórica cocinera y ecónoma de la televisión rosarina durante décadas.

Para quienes venimos de ese tiempo tuvo un significado especial, casi como si hubiera sido que nos hubiéramos enterado que se iba una amiga de nuestra madre que la había acompañado en tantas tardes con sus clases de cocina.

Nilda era también una de las últimas representantes de los rosarinos y rosarinas que hicieron esta ciudad en la segunda parte del siglo XX y que por la ley inexorable de la vida nos han dejado.

Estas líneas pretenden ser un homenaje hacia ellas y ellos, y una reflexión sobre este tiempo histórico y el actual.

Somos una ciudad muy particular en todo. Sin fecha de fundación, pero protagonista de un hecho fundamental de la Argentinidad que marcó y marcará nuestra identidad para siempre; la jura de la bandera que encabezó el General Belgrano.

Fuimos una pequeña villa hasta más o menos 1850 donde empezamos a crecer a borbotones y hasta llegamos a ser declarados capital de la república en más de una oportunidad, decisión que el poder de Buenos Aires vetó.

Y sobre finales del siglo XIX por el puerto llegaron miles de inmigrantes que en su amalgama de historias, religiones y costumbres fraguaron la textura de la ciudad.

Ellos y ellas, nuestros bisabuelos o abuelos, dibujaron los rasgos de la Rosario moderna y cosmopolita que nos vio nacer.

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Es para pensarlo. Nos quejamos de estos tiempos pero tampoco habrá sido fácil en el comienzo del siglo XX hacer cosas para los extranjeros que se agrupaban en clubes y asociaciones para comerciar, curarse, crecer y trabajar.

Desarmaron cada obstáculo. Fundaron de todo, y los edificios que cobijan aun hoy a esas instituciones –algunos verdaderas joyas arquitectónicas- hablan de sus capacidades infinitas.

Luego vinieron sus hijos, vástagos de la 1420 y nuestras mejores tradiciones de escuela pública.

Fueron profesionales, técnicos, maestros, directores de escuelas, actrices y hasta estrellas de la TV como Nilda.

Pioneros de su tiempo. Pienso en AJ al que aun disfrutamos, en Raúl Granados, el chango Sala, el negro Moreno Vargas y tantos y tantas que nos acompañaron por generaciones. En grandes profesionales de la salud, en políticos o deportistas que marcaron una época y ya no están.

Pero quiero hacer hincapié en los comunes, los que nunca una calle llevara su nombre.

Los policías que honraban su trabajo y eran respetados por su barrio, los comerciantes que conocían a sus clientes y anotaban en la libretita y los clientes que honraban sus deudas porque ante todo el almacenero era su amigo.

Esa generación, ya con más educación y preparación que sus padres y en base a esfuerzos titánicos compraron propiedades, crearon cines, teatros, sanatorios, fundaron cajas de créditos, bancos, llegaron al automóvil, conocieron e hicieron conocer el mar a sus hijos, y se sentaron en la mesa cada noche a educar a sus hijos a pesar de lo dura que era la vida.

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Podría contar historias puntuales de gringos, rusos, turcos o el apodo que quisiera, de mujeres y hombres que han creado un mundo para su familia, y una Rosario mejor, y que ya hoy no están con nosotros.

No tendría sentido, los lectores tienen sus héroes propios en sus familia y amigos.

Mi homenaje cariñoso a ellos y ellas, a su legado, a su pertenencia en la historia grande de esta ciudad para siempre.

Ahora la pregunta surge sola. ¿Quienes vinimos luego estuvimos a la altura de la historia?

¿Es esta Rosario mejor a la que ellos moldearon con su esfuerzo?

Pareciera que no, que nos ha costado demasiado seguir esa senda de aquellos “pioneros”.

Podríamos culpar a los gobiernos de turno pero también es sensato analizar la condición humana.

Cómo somos y cómo fueron ellos y ellas.

Me resulta contradictorio, soy un optimista serial que predica que lo mejor siempre está en el futuro.

Pero pareciera, que al menos los rosarinos y rosarinas del siglo XXI deberíamos mirar mucho y aprender del camino de quienes nos precedieron.

Si ellos pudieron hacer todo eso, ¿cómo nosotros no?.

Es tarea también para nuestros hijos, habitantes de un mundo que cambia día a día y al cual hasta cuesta seguirle el tren, pero en el que también Rosario será parte.

Ojala sea con una realidad menos dolorosa a la que hoy nos toca atravesar y salvando las distancias y las brechas tecnológicas de cada tiempo, más parecida a la que construyeron nuestros padres y abuelos.

Los Pucho, los Cocos, las Bety, las Nildas, por ejemplo.

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