La sociedad argentina, sin duda, atraviesa hoy una de las crisis más agudas de su historia. Luego de la pandemia -tomado como punto de inflexión-, la sociedad argentina se materializó en una suerte de pulseada entre los factores de poder, que pretendieron demostrar a la ciudadanía cuál es más poderoso, más corrupto y más impune.
Y lo lograron. Nos demostraron a esta débil sociedad civil que todo está mal, que nada se puede cambiar, hasta el extremo de convencernos de que la única salida es el exterior. Padecemos una crisis estructural que parecía venir desmoronándose desde hace mucho tiempo; crisis terminal que atraviesa al sistema político y judicial e irradia con igual profundidad, nuestra identidad.
La pérdida progresiva de nuestros valores, la cultura del desarraigo, tiene efecto directo sobre nuestra vida publica y se refleja en el debilitamiento de nuestras instituciones. Los partidos políticos deberían poder paliar la crisis de gobernabilidad, obligándose a reformular nuevos vínculos y nuevas alianzas. Mientras tanto, y ante tanta parálisis y perplejidad, los excluidos sociales y económicos aumentan exponencialmente.
La pregunta sería como equiparar las desigualdades sociales desde un Estado que hoy parece ausente, sin caer en la retórica antipolítica, e incluyendo a todo el abanico ideológico. Nuestra dirigencia, nuestros representantes, se han convertido en nuestros patrones despiadados; esa mezquindad de poder creó un “claustro de poder”, incapaz de dar soluciones a problemas que requieren urgencia.
La brecha entre la efectividad del Estado y las demandas sociales insatisfechas, se extiende cada día mas. Luego de escuchar la nota a Jesús Rodríguez, titular de la Auditoría General de la Nación y ex ministro de Economía, en Todo Pasa, surge el mismo interrogante, porque la política es incapaz de dar respuesta a los cambios sociales; las alianzas políticas son meramente electoralistas y carecen de acuerdos programáticos.
Hay un desfasaje entre el lenguaje político y las transformaciones de la sociedad, los partidos políticos deben adaptarse a nuevos vínculos entre el estado y la sociedad. Convalidamos la corrupción, le dijimos que sí a la impunidad y olvidamos el mandato electoral. En suma, pese a diferentes opiniones, afirmamos que es solo desde la política, no nos dejemos abatir por el pesimismo, que será posible la construcción de una sociedad más justa, más libre y más igualitaria.
En fin, también resulta innegable que los medios de comunicación han pasado a constituirse en actores de pleno derecho en las sociedades democráticas. Los medios establecen la agenda de prioridades y producen en este modo contenido político. Volvamos a Sabato: “Debemos hacer surgir, hasta con vehemencia, un modo de vivir y de pensar, que respete hasta las más hondas diferencias”.
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