Después de que su empresa textil se fundiera por la crisis de 2001, Milo Lockett decidió reinventarse y volver a lo que siempre le había gustado: pintar. Con sus colores estridentes y formas particulares, el artista se convirtió en una marca registrada.
“Para mí fue una decisión exitosa levantarme a las 5 de la mañana y decir que no iba a estar más en la industria textil”, expresó en diálogo con “Boing y sus Secuaces”. Y agregó: “Una de las posibilidades de vivir del arte es producir mucho y abracar distintos gustos”.
Respecto a cómo le afectó la pandemia, explicó que “estuvo desorientado” al principio y que “el daño económico y social fue muy grande”. “Me llevó 20 o 30 días adaptarme pero disfrute a mis hijos”, señaló.
“No creo en la inspiración, el éxito es tomar la decisión. A veces hago rellenos y se convierten en cuadros, canciones o libros”, sostuvo al ser consultado por Nacho Moyano, Ale Arrbillaga y Giuli Nardone. Y añadió: “Me gusta ponerle palabras a las cosas”.
Para ejemplificar su modo de producir, detalló que dibujó a un personaje africano a partir de una imagen que le gustó: “Lo reconvertí en una serie, estoy contento”.
“En Argentina estamos acostumbrados al arte de espectáculo, no hay una política cultural. Ahí entra seriamente la parte del artista plástico, no porque pintes un mural va a ser popular. En nuestro país no hay arte popular”, manifestó en la misma línea.
Sobre los críticos de arte, señaló que “trata de ser moderado” porque se puede “dañar la intención del otro”. “Trato de buscarle la vuelta para que mejore, mi intención es esa. Nunca le digo a alguien que no me gusta lo que hace”, comentó quien creó obras para estrellas de la talla de Woody Allen, Jennifer Aniston y Ford Coppola.
Para finalizar, se sometió al ping pong creado por Fede Ludmer y no dudó en elegir Buenos Aires por sobre Chaco y el whisky escocés. “El acto solidario que más orgullo me da es ‘Casa Garrahan Chaco’ y el consejo que puedo darle a alguien que está iniciando es que esté seguro de su camino”.
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