Somos un país que vive, respira y sueña alrededor del futbol.
El deporte nacional atraviesa cada centímetro de nuestra geografía y el fanatismo es nuestra característica común, sea por un club de primera división, del ascenso o del equipo del pueblo.
Cada chico y ahora muchas chicas sueñan con brillar en su club, jugar en Europa y vestir la camiseta de la selección nacional.
Nuestra fertilidad es tanta en la materia que dos de los cinco mejores jugadores de la historia son argentinos, y quizás tres si incluimos a Alfredo Di Stefano.
Paradójicamente en un tiempo en el que nos hemos quedados sin proyectos colectivos volver a ganar un mundial es un sueño nacional.
Pero también somos el país del exitismo enfermo.
Aunque no seamos número uno en nada, o casi nada, no serlo es un fracaso.
Y no solo en el futbol sino en todos los deportes.
Guillermo Vilas, Gabriela Sabatini, Carlos Reutemann, Guillermo Coria, o Gastón Gaudio por citar solo algunos fueron deportistas extraordinarios pero para el argentino medio al final un poquito fracasados.
No fueron ni numero 1 ni campeones mundiales.
Son muy poco los deportistas que han llegado al Olimpo del reconocimiento total: Maradona, Fangio, Ginobili, Monzón.
Ni siquiera Lionel Messi considerado por muchos el mejor futbolista de la historia es profeta en su tierra. Recién ahora después de ganar la Copa América en Brasil tiene una consideración mayor. Pero le falta un mundial, se escucha bajito.
Somos un país donde el fracaso se festeja, casi como una victoria, como si fuéramos víctima de una maldición colectiva que nos condena a que en nada nos puede ir demasiado bien.
Y el futbolista desde niño convive con esas presiones.
Veamos cifras. En Rosario por ejemplo en la Asociación Rosarina de futbol se enfrentan semanalmente más de 30.000 jugadores, entre niños, niñas y jóvenes. Y además hay 3 o 4 ligas más. Una ciudad.
Más allá de reales esfuerzos de la Rosarina de quitar los puntos y promover una cultura del juego, el niño se desenvuelve en un ambiente naturalmente competitivo, que va perfilando a quienes tienen mejores condiciones para el deporte.
Ellos son inducidos o por sus padres o los caza talentos a llegar a los clubes más importantes de la ciudad o de otros lugares del país, donde a algunos los llevan a vivir en pensiones desde los 10 años, alejados de su familia, sus amigos, sus costumbres y amigos.
Cuando comienza el futbol de inferiores el desafío pasa por llegar a AFA, la competencia que enfrenta a los clubes de todo el país. Pero no todos pueden hacerlo, algunos son jugadores de liga local y ahí ya se vive una primera frustración.
Muchos jugadores pasan esos años con la esperanza que llegue esa oportunidad, que alguien venga a buscarlos a su club, o movidos por el deseo recorren el país haciendo pruebas en las que sino son seleccionados aumentan la sensación de frustración y baja en la autoestima.
La ruta del que ya llego a AFA sigue con jugar en su categoría primero, y luego con ser citado a reserva y desde allí saltar a primera división. Esa es la prueba de fuego, debutar en la máxima categoría y mantenerse.
Muchos de los que lo logran juegan algunos partidos y luego deben buscar otros horizontes. A ellos también les cae el mote de fracasados o que no les da para jugar en las grandes ligas.
Esta dialéctica entre éxito y fracaso persigue al jugador de futbol toda su carrera. Si llega a Europa deberá demostrar si puede mantenerse o vuelve rápido. Si es citado al combinado nacional afrontará el desafío de convencer que es jugador de selección. Y si vuelve a su club, allí la pregunta será si lo hizo a tiempo y en buenas condiciones o vino solo “a robar”.
En cualquiera de estos casos, si la conclusión popular es la negativa la condena social suele ser brutal, y en la era de las redes sociales se masifica en cuestión de segundos. El meme, la burla, el insulto, se suma al juicio de la tribuna el domingo en la cancha.
El problema es que detrás de ese futbolista o deportista hay una persona, que sufre, se angustia y pasa por todo tipo de estados mentales bajo el fuego cruzado acusador.
El mito futbolero nos dice que el hincha tiene derecho a todo y que el jugador debe soportar la crítica, porque además el futbol es para fuertes.
Pero no todos los soportan.
Mirko Saric tenía solo veinte años y era una joven promesa de San Lorenzo cuando se colgó en su habitación en el año 2000, envuelto en una profunda depresión.
El Morro García tenia treinta y más allá de sus goles y el cariño de los hinchas de Godoy Ruz también optó por quitarse la vida con una pistola calibre 22 en febrero del 2021.
Hace un par de semanas Leandro Díaz confeso en una entrevista televisa que venía de salir con la ayuda de los profesionales de Estudiantes de la Plata de una profunda depresión que lo había paralizado y no le permitía rendir en el futbol profesional. –no estaba bien de la cabeza expresó y agradeció que los médicos del club y el cuerpo técnico lo hayan bancado y no echado a los seis meses como le había ocurrido en otros lugares.
Y hay más casos para citar. Gonzalo Higuain, tres veces mundialista, campeón de Europa y goleador en varias ligas top, reconoció públicamente que no puede volver a jugar a la Argentina por la furia de la burla popular.
Delfina Pignatiello, la gran aparición de la natación argentina, abrió un debate de luego de los JJOO de Tokio 2021 por la violencia que recibió en redes sociales al no haber alcanzado resultados de acuerdo a las expectativas que sus triunfos panamericanos habían generado.
Probablemente muchos de quienes insultan a Higuain nunca hayan sido citados a jugar un intercolegial y de los que atacan a Pignatelo la mitad no sabrá nadar.
Tristes paradojas que en el país de los fracasos no sepamos valorar el esfuerzo, el trabajo y perseverancia de quienes luchan por avanzar.
Urge cambiar las reglas del deporte de base, priorizar el juego y controlar la ultra competencia. Y generar redes de contención para los niños, niñas y jóvenes que no alcancen los objetivos deportivos buscados.
Exigir la continuidad escolar como regla para llegar a los mejores niveles. Y pensar formas de capacitación laboral para quienes intentaron ser jugadores profesionales de fútbol y no lo lograron.
El millonario negocio de la televisión genera suficientes recursos para poder cumplir cada uno de estos objetivos. Solo hay que tomar la decisión.
La otra parte es la de todos nosotros, los comunes. Condenar la imbecilidad, la violencia verbal, y el bullying presencial o anónimo en redes comprendiendo que del otro lado hay un joven que podría ser nuestro hijo.
Y que sufre.
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