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Llega el esperado “Barbenheimer” el fenómeno que enfrenta a dos tanques del cine

Este jueves -en plenas vacaciones de invierno- se estrenan dos blockbusters (bombazo, éxito de taquilla o éxito de ventas) que apuntan a públicos distintos pero disputan salas, boleterías y afectan mutuamente las recaudaciones, y se suman a una cartelera ya repleta de hits, grandes producciones y un enorme impulso publicitario. Como responderá la audiencia, como afectará a la ya raleada presencia de los otros títulos, que ya quedarán en los márgenes con pocas salas y pocos horarios, será solo tema del tiempo en pantalla y de esperar los números.

“Barbie”

La mítica activista Gloria Steinem dijo que Barbie representaba “todo aquello de lo que el movimiento feminista intentaba escapar”. Esa muñeca en principio flaca y rubia era el paradigma de la cosificación y el consumismo, la responsable de imponer estereotipos de belleza y una hipersexualización entre las niñas que a la larga se sentían frustradas por no poder alcanzar esa perfección que la compañía Mattel exaltaba como normatividad.

Greta Gerwig, quien tanto en la semi autobiográfica Lady Bird como en la transposición del universo de Louisa May Alcott en Mujercitas había hecho gala de una impronta feminista, no solo no escapa de aquella controversia sino que la abraza e incluso la hace parte esencial de la historia. En ese sentido, si ya Barbie era una película esencialmente femenina (no estoy diciendo que expulse a los varones, pero claramente no son el objetivo primordial), en manos de Gerwig resulta todavía más enfocada a ese colectivo que se ha definido como la marea verde. Y no solo eso: la directora y su coguionista (y pareja) Noah Baumbach también incorporan en el film a la propia industria Mattel y a su fundadora, Ruth Handler, una empresaria judía que creó a Barbie en 1959, fue expulsada de su propia empresa por malversación de fondos; tuvo que hacerse dos masectomías y luego generó una segunda fortuna creando una compañía de prótesis mamarias.

Es precisamente esa zona si se quiere más política la que la convierte en un proyecto bastante arriesgado dentro del universo de los productos con aspiraciones masivas pensados para el período vacacional y, además, restringe aún más el target, ya que las niñas más pequeñas pueden sentirse algo abrumadas entre tanto cuestionamiento, por momentos demasiado subrayado desde el guion, al patriarcado. De todas formas, Gerwig siempre maneja también un segundo nivel más cómico y superficial como para que Barbie se convierta en el éxito comercial que Warner necesita.

Los primeros minutos son de una belleza deslumbrante hasta lo embriagador, ya que a partir de un fastuoso diseño de arte gentileza de Sarah Greenwood (Orgullo y prejuicio, Expiación, deseo y pecado, Sherlock Holmes, Anna Karenina, La Bella y la Bestia, Las horas más oscuras) que remite por momentos al estilo (y estilización) de Wes Anderson, de la fotografía del talentoso DF mexicano Rodrigo Prieto (habitual colaborador de Martin Scorsese) y de la lúdica, graciosa y fluida narración que propone Gerwig nos sumergimos en la cotidianeidad de Barbieland, ese mundo rosado donde todo funciona a la perfección y resulta siempre encantador.

Hasta que un día, para sorpresa de toda la comunidad, Barbie (Margot Robbie), empieza a pensar en la muerte, descubre que su cuerpo tiene celulitis y, por indicación de la Barbie “Rara” (Kate McKinnon), debe ir al mundo real (léase Los Angeles) para confrontar a quien le ha lanzado esa suerte de maleficio que le ha provocado semejante crisis existencial y física. Esa usuaria desencantada ya no es una niña sino una adolescente rebelde de origen latino llamada Sasha (Ariana Greenblatt), quien junto a su madre Gloria (America Ferrera) tendrán una presencia protagónica durante toda la segunda mitad.

Cuando Barbie emprende el viaje hacia Los Angeles en su descapotable sin motor descubre que Ken (Ryan Gosling), su carilindo, escultural, celoso, patético y amanerado aspirante a novio, se ha colado y no tiene más remedio que aceptarlo como compañero. Y es precisamente en Los Angeles donde Ken descubrirá “novedades” como el machismo y la misogina, y tratará de imponer luego el patriarcado en la mismísima Barbieland.

Aunque Barbie consigue a cada rato unos cuantos gags muy eficaces (aparece, por ejemplo, Will Ferrell como el mandamás de Mattel) y explora varias situaciones provocativas, la película peca por momentos de demasiado obvia en una bajada de línea algo torpe e innecesaria en el contexto de una historia de estas características.

Más allá de esos reparos y excesos, la película está concebida con no poca inteligencia, construida con elegancia e interpretada por un elenco (empezando, claro, por los impecables Robbie y Gosling) que sintonizan a la perfección con el tono ampuloso, desbordado y delirante que la directora le imprime al relato en general. Si Barbie será o no el éxito comercial que todos auguran se verá en los próximos días, pero está claro que Gerwig no solo no se ha traicionado sino que ha incursionado en el mainstream con una soltura y una libertad tan infrecuentes que merecen ser celebradas. En todos los cines.

“Oppenheimer”

¿Héroe o villano? Esa es la pregunta principal que sobrevuela las tres horas de Oppenheimer y que afortunadamente es difícil, casi imposible de responder. Lo de afortunadamente tiene que ver con que Christopher Nolan elige un personaje lleno de matices, de contradicciones y hasta de dobleces, una auténtica rareza en un cine contemporáneo dominado por figuras unidimensionales.

Julius Robert Oppenheimer (1904-1967) fue, por supuesto, un genio de la física y, aunque su existencia quedó reducida al mote de “el padre de la bomba atómica”, sus aportes fueron mucho más allá. Como su creación principal fue utilizada para los ataques a Hiroshima y Nagasaki (algo que él sabía) puede ser considerado parte directa de un genocidio, aunque en aquellos momentos finales de la Segunda Guerra Mundial y en plena euforia patriótica fue aclamado como un héroe (tanto la película en su frase inicial como el título del libro que sirvió de origen se hace referencia a la figura de Prometeo, introductor del fuego e inventor del sacrificio). Oppy, como lo llamaban sus seres queridos, era también un ser inestable, un ególatra, un mujeriego, un neurótico y -según las distintas tesis que maneja Nolan- un revolucionario y un mártir.

Judío, interesado por el marxismo (durante su juventud estuvo ligado al Partido Comunista de los Estados Unidos) y por apoyar al bando republicano en la Guerra Civil Española, el neoyorquino Oppenheimer siempre fue una figura molesta para el establishment militar y político de su país, pero luego de sus investigaciones en la Universidad de Berkeley fue designado como líder científico del Proyecto Manhattan, una iniciativa ultrasecreta que luego de cuatro años y más de 2.000 millones de dólares de inversión en las instalaciones de El Alamo construidas en pleno desierto, permitió desarrollar las primeras bombas nucleares.

Pero, contra todos los pronósticos, Oppenheimer no es tanto una biopic clásica (están, sí, sus desventuras estudiantiles, sus relaciones con la Kitty de Emily Blunt y la Jean de Florence Pugh, sus encuentros con el Albert Einstein que interpreta Tom Conti y su período en Los Alamos bajo la supervisión del teniente general Leslie Groves que encarna Matt Damon), sino sobre todo un thriller judicial. Es que en las múltiples líneas narrativas del film que alternan el color con el blanco y negro se van exponiendo las distintas conspiraciones y venganzas en el marco de audiencias internas manejadas con no pocas trampas y sesiones en el Congreso tendientes a desprestigiarlo y, ya en plena Guerra Fría y auge del macartismo, a asociarlo con el comunismo, humillarlo de manera pública para para destruir su credibilidad, quitarle todo poder y desacreditar así las siempre incómodas posiciones que tenía en cada una de sus apariciones públicas.

Nolan, por lo tanto, eligió un personaje, unos hechos y un período de la historia estadounidense realmente fascinantes, pero todo lo de profundo, potente y conmovedor que ofrece Oppenheimer también lo tiene de recargado, grandilocuente y abrumador, características que el director viene desarrollando en toda su filmografía, pero que aquí lucen más innecesarias que nunca. Es que este mismo melodrama podría haberse contado sin tanta música pomposa (espero le hayan pagado horas extras a Ludwig Göransson), sin tanto efecto de montaje ni saltos temporales. Pero es también esa ambición desmedida, esas ínfulas de buscarlo todo, de quererlo todo, de jamás limitarse, lo que lo han convertido en un autor tan reverenciado y con tanto poder dentro de la industria.

Es que, en esencia, Oppenheimer es una buena (por momentos muy buena) película clásica (alejada de la pretenciosidad de El origen, Interestelar y Tenet), pero igualmente revestida de una pirotecnia y una ostentación que quitan más (a nivel dramático) de lo que agregan (a nivel formal).

Vista en una sala IMAX (se filmó con esta tecnología), Oppenheimer deslumbra a nivel visual y sonoro, aunque es una película menos espectacular que varios de sus trabajos anteriores. Más contenida y concentrada, permite el lucimiento no solo de Cillian Murphy (quien interpreta al protagonista de joven, de adulto y ya de veterano) sino también de uno de los elencos más impresionantes que se hayan reunido diría que en la historia del cine. Es cierto que, por ejemplo, Gary Oldman (como el presidente Harry S. Truman), Rami Malek (como el físico David Hill) o Kenneth Branagh (como el científico danés Niels Bohr) tienen apariciones mínimas limitadas a una o dos escenas, pero lo de Jason Clarke (como Roger Robb, el cruel consejero que en 1954 lideró el proceso para demoler al protagonista) o lo de Robert Downey Jr. (como Lewis Strauss, el manipulador responsable de la Comisión de Energía Atómica) son trabajos de primerísimo nivel.

Y así volvemos a la pregunta inicial y a un atisbo de respuesta: Julius Robert Oppenheimer resultó un protagonista decisivo y al mismo tiempo una víctima de su tiempo, pero -ante todo y sobre todo- fue un auténtico héroe trágico. Nolan le otorga, en ese sentido, una merecida dimensión histórica en una película inteligente, valiosa y muy pertinente para estos tiempos aciagos. En todos los cines.

Fuente: Otros Cines, Diego Batlle.

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