En un costado del andén se la ve apoyada en la baranda, cabello rubio con rulos, sonrisa fácil y una tranquilidad que transmite la más profunda sensación de paz que se puede encontrar por la zona. Al acercarse se nota que tiene colgado de lado un pequeño instrumento, parecido a una guitarra pero con cuatro cuerdas. Se acercan algunos niños pensando que se trataba de un juguete y ahí Lisa empieza con su show, cálido, sentido, generoso.
Tiene 29 años y nació en Berlín, es terapeuta infantil y participa de una ONG europea que recluta voluntarios para ayudar en tiempos de guerra. Cuando le pedimos conversar, si bien fue atenta, mucho no la convencía la idea pero accedió. “Se llama ukelele y me enamoré de él en Filipinas. Antes iba con mi guitarra, este es más cómodo y suena muy lindo“, a los chicos les canta en alemán o en inglés. Muchas veces las madres se los dejan mientras van al baño o realizar algún trámite en la estación de Przemyśl. Esa es su tarea, entretener en un lugar donde esa palabra no hay diccionario que pueda traducirla.
Está acompañada por dos irlandeses y un inglés, quienes hacen las veces de voluntarios. Ayudan con los bultos para subir y bajar de los trenes a las familias en un ir y venir incansable, es fácil ver dos o tres mujeres con niños, alguna mascota y siete u ocho bolsos de cosas. Los voluntarios (pechera naranja o verde fluo) van como ejército para que los ucranianos pueden trasladarse con esa cantidad de equipaje imposible de sostener por ellos mismos. Esa es una de las tareas de mayor exigencia física porque no paran. Mientras sus compañeros van y vienen ella sigue, sonrisa mediante, cantando sus canciones de “paz”, no infantiles aclara.
Apenas 29 años y ya estuvo en Filipinas, donde se encontró con su amado ukelele, en África varias veces, en Kosovo y Afganistán. Ahora su música se trasladó a Europa del este, posiblemente cuando la guerra sea un recuerdo oscuro en la cabecita de los más pequeños, ellos recordarán la música Lisa y su ukelele filipino.
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