En Vera Mujica al 4800, en el corazón del barrio Acindar en la zona sudoeste de Rosario, todos conocían a Tamara Marionsini, la mujer de 53 años que hacía más de dos décadas era la dueña del almacén “Lo ‘e la Mara”, en el mismo lugar donde tenía su casa, una vivienda de dos pisos bien arreglada en un barrio de trabajadores. Había conseguido a base de mucho sacrificio criar sola a su único hijo Mauricio, que tuvo a los veinte y al que le dio hasta su apellido. Luchadora como era, había conseguido también ganarle una pelea al cáncer y había conocido a Silvio, su pareja con la que se sentía feliz y con quien planeaba casarse. Así la recuerdan hoy sus vecinos, que no salen del asombro y del dolor tras el macabro doble crimen del sábado, para el que todavía no hay respuestas pero sí un prófugo sindicado como autor de los hechos: el propio hijo de Tamara.
Ayelén, vecina a la que Tamara quería como si fuera su hija, le cuenta ahora a Red Boing, en medio del estupor: “Siempre me mandaba mensajes contando lo que hacía, si estaba bien o como se sentía. Y el sábado me llamó la atención que no me había mandado nada, además el empleado que tenía tampoco tenía mucha información de por qué no había abierto el almacén, cosa que no pasaba nunca. Yo estaba sentada en la vereda al mediodía, cuando él pasa y cuenta que se había escrito por Whatsapp con Tamara y que por texto le había respondido que tenía la cadera quebrada y que se había ido al médico con el marido”.
La situación ya era rara y entonces la vecina de la almacenera a la que todos querían en Acindar, quiso probar ella misma para ver qué respuesta había: “Al rato yo le mando y me contesta también con un mensaje de texto de Whatsapp. Me dice que se había peleado con Silvio, que era su pareja. Y que no quería ver a nadie. Ahí ya sí nos dimos cuenta que seguro no era ella y yo empiezo a temblar toda. Llamé a más vecinos y a la policía, hasta que decidimos entrar. Yo tengo la llave del negocio, porque ella me había hecho una copia por cualquier cosa que pasara. Y al abrir la puerta, lo que vimos fue terrible: la había torturado y la había apuñalado por todos lados. Ella estaba tirada en el kiosco y Silvio más adentro, al lado de un freezer, al que el hijo de Tamara le había sacado todas las botellas. Los cuerpos estaban metidos en bolsas de consorcio. Y encima cuando ingresamos, el asesino se escapa por los techos cuando nos vio”.
Un hijo celoso, drogas, deudas y un plan criminal a la vista
El fiscal a cargo de la causa es Alejandro Ferlazzo. El principal y único sospechoso por el doble crimen es Mauricio Marionsini, el hijo de Tamara que se hizo pasar por ella cuando los vecinos escribieron al Whatsapp preocupados porque no veían movimientos en el negocio que siempre estaba abiertos los sábados y que escapó por los techos cuando vio que entraban al almacén. “Pidió un Uber. Eso es lo último que sabemos”, explicó Ayelén, que dio su testimonio a la justicia.
Mauricio Marionsini tiene pedido de captura por parte del Ministerio Público de la Acusación, que extendió el pedido a otros países a través de Interpol. Tiene 33 años y fue integrante de la Prefectura Naval hasta 2019, cuando se fue de la fuerza con un sumario administrativo y una presunta denuncia por estafa. Los vecinos cuentan ahora que después de aquel hecho se fue a vivir a Estados Unidos. De nuevo en Rosario, habría tenido problemas con el consumo de drogas y podría haber contraído alguna deuda. Es una de las hipótesis que maneja el fiscal Ferlazzo en su investigación, que no confirmó ninguno de los móviles posibles.
Cuando el ex prefecto volvió a la Argentina, además su madre estaba en pareja con Silvio, con el que compartía viajes y aventuras, publicando fotos juntos en las redes sociales para dejar registro de ese amor. Y planeaban casarse. “Eso no le gustó nada. Mauricio se puso celoso”, afirman ahora los vecinos que los conocían.
Al ingresar al domicilio de Tamara, además de la escena macabros que se encontró, había un detalle increíble: el asesino había escrito en una hoja la noche anterior todo lo que iba a hacer, empezando por sacar el dinero del almacén “cuando se va Juan” (N. de la R: el empleado del negocio) y luego enumeraba: mataría primero a su “vieja”, luego “a Silvio”, cambiaría el chip del teléfono, vendería el auto y la moto, compraría pasajes para irse del país.
De acuerdo a lo que explicó el fiscal, luego de cometidos los crímenes con un arma blanca, había limpiado la escena borrando rastros de sangre, que se encontraron con pericias de Luminol. “Existían amenazas previas y agresiones del hijo contra su madre. También estamos analizando cuestiones de índole económico, vinculadas a la propiedad de la casa”, dijo Ferlazzo.
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