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Opinión

La vergüenza de Winnie Pooh

Los dibujos del osito fanático de la miel estaban en una carpeta en la casa donde torturaron hasta matar a Lucio Maldonado. Una vez más las similitudes con los grupos de tareas parapoliciales que funcionaron antes y después del golpe de estado del 24 de marzo.

En el interior de la carpeta de Winnie Pooh había boletas, impuestos, recibos y otras facturas que llevaron a detectar nombres y domicilios de gente que se asociaba con Esteban Lindor Alvarado con el objetivo de lavar dinero procedente de negocios varios vinculados al contrabando, negocios de ocasión, narcotráfico y del permanente y redituable oficio de matar gente más allá de las cuestiones personales.

La que hizo semejante investigación se llama Marina Marsilli, una doctora en ciencias económicas que tiene una lucidez, una sensibilidad y un compromiso difícil de encontrar en las distintas agencias del estado provincial. Su fenomenal valentía contrasta con tanta hipocresía institucional. Alvarado necesitó de los servicios de un personal policial que trabajaba con Marina, Pablo Báncora, para saber la dirección de su casa y enviar primero la cabeza de un perro y luego fusilar la vivienda sin importarle nada lo que podía ocurrir con la nutrida familia de la investigadora.

En la octava semana del juicio, el martes 12 y el miércoles 13 de abril, el testimonio preciso, contundente y meticuloso de Marina demostró que es una mujer que sintetiza los anhelos de transparencia, justicia y ética de las mayorías populares que quisieran palpar que esas condiciones están presentes en todas las esferas de todos los gobiernos.

Pero la carpeta de Winnie Pooh también permitió observar el comportamiento de las matrices que sintetizan el lavado de dinero en las bandas de narcomenudeo que, como siempre, son narcopoliciales en cualquier gran provincia argentina.

Esas pautas de comportamientos comunes son: domicilios en los que figuran distintas empresas, yuxtaposición de nombres, las mismas personas que participan en varias de esas firmas algunas de las cuales son fantasmas contables y diversificación económica.

La misma lógica que tienen los negocios y negociados que se verifican en la serie de estafas constatadas en Vicentin: multitud de firmas, las mismas personas, distintos directorios, dinero que circula entre ellos y cajas para blanquear ese flujo de divisas hacia el exterior. Lo que es arriba es abajo, dice una vieja frase atribuida a la mitología egipcia.

Pero Alvarado está lejos de la dulzura de Winnie Pooh, la mitología egipcia y las alfombras rojas de la Bolsa de Comercio.

Su crecimiento y desarrollo económico es proporcional a la protección estatal que fue construyendo desde el año 2006 en adelante junto a su ex socio Luis Medina. Protección política, judicial, empresarial y policial.

Cuando Marina Marsilli y los fiscales Schiappa Pietra y Edery y la doctora Belmonte salieron de la declaración estaban emocionados y satisfechos por el trabajo. Pero era una postal que denunciaba con lapidaria claridad la soledad del grupo de cuatro personas que están peleando contra mafias con conexiones dentro de los poderes republicanos en la provincia de Santa Fe, la segunda en importancia en la Argentina crepuscular del siglo veintiuno.

Pero a pesar de semejante soledad, el trabajo de estas personas sintetiza lo que hacen miles de anónimos que todos los días intentan transformar la realidad aunque los negocios ilegales parecen llevarse puesto todo incluso hasta la dulzura de Winnie Pooh.

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