La capital polaca entre los años 1939 y 1945, durante la ocupación Nazi que lideró Adolf Hitler fue literalmente destruida. Con saña de la peor calaña, solo porque intentó defenderse y se levantó contra el ejército alemán, cosa que enfureció a sus altos rangos. Por aquellos tiempos nadie los ayudó y la ciudad quedó hecha polvo. Se sintieron solos y abandonados por el mundo entero.
“Todos tenemos un abuelo que nos contó de aquello, nos dejaron a la deriva”, relató Vlascov (un policía de unos 50 años) que al descubrir un argentino se acercó con Maradona como carta de presentación. “Hoy Varsovia quiere demostrar que somos gente y no se les da la espalda a los ucranianos. Es como una revancha para nosotros”, culminó para volver a sus tareas.
Estaba en la estación de colectivos más importante de la ciudad Warszana Zachodnia, repleta de refugiados. Lugar en donde se juntan donaciones de todo tipo, una gran carpa con los colores de Ucrania sirve para comedor, mientras los demás voluntarios (la mayoría son jóvenes que van de 20 a 40 años), identificados con chalecos fluos, van clasificando la ropa que llega de a montones. Casi convertida en un centro de paz, y ese es el orgullo de los polacos.
El que llega a Varsovia, a poco menos de 400 km de la frontera y 800 de Kiev (capital de Ucrania), está a salvo. “Nunca vi tanta gente en la capital”, sentenció Vlascov. Los hoteles de 3, 4 y 5 estrellas colapsaron por tiempo indeterminado según un conserje del Marriot, mientras que en el Hilton pasa algo por el estilo. “Hay mucha gente de plata en Ucrania y se vino para Varsovia a vivir en hoteles de lujo”, apuntó el sorprendido empleado. Pero de ahí para abajo tampoco hay disponibles. Está copada. A los polacos les cuesta comunicarse, no es un centro turístico y van por la vida cerrados en su idioma, pocos hablan algo de inglés y el español es chino.
La estación central de trenes, Warszawa Centralina, está en el corazón de la ciudad. La planta baja se ocupa de la venta de boletos de trenes, después viene un McDonald’s´, y varios pisos de negocios y oficinas. Hoy sus pasillos son un hotel alojamiento en donde se confunden personas que van desde infantes hasta aproximadamente los 60 años, “los ancianos se quedan a cuidar lo que queda”, comentaban ante la curiosidad del periodista al no observar gente más grande. Niños y perros, que lucen entrenados para estar atados y no quejarse (ladrar). Los adolescentes apuran una suerte de fogón y se permitían algunas risas. Los adultos no. Ellos, con ojos deshabitados, saben que nada será igual. En un flash perdieron todo, y sin siquiera poder pelearlo. En una decisión el mundo, ese que supieron construir, se les vino abajo.
Y son los ojos los marcan el camino, los que alzan la voz, los que permiten sacar una foto al cronista asintiendo con la cabeza, la vergüenza ya no existe, es una sinrazón ante tanto sufrimiento. La desesperanza se entrelaza con la realidad, esa que los obligará a empezar otra vez, y ahí está el cultivo que deben cuidar aunque no tengan fuerzas ni ganas. En Varsovia encontraron la paz, un tesoro que la gran mayoría nunca pensó en tener que dejar su vida por encontrarlo, si venía con el manual de estilo.
“Ya no son tiempos de guerras convencionales”, es una las frases que más veces se habrá escuchado o leído desde que Rusia empezó su “ejercicio militar”. Eso no quita que en sus miradas el dolor se note más que el color de los mismos. Polonia los cobijó, Varsovia como dijo Vlascov “tuvo su revancha” para mostrarle al mundo que ellos tienen mucho orgullo para entregarle a sus hermanos ucranianos y no los van a dejar solos.
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