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Opinión

La queja es un placer inútil

Un malestar habita en el sótano del reproche

Plantarse en la queja y desde ahí mirarlo todo suele ser una manera -muy común en los tiempos que corren- de tomar distancia de los problemas, como si la causa o los factores que los sostienen estuvieran siempre afuera. Así, la queja acompaña una presunta posición de ideal, como si uno hiciera todo a la perfección, respondiendo sin fisura alguna. Desde el Olimpo, quien vive en modo queja observa y condena todo lo que los demás hacen mal, bajando el reproche como si fuera el martillo de la justicia. Y en tal movimiento, es inherente la ubicación de sí mismo en una suerte de altar de superioridad moral, cuando no también intelectual: los demás no son suficientemente buenos o aptos; es más, son inmorales, delincuentes, tontos o inútiles. Doble golpe: ensucia afuera y limpia adentro; al mismo tiempo, reprueba al otro y se aprueba a sí mismo. Ahí reside el placer de la queja, pero ese goce -si vale llamarlo así- es inútil, porque debajo de esa fachada sólo hay malestar. Y aquí lo relevante de esta ínfima reflexión -si es que resuena de algún modo dentro tuyo-.

¿Qué se puede hacer con esa tristeza, frustración, impotencia o enojo escondidos debajo de la alfombra de la queja? ¿Cómo puede conducirse ese poderoso caudal emocional de manera tal que active los pasos necesarios para generar un cambio? Y, finalmente, ¿cómo puede transformarse la queja inútil en una que sí valga para algo?

Lo primero es advertir que habita un malestar en el sótano del reproche: no es menor el hecho de (poder) darse cuenta que debajo del prurito hay una espina que está lastimando. Luego, ponerle nombre a las emociones que allí pululan y ubicar sus causas. Sin delimitar el problema -aunque sea mínimamente-, ¿cómo se podría ensayar una respuesta? Finalmente, dar marcha a una contestación que empiece a tener un sentido -siempre personal y dinámico-, dado que la queja, en sí misma, no sirve para nada. Quizás sea la postura de un límite, legítimo y pertinente, a ese otro o esa otra que no está haciendo su parte, la que le toca por rol o responsabilidad y para la cual cuenta con los recursos indicados. En otros casos puede ser que el malestar se transforme en fuente de energía para tomar las riendas en la construcción de una estrategia posible; y aquí debo hacer una pausa. Cuando el problema mismo, consciente o inconscientemente, encierra la imposibilidad de su resolución, entonces es común que la queja comience a sobrevolar el área; la impotencia o la desesperanza saben dispersarse en su denso manto de niebla. Por esto es preciso reformular el problema en términos de una incógnita o escollo que admita variaciones o soluciones. Ahora sí, en el marco de lo posible, sólo queda la decisión de hacerlo. Y así, por último, llega el momento de la definición, la activación que da impulso al inicio del cambio… esto sí que está en la vereda de enfrente de la queja.

 

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