Las luces se apagan; los gritos se encienden. Una plataforma se desprende del techo y, poco a poco, baja hasta el escenario, provocando un efecto instantáneo en las miles de personas que se encuentran en el estadio. El Luna Park empieza a temblar, y Lali, completamente vestida de negro, baja de la estructura.
Eclipse -perteneciente a su último álbum- y Asesina -su tercer sencillo- son las canciones elegidas para abrir el espectáculo, y no es casualidad que eso sea así. Porque la protagonista de la noche jamás improvisa. Y sus fanáticos lo saben a la perfección.
“¿Están listos para el mejor show de sus fuckin’ vidas?”, grita a todo pulmón, mientras se prepara para continuar. Aunque esté formulada como una pregunta, nada tiene de interrogación: es una afirmación que roza el límite de la advertencia e invita a disfrutar de la dosis de pop que se avecina. Una profecía que, acompañada por diez bailarines y una inmensa pantalla, cumplirá 135 minutos después.
El primer cambio de vestuario no sólo deja atrás la estética de cadenas y oscuridad, sino que también presenta a la cantante como lo que es: una auténtica Diva. El soul del single que la describe como una exitosa estrella se fusiona en segundos con un beat de los 70’; entonces, Histeria e Irresistible comienzan a sonar.
Para Soy, tema que le dio nombre a su segundo disco, un perchero lleno de ropa aparece a un costado de la banda. Con tintes de sátira y críticas a la sociedad, la actriz realiza un desfile que, rápidamente, se transforma en melancolía. Porque el show es un repertorio musical, pero a su vez una montaña rusa de emociones. Porque eso es lo que Lali ofrece: una experiencia que va del llanto a la risa y de la risa al llanto.
“Esta es una de mis favoritas. Una de nuestras favoritas”, dice la artista antes de articular la primera frase de Ego. Lo estridente, colorido y bizarro vuelve a aparecer con Lo Que Tengo Yo; el icónico espacio ubicado en Madero y Corrientes se convierte en una fiesta. Tiempo más tarde, Mau y Ricky se suman a la celebración con Sin Querer Queriendo y No Puedo Olvidarte, haciendo que el público estalle.
Fiel a su forma de ser, hace una pausa entre melodía y melodía. Agradece, mira a la multitud con brillo en los ojos, hace chistes sobre sus atuendos y pide por favor que quienes están ubicados donde no cabe un alfiler, cuiden al de al lado. También, agarra las banderas de aquellos que acamparon para tener un lugar preferencial. Entre los retazos de tela que representan a Brasil, Chile, Uruguay, Italia e Israel hay un símbolo de la comunidad LGBTQI+.
“Feliz mes, feliz vida para todos”, expresa agitando los colores del arcoíris y vuelve al fondo de la escena, lista para moverse al ritmo del merengue con Caliente. El momento más íntimo llega cuando los acordes de No Estoy Sola la empujan a recorrer el estadio sobre la misma plataforma que utilizó anteriormente. Y ahí, en ese instante, Lali se quiebra. Deja atrás la show woman y muestra a la chica oriunda de Parque Patricios. “Gracias por estar acá, están locos”, suelta antes de secarse las lágrimas.
La dominatrix regresa al escenario de la mano de Disciplina y, nuevamente, todo es baile. “Mil años luz”, “Único” y “A bailar” mixean los inicios de una adolescente soñadora con el hype propio del género electrónico. Barra de tragos, sus amigos junto a ella -Candela Vetrano y María del Cerro, entre otros- y los músicos fuera de sus posiciones completan el número.
El final se acerca. Reina, Laligera y Boomerang cierran el recital que comenzó pasadas las 21 horas. Para culminar, la cantante pide aplausos para los coristas, el guitarrista, la baterista y el bajista. “Y yo, soy Lali”, expresa antes de ocultarse detrás del telón. Pese a que 12.000 personas corearon su nombre con el corazón, siente la obligación de decir quién es. Como si aún fuese necesaria la autopresentación.
Los reflectores tardan unos segundos en volver a funcionar. Si el aire fuese palpable, cada seguidor podría llevarse un pedazo de adrenalina, asombro, nostalgia y alegría. Porque eso, entre otras cosas, fue el show: una combinación de elementos que, milimétricamente calculados, le dieron vida a algo que hasta el momento no había existido en Argentina.
Con el #DisciplinaTour, Lali no sólo demostró la capacidad que posee para idear un espectáculo de talla mundial, sino que también evidenció que nunca, jamás, se olvida de dónde viene. Ni tampoco de aquellos que la siguen desde el día en que anunció que sería solista. Y mucho menos, de que no tiene techo.
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