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La cultura de la cancelación: ¿búsqueda de justicia o lucha de morales?

Esta semana, Rosario fue sacudida por una noticia trágica: una mujer se olvidó a su perro encerrado en el auto aproximadamente ocho horas y al volver no solo se encontró con la imagen desoladora del animal sin vida, sino, también, con un grupo de personas agrediéndola por el hecho. 

A los insultos y amenazas le siguieron una catarata de escraches tanto a ella como a su comercio de zapatos -del cual es una de las propietarias- en redes sociales, y la detuvieron por maltrato animal.

Durante los siguientes días, la polémica se posicionó entre personas que creían necesario y justo el escrache social, y personas que lo creían excesivo. 

Al abrir las redes sociales -especialmente X- encontramos mensajes que claman por una condena implacable hacia la mujer: “Hay que difundir hasta que la mina no pueda volver a salir a la calle nunca más”.

Por otro lado, se juega un rol muy importante en materia económica. Como se aclaró antes, la mujer es dueña de un comercio de zapatos ubicado en el centro de la ciudad. Testigos del hecho se encargaron de fotografiarlo y viralizarlo para que aquellos que quieran comprar ahí sepan que es un “negocio cancelado” -como puede leerse en la imagen anterior- y cambien su decisión.

Cancelado. La bendita cultura de la cancelación y del escrache social en la que venimos girando hace ya muchos años y nadie tiene respuesta a qué hacer después de condenar.

Se entiende que donde no cae el peso de la ley, las sociedades busquen impartir justicia por mano propia. Pero, ¿hasta qué punto se contempla esta forma de “justicia”? ¿Se puede cancelar en la vida real a alguien? 

“Justicia” sin procesos

Desde RedBoing hablamos con Soledad Fuster, psicóloga especializada en violencia digital y grooming, para entender qué se busca, qué se espera y a qué se llega con los escraches sociales, pero sobre todo, qué hacemos con las personas “canceladas”.

Soledad Fuster (@sole.fuster). Psicóloga especializada en violencia digital y grooming.

Soledad, sobre esto, menciona dos aspectos importantes: “Si vamos a hablar de escraches tenemos que reconocer que se trata de una forma de violencia, reconocida en la Ley Olimpia (Nro. 27.736) como violencia digital. Un escrache, lejos de hacer justicia, reproduce la violencia atentando contra la dignidad y reputación de la persona”.

“Por otro lado, si pensamos en lo que busca la persona que inicia el escrache, o la sociedad que luego lo viraliza (con “likes”, comentarios o reposteos) podríamos pensar, de manera rápida y simplista, que se propone visibilizar una injusticia, agrega.

“Sin embargo -explica-, lo que encontramos en muchísimos casos es que, a diferencia del accionar de la justicia, que se basa en la búsqueda y análisis de evidencia para decidir una condena, en las redes se toma el escrache como una certeza que conduce inmediatamente a una “sentencia social”, vulnerando todo derecho a que la persona acusada -cuya “condena” se traduce en una persecución y un hostigamiento sistemático, de la cual participan, cientos, miles y millones de personas que acusan, agreden y humillan- se defienda”.

Entonces, se plantea que en esa frustración por encontrar justicia sobre ciertas situaciones, las sociedades intentan impartirla por motus propia, pero al hacerlo borran el derecho a inocencia del condenado. No hay dudas respecto a la veracidad de la culpabilidad y, de haberlas, quedan completamente tapadas por la ola viral de acusaciones que, claro está, pesan mucho más.

En Rosario existió un caso que ejemplifica de manera perfecta esto que se acaba de plantear: en el año 2018, una chica acusó a Javier Messina – conocido por ser un músico de la ciudad apodado “Dios Punk” – de haberla drogado con “burundanga” mientras ofrecía su fanzine en el colectivo. 

Esto desató un escrache masivo y un hostigamiento intenso, a pesar de que la justicia desestimó las acusaciones. Este acoso constante, tanto en redes como en su vida cotidiana, afectó gravemente su salud mental. En noviembre de 2019, tras más de un año de estigmatización, Messina decidió quitarse la vida.

Dios Punk en la peatonal de Rosario

Soledad pone el foco en que este no es un hecho aislado: “Al consultorio llegan chicos y chicas de diferentes edades y personas adultas de distintas profesiones, gravemente afectadas por situaciones de escrache. Con angustias recurrentes, dificultades para dormir, pesadillas, ataques de pánico, alteraciones en la alimentación, pérdida del apetito,  aislamiento e incluso ideaciones suicidas… porque cuando el dolor no encuentra alivio posible, esta última comienza a imponerse como alternativa”. 

Y añade: “A diferencia de la Justicia tal y como la conocemos, con tiempos de investigación y penas con duración determinada, la condena social -lejos de hacer justicia- vulnera derechos perpetuando una condena en entornos digitales donde, aún cuando se cuente con vías de denuncia, no existe derecho al olvido”.

Todo lo que compartimos en redes sociales deja de ser nuestro para ser de un otro que ni siquiera conocemos. Se pierde el control de quién agarra nuestra palabra y la comparte o la desmiente. El otro agrega y modifica, y lo pasa a millones de otros que repiten el patrón. La situación se sale de nuestras manos y es en ese momento donde la palabra del “condenado” pierde valor y su defensa es imposible de ejecutar.

“Esta violencia impacta en la subjetividad de las personas escrachadas y en el desarrollo de su vida cotidiana, las expone a una permanente agresión frente a la cual, ni siquiera siendo ‘inocente’ pueden responder, defenderse ni detener. Esta permanente exposición a situaciones de estrés pueden generar consecuencias psicológicas y también físicas, desencadenando enfermedades orgánicas”, detalla Soledad desde lo experimentado en los consultorios.

El horizonte del escrache social

Respecto a la búsqueda social, intentando profundizar en ella, explica que más allá de resultar una vía inmediata de descarga de enojo, angustia o desesperación, muchas veces los escraches responden a una necesidad de reconocimiento personal: “Aunque no sean todos los casos, encuentro una y otra vez situaciones completamente arbitrarias, donde lo que prevalece no es la visibilización de una situación interpretada como injusta, sino una actitud egocéntrica que busca obtener reconocimiento a través de la cantidad de likes, comentarios y seguidores que gana con la publicación realizada”.

Ahora bien, una vez pasado el tiempo, ¿qué hacemos con las personas escrachadas? Esos que no van a ser juzgados por el peso de la ley, quienes no tendrán una condena ni marcharán presos, pero que socialmente caminarán con un cartel de “cancelado” en la espalda.

Soledad, como psicológica, brinda las herramientas que se tienen a disposición en estos casos: “Según la situación, la edad y contexto del escrache podrá activarse el nuevo protocolo escolar ante situaciones de violencia digital si estamos frente a niños, niñas o adolescentes, denunciar en comisarías y en la red social donde se realizó el escrache, pedir asesoramiento en la línea gratuita 144 o solicitar atención psicológica (Raíces: Red de Asistencia y capacitación específica en Salud Tel: 9 11 6747-2294 Web: www.raicesredasistencial.com/ Ig: Raíces.saludmental)”

Los escraches sociales se instalaron como una herramienta de desahogo buscando realizar alguna especie de catarsis y condenar lo que no juzgó la ley. Sin embargo, la cultura de la cancelación trajo consigo más aspectos negativos que positivos. 

La línea entre buscar la justicia que no existe en la leyes y querer desatar una lucha de morales es muy fina. Exponer que tenemos mejores formas de actuar y pensar que el otro nos genera satisfacción, pero corre el foco. ¿Por quién luchamos? ¿Nos importa, en este caso, el perro que murió en el auto o solo queremos demostrar que nosotros jamás olvidaremos a nuestra mascota encerrada? 

De importarnos el animal, ¿qué beneficio obtenemos apedreando a su dueña o sacándole clientes a su negocio? En dos o tres meses, ¿vamos a estar gozando de lo obtenido a raíz de un escrache en redes sociales o nos vamos a olvidar de la noticia -como pasa en la mayoría de los casos- y dejar a una persona con la cabeza arruinada por el hostigamiento?

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