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La cabeza de Putin

La guerra estalló. Hace algunas semanas cuando el tema era casi ignorado por los medios de comunicación de la Argentina este portal alertaba sobre la alta posibilidad del conflicto armado y el regreso del fantasma nuclear. ¿Quién es realmente Vladimir Putin?, el hombre que tiene en vilo a occidente, como ha sido su vida, y por qué piensa como piensa.

La calificación de su conducta o los paralelismos con personajes de la historia queda para los lectores. Se propone un viaje por su vida, hasta llegar a ser hoy quien es.

Nació en Leningrado, actual San Petesburgo en 1950 y fue hijo de un héroe de la gran guerra patriótica como llaman los rusos a la segunda guerra mundial que había sobrevivido al horror del sitio de la ciudad realizado por los nazis durante casi tres años en el cual murieron más de 2.000.000 millones de rusos, incluidos hermanos y familiares de Putin.
Fue un niño pobre más en una ciudad en ruinas, viviendo como miles de familias de la posguerra en un departamento compartido en el cual su núcleo familiar solo tenía una habitación.

De cuerpo menudo tuvo que aprender a pelear en la calle, y las pandillas fueron su refugio. Luego en la escuela a pesar de ser un niño y adolescente, parco y distante, comenzó a destacarse como un buen estudiante y amante de los deportes. El judo se convirtió en una pasión que lo acompañaría toda la vida llegando a ser unos de las pocas personas en el mundo en ser octavo dan, y presidente honorario de federación internacional cargo del cual acaba de ser suspendido por la invasión a Ucrania.

Sus mejores biógrafos cuentan que siempre sintió la vocación de ser espía inducido por alguna película popular del cine propagandístico soviético de los 60, y hasta intentó presentarse voluntariamente para serlo al terminar el colegio secundario en alguna oficina de la KGB siendo rechazado, aunque luego ya en épocas de la universidad fue reclutado para los servicios de seguridad.

Si Putin había imaginado un destino heroico en ese trabajo la realidad lo llevó a otras circunstancias. Pasó a ser un burócrata de oficina que administraba papeles e informes de extranjeros o personas que podían ser sospechosas de actividades contrarias a los intereses del estado, hecho que no lo produjo ninguna contradicción y aparentemente cumplió a rajatabla.
Quizás entre la historia de su familia, las calles, la guerra y la disciplina del temible servicio secreto se haya moldeado su carácter de hierro.

Conocer el idioma alemán le permitió ser reasignado a la KGB en Alemania Oriental en los años previos al derrumbe del muro de Berlín y fue testigo del mismo desde Dresde. Su vuelta a la URSS coincidió con el final del mundo comunista en el que había crecido, había soñado defender y que ahora caía como un castillo de arena.

En la nueva Rusia que intentaba la democracia, la vida lo llevo a convertirse en el hombre de confianza de Anatoli Sobcchak, uno de los líderes más prestigiosos del país en esos años turbulentos, elegido primer alcalde por el voto popular en San Petesburgo, quien curiosamente le ofreció trabajo por el prestigio que Putin había acumulado en la KGB.

Cuando la estrella política de Sobcchak se apagó, llegó casi de casualidad al Kremlin como un burócrata más pero rápidamente ganó respeto por perseguir casos de corrupción, inventariar bienes del estado ruso perdidos en el mundo y participar en una reestructuración de las áreas de inteligencia, en el FSB, la agencia que sucedió a la KGB soviética.
En ese recorrido Boris Yeltsin puso sus ojos en él.

Su capacidad y lealtad lo hicieron destacarse en un momento en que la Rusia democrática nacida luego de la caída de la URSS agonizaba. Yeltsin pensó que era el hombre capaz de impedir el colapso total y sin que nadie lo percibiera lo eligió su sucesor. Y su estilo fue particular desde el primer momento.

Nunca hizo actos públicos ni discursos, solo siguió trabajando en su cargo hecho ampliamente reflejado por la prensa oficial y así agigantó su figura casi desconocida para el gran público. El 1 de enero del 2000 entro solo caminando al Kremlin como presidente electo prometiendo la unidad de la gran Rusia y reivindicando el derecho a hacerse respetar en el mundo.

La guerra siempre fue su lenguaje. El final en Chechenia persiguiendo al terrorismo, Georgia mas adelante, la anexión de Crimea, y los prólogos de esta guerra con Ucrania. En cada oportunidad supo convencer a su nación que el destino de Rusia se jugaba en cada una de ellas. Y que los enemigos históricos, principalmente occidente estaban tras el otro bando, sea cual fuera

Sus víctimas preferidas fueron sus detractores sean políticos, periodistas o dirigentes de organizaciones no gubernamentales que enfrentaron la cárcel, el exilio forzado y en más de un caso muertes dudosas. Aunque la victima principal fue la incipiente democracia nacida en los 90, que fue perdiendo contenido en aras de la seguridad nacional, la estabilidad financiera y la necesidad de centralizar más y más el poder frente a las amenazas externas.

Pero Rusia no es occidente. El concepto de democracia es distinto y hasta relativo para sus ciudadanos herederos de tradiciones zaristas y luego soviéticas. La mayoría de la sociedad lo acompañó en este proceso, alentado también por un crecimiento económico que permitió mejorar las condiciones de vida de la población en sus 20 años en el poder.

Quedan dos preguntas sin respuestas hoy, a 4 días de haberse iniciado esta guerra. Hasta donde los rusos van a seguir acompañando a Putin? La prensa refleja tímidas protestas. Y hasta donde está dispuesto a llegar el hombre de los ojos azules hielo, en lo que considera la defensa de los intereses de su nación. A todo?

Enfrente, entre quienes se rasgan las vestiduras en nombre de la paz, tiene a iguales, peores y mejores. Y a la humanidad que vuelve a convivir con el fantasma nuclear en el teatro de la guerra donde sobran halcones y faltan palomas.

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