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Información General
POR LUCAS RASPALL

Estrés y sensibilidad: una ecuación sencilla en tiempos de confinamiento

Prof. Dr. Lucas Raspall

Médico Psiquiatra. Psicoterapeuta.

La cuenta es rápida: a mayor nivel de estrés, menor sensibilidad parental. Si entendemos que esto es ley, el paso que sigue es fortalecer nuestros recursos para que la disponibilidad hacia nuestros hijos no se desplome.

Cómo evitar el estrés en niños debido a la cuarentena por el COVID-19?

Estamos atravesando un momento de nuestras vidas en el que el estrés trepa: el confinamiento, la incertidumbre, las dificultades laborales y económicas, la falta de los ordenadores más comunes –el trabajo y la escuela-, la pérdida de las rutinas, los chicos adentro de casa –sin actividades-, todos adentro, con los roces que esto puede conllevar… La presión aumenta de manera exponencial; la pava está (casi) siempre a punto de chillar. En la medida en que las exigencias y demandas suben, nuestros recursos para hacerles frente y gestionarlas comienzan a ser sobreexigidos o agotados, sin poder dar cuenta de las necesidades.

Por su lado, la sensibilidad parental refiere a esa capacidad que permite a madres y padres posar una mirada atenta a lo que le sucede a sus hijos, interpretando de manera adecuada sus necesidades. Sintonizar con su mundo emocional y responder de la forma en que precisan en los distintos momentos del día –seguramente, varias veces al día- requiere de una disponibilidad alta, atada a la posibilidad de hacer la pausa, conectar y mostrarse accesible como refugio para acompañar en la gestión de lo que les pasa.

Ahora volvemos a la ecuación: a mayor estrés, menor sensibilidad. Por ende, para que la sensibilidad parental no disminuya, es preciso generar o fortificar nuestros recursos para hacer frente al estrés. Darnos cuenta de nuestro malestar, nuestros miedos, ansiedades, enojos y frustraciones, para encontrar la manera saludable de drenarlo. Madres y padres debemos ser quienes atenúen o amortigüen el impacto de lo que está pasando, y no al revés. Nos toca a nosotros construir el círculo de seguridad para ellos, dado que somos –o debemos serlo- los:

  • más grandes: de nosotros se espera tomar el lugar que nos toca en la asimetría de la relación, sin invertir los roles, conduciendo;
  • más fuertes: de nosotros se espera el vigor de los recursos necesarios para proteger, acompañar, contener y recibir las necesidades de nuestros hijos,
  • más sabios: de nosotros se espera una lectura precisa de sus experiencias, de lo que les está pasando y, por ende, de lo que necesitan,
  • más bondadosos: de nosotros se espera la mirada empática y compasiva, defendiendo siempre el interés superior del niño.

 

Aquí nuestro desafío –y deber-: que nuestros hijos no sean el blanco de nuestra descarga, que no sean ellos quienes sufran el golpe de lo que a nosotros nos sucede.

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