Por Gabriel Pennise, en primera persona.
Fue un día complicado y vos dirás pero: “si está en la guerra”, ¿habrá días que son complicados? Si los hay, son aquellos que la secuencia de las noticias van pasando de manera desordenada pero localizables.
Que el sábado sea el día de descanso para los judíos, fue su maldición en el tan presente 7 de octubre, porque se juntaba el Shabat (tradición milenaria) con la Simjat Torá. Que es la festividad por sí misma, dos fiestas para el descuido más grande la historia. La Simjat Torá es una celebración cuando terminan de leer la Biblia suya (Torá) y es la alegría por la vida misma. Dos fiestas con mayoría de soldados en sus casas. Dos fiestas que marcaron el principio del fin.
Hoy el Shabat se celebraba sin estridencias de ningún tipo, mucho rezo, compartir con la familia la comida que se hizo ayer, está prohibido cocinar, andar en auto, y salir solo para rezar. Empieza con el crepúsculo del viernes y termina con la puesta del sol del sábado. Y para que nadie piense que unas vacaciones en Tel Aviv (ciudad bellísima) es lo más, pasó lo qué pasa en un guerra, sirena aguda, profunda, recalcitrante cuando eran las 4 PM (así dicen ellos) y todos corriendo a los refugios.
Quien escribe esta nota había decidido (suele andar por el camino equivocado) adentrarse en el mar Mediterráneo. Salir del agua con el concierto menos buscado, agarrar la mochila para grabar el momento. “Miren esto es la guerra”, hizo que a pesar de mostrarse firme para correr en la arena, quizás fue uno de los únicos que cuando llegó al refugio de la playa, todos salían porque el peligro había pasado. Las bombas quedaron en el recuerdo, una vez. Por suerte, dicho sea al pasar.
La verdad es que ya estaba para dar por terminado el día, pero no. Ahora se planteaba una guerra administrativa. El GPO (grupo de periodistas acreditados), con un administrador, y sin poder intervenir invitaba a una visita a la zona afectada en el sur del país, a unos 5 kilómetros de la Franja de Gaza. Allá vamos dijo nuestro periodista, pero nunca nada es fácil para un sudamericano. Y en Israel la moneda vale mucho, más que cualquier dosis de entusiasmo desmedido por estar que manifiesta el protagonista de esta nota.
Yovet alquila cascos y chalecos. “Tienen que ser los autorizados por el ejército y no subís sin casco y chaleco”, te aclara Ben, un brasileño del ejército encargado de la expedición. Acá empieza a intervenir Lea una fuerte voz para los latinos en el ejército. El alquiler sale mil dólares, papaaaaaá. Y ahora. “Déjame Lea que voy tratar de convencer a Yovet que soy muy pobre”. Fracaso rotundo en el arranque hasta que surgió el alquiler por dos días y ahí cerramos en una bagatela, 500 dólares por 24 horas, listo estamos preparados. Allá vamos.
Pero no, aparecen los periodistas europeos copando la parada con los euros, “y ellos tienen prioridad porque pagan por ir”. Mientras nos levantábamos del suelo, después de pelear con Mike Tyson, arrancaron los WhatsApp (no sé cómo se escribe ya los odio), Lea, Roni, Mariano y Ben, todos enterados de las flaquezas del sudaca. Eran casi las 23:30 cuando Lea mandó un mensaje alentador, “llegá bien temprano que te subimos”. Ya son casi la una de la mañana, esto una guerra, ya nos dimos cuenta. Pero hay que ir al sur, donde todo comenzó.
En estos momentos se buscan conexiones, un Padre Nuestro, un Ave María. Y por ahí alguna vez leíamos un enamorado de la vida alguien que sugería, repetir antes de dormir y hasta el cansancio el lema: “éxito y riqueza”. Dos palabras que por ahora no son tan amigables. Pero en una guerra vale todo, y en eso estamos.
Mañana les cuento cómo terminó.
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