El triunfo en las PASO de Javier Milei dejó sin reacción al resto de la política argentina. Transcurrió una semana en donde vimos al economista rediseñar su discurso e institucionalizarlo, en un claro indicio de que, ante la responsabilidad de estar cerca de poder gobernar este país, tiene que dejar de hablarle a la militancia más dura, a los indecisos y a los enojados, y comenzar a dar mensajes para el establishment nacional e internacional. El Teorema de Baglini en su máxima expresión. La política local y provincial quedó incómoda con el resultado y alambran sus distritos para continuar con las campañas.
Detonar el Banco Central no se puede, tampoco privatizar la educación o la salud sin tener que pasar por el Congreso. El plan de dolarización fue echado por tierra por Carlos Rodríguez, uno de sus referentes en economía, aunque se buscó otro aliado, Emilio Ocampo, que le trajo una idea a mediano plazo y paulatina como el modelo ecuatoriano. Ya negó que quitará los planes sociales, al menos hasta que la economía se estabilice, ya se sentó con el FMI a charlar algunas condiciones, y puso un freno a muchas de sus enunciaciones grandilocuentes, pero también anunció que romperá relaciones bilaterales con los dos máximos socios comerciales de la Argentina porque son gobiernos comunistas: Brasil y China.
No puede con su genio, o simplemente sigue alimentando a esa masa poblacional que cree en sus propuestas y sus ideas, o que lo acompañó harta del resto de los dirigentes que fracasaron cuando les tocó gobernar. Sin embargo, el poder real mira de cerca a una amenaza para muchos de ellos. Los gremios, los movimientos sociales, la Justicia, el Congreso y, sobre todo, el empresariado local y los grandes terratenientes, quieren saber qué quiere hacer Milei si llega al poder. Hoy es una gran incógnita, y tal vez hay que desglosar su relato para entender el rumbo está decidido a tomar.
Reducir los ministerios puede, es una potestad del poder ejecutivo. También puede eliminar el déficit con un ajuste feroz en el gasto del Estado y eliminando la impresión monetaria excedente a pesar de que se genere una profunda recesión económica. Puede endurecer la relación con los movimientos sociales, sosteniendo un plan mínimo de subsidios para las clases populares como la Asignación Universal por Hijo (AUH), que es por ley, y no mucho más.
También, si quiere, puede cambiar la relación con los mercados internacionales, aunque parece ficticio romper relaciones instantáneamente con China, que nos alimenta de divisas internacionales y con Brasil, principal socio sudamericano. Si quiere, puede salir de la alianza del Mercosur. Y, por supuesto, está en condiciones de llevar adelante un plan de dolarización, aunque hasta que esté en el sillón de Rivadavia no va a saber ni él mismo si están las cosas dadas para aplicarlo ni qué consecuencias puede traer a corto y mediano plazo.
Ya vimos ejemplos de gobiernos de derecha que llegaron al poder con enunciados rimbombantes y que no pudieron cumplir con sus promesas iniciales. Trump anunció en su campaña la construcción de un muro con México para evitar la inmigración ilegal y el tráfico de estupefacientes, y no pudo colocar ni un ladrillo. Lo mismo sucedió con Jair Bolsonaro en Brasil, quien en su campaña hizo una serie de promesas que luego en el ejercicio del gobierno no pudo llevar adelante.
Argentina es una República con su división de poderes bien establecidas. Hay cosas que no se pueden realizar sin pasar por el Congreso, puede haber reclamos de inconstitucionalidad en los decretos y hasta en las leyes que se aprueben, y las grandes reformas pendientes como la laboral, la previsional, la tributaria, la sindical, la penal o la educativa, deben pasar por el ámbito legislativo, más allá del margen de maniobra que tiene cualquier Poder Ejecutivo. Eso lo sabe Milei, y su círculo íntimo de trabajo. Por eso, las señales de esta semana fueron bajar a tierra sus utópicas promesas y dedicarse a avisar que lo del Banco Central es una metáfora, que lo del plan de dolarización es a mediano plazo, que los planes sociales no se tocan, o que Mauricio Macri va a ser su representante ante el mundo si él llega a ganar como presidente.
A tan solo 21 días de las elecciones provinciales y municipales, en Santa Fe los candidatos quedaron sin brújula para trabajar con el anclaje nacional. Todos siguieron sus campañas fingiendo demencia, como se dice ahora, para poder conquistar a un electorado que vota de manera quirúrgica. La ciudadanía no elige lo mismo para la municipalidad que para la provincia, y menos para la presidencia. Separa las ejecutivas de las legislativas. Nadie tiene comprados los votos, ni tampoco hay una identidad partidaria como en el Siglo XX. Las voluntades populares fluctúan, y eso exige a los dirigentes a convencer elección tras elección a sus votantes.
Los indicios en Santa Fe estaban arriba de la mesa, y no los vimos. Un desconocido Edelvino Bodoira pasó a las generales de gobernador, un diputado actual que se llama Juan Argañaraz compite en septiembre para renovar su banca encabezando una de las listas, y un joven de nombre Franco Volpe está en la boleta para cosechar alguna banca en el Concejo Municipal. A todos ellos los une llevar la marca “Viva la Libertad”, que ni siquiera es la oficial de Milei. Sin campañas, sin grandes aparatos, se metieron en la final. Hizo reflexionar a todos los actores de la política santafesina lo sucedido con el economista, aunque no varió el plan de trabajo en el futuro inmediato porque consideran que ahora se abre otra competencia.
Unidos para Cambiar Santa Fe tiene el camino allanado para llevarse las elecciones generales a gobernador, aunque Lewandowski quiere crecer para generar un piso más digno que el cosechado por el peronismo en las PASO de julio. Si vemos el resultado nacional del domingo pasado, Milei ganó en 18 de los 19 departamentos, igual que Pullaro, dejando en claro que hubo mucho voto cruzado entre el ex ministro de Seguridad provincial y el economista. El apoyo del radical era a Horacio Rodríguez Larreta, que perdió su interna con Bullrich, aunque esa derrota no trae consecuencias en el armado local.
Esta semana ya unificaron campañas entre la UCR, el PRO, el socialismo y el partido CREO. Las recorridas, los carteles y el comité de trabajo están conformados para que Pullaro, Clara García y Javkin coincidan en las imágenes publicitarias, en las agendas territoriales y en los medios de comunicación. Las coyunturas de las tres categorías son distintas, porque la de gobernador está casi definida, pero en diputados hay una competencia más fina de la que participa el actual gobernador Perotti, y en la ciudad un balotaje entre Javkin y Monteverde. Sin embargo, apelan a unificar estrategias y a que el logo de la “U” de Unidos sea lo que potencie desde la marca de la nueva coalición la fortaleza electoral para todos los candidatos.
Raúl Baglini, un dirigente radical histórico, enunció una frase que se convirtió en teorema: “Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven”. Es el concepto más claro para poder describir el andar de un Milei que esta semana bajó su tono al hablar, trajo a tierra sus conceptos y convocó a parte de la casta, su antagónico intangible en la campaña, para que forme parte de su hipotético futuro gobierno.
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