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Opinión

El Milagro Medellín, espejo para el presente y el futuro de Rosario y la Argentina

Durante muchos años hablar de Medellín era sinónimo a narcotráfico y hacer referencia a la ciudad más violenta del mundo. En 1991 se perpetraron allí más de 11000 asesinatos. Era el momento de mayor poder del narcoterrorismo impulsado por Pablo Escobar, jefe del Cartel de Medellín, con muertes ordenadas a mansalva, coches bombas, atentados en lugares públicos y reclutamiento de jóvenes en los barrios populares para unirse a su cruzada, que financiaba con los millonarios fondos del tráfico de drogas.

En su demencial guerra abierta contra el estado colombiano, y la ostensible falta de capacidad del mismo para ponerle freno, Escobar se auto generó otros enemigos que lo combatieron con sus mismas armas: paramilitares, sectores guerrilleros y bandas criminales que impulsaban la violencia urbana en todas sus expresiones y que ajustaban sus cuentas con la vida como valor de cambio.

Pasaron 30 años y Medellín cambió radicalmente, hoy es un fenómeno digno de estudio en seguridad y desarrollo social ascendente para buena parte de los intendentes de Latinoamérica y el mundo, quienes indagan en congresos, seminarios y visitas como pudo recuperarse la convivencia y el disfrute ciudadano de los espacios públicos, el control del estado por sobre las organizaciones criminales y especialmente como redujo el 95 % de las muertes violentas y pasar a tener en 2021, 151 días seguidos sin asesinatos.

Recorriendo estas líneas se puede delinear los trazos gruesos de un plan de acción que pudiera sacar a Rosario de la situación en que hoy se encuentra, emparentada a aquella Medellín, siendo la ciudad con peores índices de criminalidad de la Argentina.

Pero vale aclarar algunos puntos, la situación no es comparable en términos reales. El poderío de los carteles de narcotráfico en Colombia y en especial el de Medellín bajo el reinado de Pablo Escobar fue infinitamente superior al que ostentan las organizaciones criminales que operan en Rosario, y los índices de muertes tampoco tienen ninguna correlación. A esto hay que anexar que en Colombia en esos años operaban todo tipo de mafias armadas como hemos citado más arriba. Pero si es cierto que las rosarinas y rosarinos hemos perdido calidad de vida frente a la inseguridad, balaceras, extorsiones a comercios, asesinatos, ocupación y desalojo de viviendas por la fuerza, robos en la vía publica y todo lo que nos lleva a vivir con angustia diariamente.

La pregunta es fácil de realizar: como ellos pudieron resolver un problema 1000 veces más complejo? Y esa fórmula es aplicable aquí?

En primer lugar es necesario decir que no hubo una receta mágica ni una sola política. El trabajo conjunto del gobierno central, el gobierno de la región de Antioquia y las autoridades de Medellín ha sido una constante en estos 30 años. Por supuesto que la persecución militar y de fuerzas de seguridad a verdaderos ejércitos irregulares fue un elemento permanente en la década del 90 y comienzo del 2000 en una verdadera guerra por recuperar el control del ejercicio de la fuerza pública.

Pero hacia el año 2004 los resultados de los diálogos ciudadanos –instancia de articulación comunal similar al presupuesto participativo- reflejaban que los vecinos de las comunas más postergadas requerían además de la respuesta policial otras fundadas en la inversión social.

Las políticas de movilidad sostenible jugaron allí un papel muy importante. En el año 96 se inauguró el Metro de Medellín, sobre ramales en superficie. Se trata de una gigantesca T que cruza el valle sobre el que se asienta la ciudad y llega hasta las laderas de los cerros que la circundan, donde como en casi toda Latinoamérica viven los habitantes más humildes.

Y aquí es donde apareció la imaginación y la osadía en la gestión publica. Hasta ese momento los teleféricos eran instrumentos de traslado de personas que practicaban deportes invernales en lugares exclusivos del mundo. Medellín decidió incorporarlos a su sistema de movilidad pública construyendo cuatro líneas distintas con decenas de estaciones que se internan en las montañas para permitir que sus habitantes puedan bajar a trabajar o pasear en el corazón de la ciudad, conectando con el metro. En todo su trayecto, la tecnología, limpieza, el orden y la modernidad son de primer nivel, con estaciones que poseen plazas secas para el juego de los niños, gimnasios a cielo abierto para los mayores y pequeños centros comerciales que se forman a sabiendas del constante tránsito de personas que por allí circulan.

La Comuna 13 fue la zona de la ciudad donde Escobar ejerció con mayor crueldad un control total sobre la vida y muerte de los habitantes de Medellín. Hoy cuando descendiendo del cable carril y el metro y se empieza a caminar sus calles, se comprueba que han convertido aquello en un paseo turístico con imágenes que conmueven. Una enorme cantidad de pequeños bares, peluquerías atendidas por jóvenes, y puestos de venta de recuerdos de la zona se suceden sin pausa. Y a medida que se empieza a subir, por la topografía del lugar, los murales con un lenguaje claramente direccionados a la paz, contra la violencia armada y en memoria de las víctimas decoran cada pared. Pero hay más, escaleras mecánicas similares a las de cualquier centro comercial resuelven los tramos más empinados, en un circuito que lleva a una vista maravillosa de la ciudad, rodeado de espacios donde se practica hip hop, centros culturales, venta de remeras y todo objeto posible que haga alusión a la comuna. Y en lugares planos aparecen canchas sintéticas de fútbol de 11 con carteles que ponen como condición para usarlas que son espacios libres de pelea.

El morbo comunicacional repite que persiste cierta admiración por la figura de Pablo Escobar en los sectores más postergados de la sociedad. Aunque se trata de una falacia total. El colombiano de cualquier clase se incomoda cuando la conversación intenta ir hacia esa época y los términos de bandido y asesino aparecen con nitidez si se consigue una respuesta. En el recorrido de Comuna 13 no hay una sola imagen, mural, remera u objeto que haga alusión a su presencia que evidentemente los colombianos quieren borrar de su memoria colectiva.

Pero volviendo a la pregunta inicial, si ellos pudieron, Rosario podrá?

En la represión lisa y llana del delito de narcotráfico los sistemas jurídicos son diferentes, pero claramente resulta que la ciudad y región necesitan una policía especialmente entrenada en combatir ese flagelo, que no sea cómplice o socia del delito y que termine con las zonas liberadas a búnkeres que todo el barrio conoce y ve actuar, menos las fuerzas policiales. Esto implica fondos que deben ser aportados por el gobierno federal.
Lo que ocurre en Rosario no es un problema de la ciudad sino del conjunto del país. Se observa durante años como las sucesivas gestiones hacían promesas vagas de incrementar el número de fuerzas federales o crear algún juzgado competente más, sin que estas decisiones políticas, si es que se cumplían, modificaran en algo la situación estructural.

En el único momento en que se percibió un cambio temporal, fue en aquel desembarco de Sergio Berni con un par de millares de efectivos en el gobierno de Cristina Fernández, destinados a las zonas más calientes de la ciudad pero que al aparecer otras prioridades o problemas poco a poco tomaron otros destinos. Luego todo ha sido circo y sobreactuación en la materia, como por ejemplo ahora mismo cuando los rosarinos viven a diario absurdos controles hasta con tanquetas militares en las zonas más acomodadas de la ciudad en los que se les pide a los vehículos particulares la revisión técnica.

Aunque se debe pensar que si más allá de la necesidad urgente de sostener una presencia masiva y permanente de fuerzas federales, contar con una policía especial antidrogas que haga inteligencia y actúe en territorio, como se preguntaron los vecinos colombianos en su momento, si con esto alcanza?

Parece que no. Rosario necesita una enorme inversión social que está totalmente fuera del alcance del presupuesto municipal. Barrios como Tablada, Las Flores, la Granada, Cristalería, Ludueña y otros necesitan cambiar radicalmente su realidad.

Soluciones habitacionales de fondo, más y mejor movilidad publica, centros culturales, gimnasios a cielo abierto, fortalecimiento de la enorme red de clubes de barrio, becas para que los adolescentes no dejen los estudios, formación en oficios que den una rápida y confiable salida laboral, son tópicos que deben estar en un plan integral a 20 años para dejar atrás esta pesadilla.

Imaginar esta combinación de elementos en Tablada, uno de los barrios más atravesados por la violencia al estilo de Comuna 13 en Medellín, sería la tan ansiada solución.

El programa debiera contar con un cronograma para urbanizar una amplia zona de villas de emergencia existente, brindar becas para que los chicos no dejen la escuela, pensar el arte como herramienta y el muralismo como expresión popular para los jóvenes que podría enseñarse en talleres o en los mismos clubes del barrio, y al futbol como elemento de unión de estos tópicos. Allí nació Messi y comenzó a jugar en el club Grandoli. No es utópico imaginar a turistas recorriendo esos lugares en una Tablada segura y embellecida que cuente estas historias.

Es que todas estas vías podrían mostrarle a esos pibes excluidos de todo sistema, que la vida puede ser más hermosa y segura que convertirse en un tiratiros o soldadito de un bunker de venta de drogas. Pero hace falta decisión, políticas de estado de los tres niveles con el gobierno federal como actor principal, sostenibles en el tiempo y mucha inversión de recursos para construir un futuro distinto en esos barrios y en la ciudad.

Carlos Comi

 

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