La negación es la gran facilitadora de tranquilidad.
La negación regala una tranquilidad que contiene como una caricia de la vieja, del viejo, porque sosiega como una frazadita oportuna la noche helada, sosiega en inyecciones de satisfacción, en un abrazo endorfínico que excita y hace absolutas a las convicciones relativas. Odiar a muerte y amar incondicionalmente a Diego Armando Maradona son, finalmente, resultados de una misma ecuación.
Niegan las evidencias quienes odian sin fisuras a ese tipo violento y bocón, tilingo, drogadicto, un zurdo tardío amante del che, peronista millonario y derrochador, padre ausente y tóxico; odian al tipo cristinista que se abrazaba con el Macri de bigotitos. Pero también niegan las evidencias los que aman sin condiciones al mejor jugador de fútbol de la historia, al único que incendió de felicidad y orgullo a un pueblo cagado a palos, al verdugo de los ingleses, irreverente como artista, desafiante, al tipo que puso a Italia de culo al norte, al payaso tierno, vulnerable, al nene de barro de Villa Fiorito que escuchaba Los Palmeras en Dubai.
Lo que ambos niegan, acérrimos, es que puedan coexistir en una sola vida todas esas vidas enemistadas, contrapuestas, inversas y sobre todo, muy sobre todo, una vida que susurra al oído de unos y otros una verdad incómoda: que la certeza es una tiranía empilchada de negación para que nos veamos felices y seguros en el espejo del ascensor.
Tener certezas es un don. Las personas que tienen el conocimiento cabal y claro sobre un asunto, las que están seguras de alguna cosa, las que ya dirimieron, esas personas son privilegiadas. Benditas las personas que no tienen dudas; bendecidas las personas sin contradicciones; aleluya por quienes pisan con seguridad en todas las baldosas de una vida.
En las certezas del odio y el amor hace su rechoncho altar la negación, muy oronda e impoluta, la gran facilitadora de una felicidad posible. Pero el amor y el odio son certezas tiránicas también, son dos cárceles en donde la soledad juega sola a las cartas y siempre gana.
YO SOY UNA INSACIABLE SIEMPRE QUIERO MÁS
Faltaban dos años para el Mundial de México de 1986 y tres para que se estrene el documental “Héroes” (Tony Maylam, 1987) cuando Valeria Lynch grabó su disco “Cada día más” (RCA Victor, 1984). El título del disco hace parte del estribillo de la canción que el Paz Martínez escribió sin pensar en Maradona.
Rick Wakeman, tecladista de la banda YES, ya era consagrado y respetado en todo el mundo cuando fue llamado a componer la música para una película que la FIFA quería hacer ya en 1982 y a la que ya Tony Maylam le había puesto guion y dirección: “Hero” (un título elegido luego del mundial que hacía referencia específica a Diego Maradona pero fue distribuida en Latinoamérica como “Héroes”, en plural) iba a ser un documental que ya contaba con el actor Michael Caine como narrador y que la FIFA financiaría independientemente de qué país resultase campeón. Y fue Argentina.
A Valeria Lynch la llamaron después del mundial, con la gloria futbolística ya alcanzada. La llamaron desde Londres para pedirle autorización de utilizar aquella canción que había grabado dos años antes. Dice la historia que además de aceptar, Valeria no quiso cobrar por ceder los derechos: “Para mí es un honor”, dicen que respondió.
“Más, me das cada día más”, dice el estribillo que el tiempo convirtió en una célula donde se concentró un agradecimiento popular, en algo parecido a una ofrenda de gratitud para el jugador de fútbol que le regaló una alegría a su país cuando la guerra absurda y la democracia altanera, cada cuál a su manera, le daban sendas cachetadas.
Pero la misma canción también contiene dos párrafos que podría un dialoguista poner en boca de dos que se miran a los ojos, sentados en un bar, y se dicen sendas verdades que venían pidiendo oxígeno:
—No es tan fácil convivir conmigo —diría Diego.
—Yo soy una insaciable, quiero siempre más —reconocerían las patrias argentinas.
Y no, no es tan fácil convivir con la obligación de ser siempre algo más. Más correcto, más elegante, más cuidadoso, más consecuente, más sobrio, más amable, más educado, más complaciente, más medido, más moderado. Más promedio, terrenal, normalizado, sencillo, predecible, dosificado, regulado, asequible.
Diego Armando Maradona fue todo lo que los argentinos aman y odian. Fue para cada quién, amadores y odiadores, un desafío incansable que se les aparece en las sombras y en la televisión al mediodía.
ENTRE EL AMOR Y EL ODIO, LAS CONTRADICCIONES
Cargar con una contradicción es convivir entre tensiones, es una condena obstinada y perseverante, una mochila que hunde los hombros y exige definiciones. Padecer la indefinición es un camino cruel, tormentoso, lleno de falsos atajos y de calles sin salida mal señalizadas. Por tanto, para cualquiera, siempre es urgente salir de la incertidumbre aún por los medios desesperados.
La fe podría definirse como aquella creencia que no necesita pruebas para ser. El 28 de octubre de 2019 faltaba un año para que Maradona se muriera, y cerca de las 17 hs él llegó a la ciudad de Rosario siendo DT de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Se alojó en el Hotel Ros Tower de Mitre y Catamarca. Había venido para enfrentar a Newell’s Old Boys en un partido que luego sus dirigidos ganarían por cuatro goles contra ninguno. Pero es una anécdota de planilla, desechable.
Yo trabajaba cerca del hotel y sabía que estaban llegando hinchas de la lepra con la ilusión de que Diego saliera a saludarlos. Sentí recorrerme las piernas y el pecho a una muchedumbre inquieta y anhelante; sentí cómo empuja lo irrefrenable del don de la fe. Cuando no hay certeza, el camino la fe es un recorrido honesto, misericordioso y saludable con uno mismo. Hace mucho tiempo ya que prefiero estar de mi lado aunque no tenga yo razón ni razones.
Soy hincha de Rosario Central, pero caminé lentamente una cuadra completa entre leprosos con banderas rojinegras y cantos eufóricos que rendían homenaje a Maradona y de paso fustigaban a mi equipo. Los escudriñaba con afecto y detalle porque eran iguales a mí, pero opuestos en una fe diferente de la mía.
Cuando salió el Diego a ese balcón se me aflojaron las piernas por una sola razón: entre él y yo no había nada. No era la televisión, no era el cine, no era una foto ni una revista, no era el monitor de la PC ni la pantalla del teléfono. Lo estaba viendo con mis propios ojos por primera vez en mi vida.
Y, SI NO ME TIENEN FE
Soy ateo no practicante y padecer contradicciones es un hábito que me transita inocuo. Lo más amable de la fe es que la verdad de la milanesa está dentro de uno. No se puede delegar ni transferir. Sos vos con tus cartas contra otro vos con otras cartas. Lamentablemente no se me da el don de la fe en Dios que tantas personas en el mundo tienen. Sí se me dio, hace años, la fe en este tipo del que venimos conversando. Una fe que convive con dilemas y contrapuntos, pero elije creer que siempre vale mucho más sentir amor por alguien antes que cobijar un odio inconducente. Porque el odio no sabe hacia dónde va. El amor en cambio, igualmente tirano, recompensa siempre al final del día cuando sos nadie más que vos y tu almohada.
“El último partido de Central con Gimnasia yo estaba detrás de los bancos, y cuando salió Maradona yo lo aplaudía. Y un montón de gente alrededor mío lo insultaba. Yo no podía entender porqué tanto odio con alguien que nos dio tanta alegría”.
“Yo lo vi hacer jueguito con una botella de dos litros de agua mineral y con los cordones de los botines desatados. Y cagándose de risa”.
“Sentí que se nos fue un familiar, porque por más que no lo haya visto él te hacía sentir que nos amaba, aunque no te conozca”.
“Maradona fue Dios y fue el Diablo. Fue el tipo que hizo llorar de emoción con un gol porque hizo el gol justo en el momento justo donde todos los argentinos lo necesitábamos”.
“Yo soy canalla desde lo más interno de mi ser, pero fui uno de los chicos que tuvo el cartelito blanco cuando debutó en Newell’s creo que contra Emelec. Pasé como que jugaba y lo tuve ahí a metros”.
“Yo creo que la angustia es porque el tipo dio la alegría que la gente estaba buscando en el momento, en el 86, con ese gol robado a los ingleses, de bronca, bien choreado, bien afanado, bien tramposo. Devolviendo un poquito lo que ellos nos hicieron a nosotros”.
Elijo amarte, Diego. Elijo ser transitado por incertidumbres de amor y no de odio. Elijo darte las gracias y perdonarte todas las cosas de las que todos estamos hechos.
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