Odiar es un verbo. El odio como tal es un deseo, desearle el mal a algo o a alguien, dice la RAE. La ejecución del odio por si mismo, o por absoluto desprecio a la vida humana, es lo que se vivió en el Kibutz Be’eri. Un olor imposible de olvidar y muy fácil de reconocer por su profundidad. El olor a carne humana quemada es tan horrendo y particular que aquel que lo olió una vez, nunca lo olvidará.
Y si a eso se lo acompaña una geografía de destrucción absoluta, el combo llega hasta lo más profundo del alma. Habían pasado 15 días del fatal 7 de octubre. La característica del lugar es humilde, son vecinos de Gaza, mucha arena, poca vegetación, una zona en donde llegan los más pobres, aspiran progresar para pasar a otro Kibutz. Es posible que en el momento del ataque, los terroristas los hayan encontrado bailando a los mayores, y a los chicos jugando por la celebración de la Simjat Torá, la fiesta más alegre que viven los judíos.
Un rayo cayó en el lugar, pero no vino del cielo, llegó recorriendo 3 kilómetros por tierra. Fueron a matar, civiles, de 0 a 90 años. Y mataron más de 170, el número aumenta porque siguen buscando entre los escombros de las casas del Kibutz, y la búsqueda continúa. En las paredes quedaron reflejados rostros de niños felices que van cambiando con el paso de los años, pero ya no estarán. Muñecos, pelotas y peluches que esperan niños para seguir jugando, ellos también se quedaron sin vida. Fueron mutilados, arrollados por la barbarie humana poseída en Hamas.
¿Alcanza la palabra salvajismo para describir a un hombre degollando un bebé, o acuchillando a un niño que recién empieza a caminar? Eso no es guerra, eso no es terrorismo. Una bomba mata sin distinción alguna, es cierto, y muchos niños están muriendo del otro lado de la frontera.
Pero estos, los del Kibutz Be’eri, fueron cazados por humanos, mutilados y quemados. No hay razón, ni palabra que pueda describir semejante terror. No hay religión que imponga este mandato. Ni siquiera la palabra odio alcanza. Es el final de la especie humana, eso es lo que es. En que mente puede surgir la idea de acribillar madres, padres, niños, niñas y bebés indefensos.
Si el demonio existe pasó por el Kibutz Be’eri, como por otros más. Fue el 7 de octubre de 2023, el día que el demonio enmudeció a todo Israel. Una lágrima recorre la mejilla de cada periodista que estuvo en el lugar, tampoco tiene sentido. Porque no hay una explicación para tanto dolor.
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