Con 73 millones de dólares de recaudación en los cines de Estados Unidos y 28 millones en los del resto del mundo (sigue sumando), este film escrito y dirigido por Osgood “Oz” Perkins se convirtió en la primera producción independiente del año en superar la barrera de los 100 millones de ingresos y en el mayor éxito de terror indie en más de una década. Nada mal para una película cuyo costo estuvo bastante por debajo de los 10 millones y un triunfo indiscutible de marketing para la distribuidora norteamericana Neon. La pregunta, inevitable, es: ¿Justifica el resultado artístico tanto hype que generó en medios y redes sociales? Por eso la reseña de “Longlegs” puede ser útil.
Interesante y valiosa, aunque no siempre lograda, incursión en un género poco habitual para el cine nacional como el western. Tras su estreno en la Competencia Argentina del BAFICI 2024, llega a 27 salas comerciales “Hombre muerto”. También llegan “La forja”, “Robotia, la película” y “Secretos oscuros”. Aquí una selección de reseñas para elegir que ir a ver al cine, porque el cine se ve en el cine.
“Longlegs: Coleccionista de almas”
Por momentos más Zodíaco que El silencio de los inocentes, en otros más heredera del cine estilizado, surreal y sugerente de David Lynch que del terror contemporáneo construido a puro golpe de efecto, el nuevo trabajo del director de February (2015), Soy la cosa linda que vive en la casa (2016) y Gretel & Hansel: Un siniestro cuento de hadas (2020) e hijo de Anthony Perkins (sí, el protagonista de Psicosis) es una buena y atrapante película con algunos atributos particulares (como la irrupción sobre todo en la parte final de un irreconocible Nicolas Cage en el personaje del título) que una prodigiosa campaña de lanzamiento tuvo la inteligencia de potenciar para convertirlo en uno de los eventos del año.
La protagonista de Longlegs: Coleccionista de almas, de todas formas, es Lee Harker (Maika Monroe, vista en Te sigue), una joven agente del FBI a la que en plena década de 1990 le asignan junto al veterano Carter (Blair Underwood) investigar una serie de sangrientos asesinatos en masa ocurridos en el seno de familias aparentemente normales en pueblos y zonas rurales de la región de Oregon (son los “dueños de casa” quienes matan a sus esposas e hijos para luego suicidarse) y en cuyas escenas de los crímienes aparecen unos enigmáticos mensajes firmados por, claro, Longlegs.
Harker, la típica rookie que se ubica en el extremo opuesto del experimentado (y alcohólico) Carter, demuestra una capacidad muy particular para no solo descifrar esas cartas sino incluso pare predecir ciertos hechos que están por producirse. Como suele ocurrir en este tipo de relatos, ellas estará cada vez más obsesionada e involucrada desde lo personal con el desarrollo de los acontecimientos y a partir de una serie de flashbacks setentistas (con uno de ellos en una zona nevada inicia la película) iremos entendiendo por qué.
Longlegs: Coleccionista de almas, que está lejos de ser una película disruptiva ni mucho menos trascendente, se inscribe con orgullo en la fecunda tradición de los thrillers sobre la caza de asesinos seriales (Perkins le debe bastante a David Fincher) y sus mayores méritos artísticos pasan no tanto por las vueltas de tuerca “satánicas” y las sorpresas debidamente calculadas y dosificadas para generar impacto (que las tiene) sino en el trabajo sobre los personajes y la construcción de climas casi siempre sórdidos y pesadillescos. Los principales méritos, por lo tanto, no son los que la convirtieron en un éxito de taquilla pero seguramente ayudaron a que el boca a boca haya resultado tan positivo. Hay buen cine detrás del shock value y eso es lo que realmente importa.
DIEGO BATLLE.
EN SHOWCASE, HOYTS, CINÉPOLIS Y MONUMENTAL.
“Hombre muerto”
Dead Man es el título de un western con Johnny Depp dirigido en 1995 por Jim Jarmusch. Y Hombre muerto es un exponente de ese mismo género, bastante poco transitado por la producción nacional (con honrosas excepciones como Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner; El movimiento, de Benjamín Naishtat; y Fuga de la Patagonia, de Francisco D’Eufemia y Javier Zevallos, por citar algunas).
Hombre muerto es, también, el regreso a la realización de Andrés Tambornino, figura clave del Nuevo Cine Argentino con el corto Dónde y cómo Oliveira perdió a Achala (1995), codirigido con Ulises Rosell; y el largometraje El descanso (2002), realizado junto con Rodrigo Moreno y el propio Rosell. Más allá de algún trabajo posterior (S.O.S. Ex), su carrera se circunscribió al montaje (tiene casi 60 títulos como editor) para ahora regresar detrás de cámara en compañía de Alejandro Gruz.
Rodada en imponentes locaciones naturales de la provincia de La Rioja, Hombre muerto recupera cierta iconografía del género con sus panorámicas de zonas áridas (casi desérticas), minas abandonadas, salinas, el ferrocarril y, claro, conflictos y personajes que -más allá de su impronta local- también coquetean con ciertos estereotipos del western clásico.
Hombre muerto tiene todo para ser una gran película (virtuosa y cuidada puesta en escena, notable fotografía de Alejo Maglio, sólidas actuaciones de los protagonistas Osvaldo Laport y Diego Velázquez, bien acompañados por los ya míticos Daniel Valenzuela y Roly Serrano, la música del siempre talentoso Christian Basso), pero sin embargo no lo es.
Es, sí, un film con algunas buenas escenas donde consigue la tensión dramática que se propone y otros pasajes en los que apuesta por cierto espíritu satírico, pero en este caso la suma de sus partes da menos que cada uno de sus elementos analizados por separado. Es como si en la mixtura, en la combinación, en la alquimia de los múltiples y diverso aspectos de la película no se consiguiera la fórmula perfecta que se deseaba.
Si no fuera porque un recorte periodístico nos informa en determinado que estamos en 1983 (plena primavera alfonsinista) o por la locomotora de un tren, Hombre muerto podría transcurrir en cualquier otro momento porque el look es premeditadamente atemporal. En un pueblo perdido en el medio de la nada (uno con su policía / alguacil y su c Hoyts y Cinépolis.antina / pulpería), El Ingeniero (Diego Velázquez) es quien ha manejado desde siempre los destinos del lugar porque es el dueño de las tierras, pero también de una mina de azufre que ha cerrado dejando a muchos en la miseria. El Ingeniero, que tiene pensado abandonar el lugar más pronto que tarde, es uno de los dos protagonistas, ya que el otro es Almeida (el gran Osvaldo Laport), un hombre huraño que vive alejado de todo y de todos, con la única compañía de Patricia (Yanina Campos), una pareja bastante más joven y que además está embarazada.
La llegada de un adinerado forastero, Simón (Oliver Kolker), que quiere contratar a alguien para que elimine a El Ingeniero, altera la dinámica pueblerina y es el inicio de una serie de enredos, de marchas y contramarchas, en la que cada habitante, desde el comisario (Sebastián Francini) hasta el Padre Francisco (Roly Serrano) o Camilo (Daniel Valenzuela), estará involucrado directa o indirectamente y por distintas motivaciones.
Aunque no siempre la narración funcione en términos de acción, de drama o de comedia según lo planteado por el guion original coescrito por Tambornino y Gabriel Medina, Hombre muerto es un film para admirar en muchos sentidos. Uno hubiera querido que el resultado fuese brillante en todos los terrenos porque el talento de sus hacedores está ahí, es palpable, y, por eso, porque se estuvo tan cerca, la sensación final es un poco frustrante. Pero quedémonos esta vez con el vaso medio lleno: el cine argentino recupera varios aspectos del mejor western (el género clásico de Hollywood por antonomasia ) y lo adapta a una dinámica y una impronta locales. Bienvenidos sean la búsqueda, el intento y varios de sus no menores hallazgos.
DIEGO BATLLE.
EN HOYTS Y CINÉPOLIS.
“La forja”
Un año después de terminar la preparatoria y sin planes para el futuro, Isaiah Wright es desafiado por su madre y un exitoso hombre de negocios a trazar un mejor rumbo para su vida. A través de las oraciones de su madre y de la Sra. Clara, y el discipulado bíblico de su nuevo mentor, Isaiah comienza a descubrir que el propósito de Dios para su vida es mucho más de lo que podía imaginar.
EN LOS CINES SHOWCASE, HOYTS Y CINÉPOLIS.
“Robotia, la película”
Si hay algo que le sobra a Robotia son buenas intenciones. Detrás de este proyecto animado de origen argentino hay destreza técnica, cuidado artístico, espíritu artesanal y un afán de crecimiento que adquiere con esta proyección al largometraje una escala internacional. Robotia inició su camino en Pakapaka. Sus dos temporadas cosecharon un reconocimiento suficiente como para convertirse en una de las producciones de mayor repercusión de la señal.
Después llegó el impulso de Ventana Sur y la integración entre la usina creativa local, Malabar, y tres productoras internacionales, dos españolas (Dibulitoon y Paycom) y otra costarricense (Kantauri). Pero la esencia del proyecto no cambió. Tampoco la base argumental del relato, aunque se suma un nuevo personaje, Bibi, una chica que sueña con triunfar en el fútbol pese a la oposición de su familia.
Este primer largometraje de Robotia ya tuvo su estreno en los cines españoles con versiones adaptadas (en términos de voces y lenguas) a la idiosincracia peninsular, aunque mantienen al mismo tiempo sin cambios la inspiración original: la integración a través del juego, la amistad y la camaradería surgidas desde la infancia para toda la vida, la superación de las adversidades. Valores universales arraigados en cualquier tiempo y lugar.
Todo esto ocurre dentro de una escenografía digital en la que se mantiene la idea fuerza de los cortos animados que conocimos a través de la tele y sus pantallas sustitutas: la idea de formar un equipo para que se cumpla el sueño de sus protagonistas, ser felices jugando al fútbol. Todo transcurre en un universo sin villanos a la vista, habitado exclusivamente por androides, niños y adultos que reproducen en todas las instancias de vínculo y relación social las conductas y los hábitos de nuestro mundo real.
El problema principal que enfrenta Robotia en su tránsito hacia un desafío narrativo, visual y de producción más grande tiene que ver justamente con su escala. El cine animado viene registrando en diferentes épocas múltiples ejemplos de ideas, personajes y ciclos exitosos que saltaron del formato clásico de los cortos televisivos a una instancia más amplia, pero lo hicieron mejorando o perfeccionando el diseño, los materiales disponibles y el propio relato.
También en el caso de Robotia una historia más extendida y ambiciosa reclama más complejidad. Se nota el esfuerzo de los animadores, que llevan adelante con esmero el exigente armado de escenarios enormes con muchos elementos simultáneos activos, como el de una cancha de fútbol. Pero el desafío aparece demasiado grande para una historia que sigue aferrada en términos conceptuales al formato más corto y la pantalla más acotada.
En dimensiones más grandes, la animación digital casi artesanal y el movimiento de los personajes resultan demasiado básicos, sobre todo en la elaboración de algunos planos y cambios de perspectiva. Sobran aquí entusiasmo, compromiso y sinceridad en los propósitos (los mismos que animan a los personajes en la búsqueda de sus sueños) pero falta ese salto en términos de producción que resulta imprescindible para darle al relato el espesor propio de una historia más larga.
En su tránsito al largometraje, Robotia mantiene el equipo original de animadores, realizadores y casi todas las voces, a las que en este caso se suma una sola presencia más reconocida, la de Ana María Picchio, que se divierte al darle vida a una curiosa directiva escolar. Quienes ya conocen a los personajes no tardarán en reconocer a figuras familiares en este nuevo formato, pero aquellos que descubren por primera vez aquí a los protagonistas de este mundo es posible que no distingan del todo las diferencias entre algunos de ellos y observen con alguna extrañeza el lenguaje demasiado sentencioso de ciertos androides adultos.
MARCELO STILETANO.
EN LOS CINES SHOWCASE, HOYTS, CINÉPOLIS Y MONUMENTAL.
“Secretos oscuros”
La ópera prima del realizador Xavier Legrand narraba los pormenores de una tormentosa separación conjugal, con especial énfasis en los filosos trozos que quedaban flotando en el aire después del estallido, en particular a la hora de describir la pelea por la custodia del hijo de la pareja. Pero si en Custodia compartida el francés se aferraba a los detalles dolorosos de una situación recurrente en la vida real, en su nueva película, Secretos oscuros (título local tenebroso que reemplaza el original Le successeur, “El sucesor”), el relato opera de una manera casi inversa: es el descubrimiento de un hecho absolutamente excepcional lo que termina alterando la vida del protagonista. Hasta el minuto 40 de proyección esa “sucesión” del título tiene una razón de ser diáfana: Ellias Barnès (el canadiense Marc-André Grondin, rapado al ras para el papel) es el nuevo diseñador estrella de una firma de alta costura francesa. De hecho, el film comienza con un desfile de primer nivel en el cual la nueva colección es presentada a la prensa y el público especializado.
Propenso a los ataques de pánico y con rasgos de hipocondría, el muchacho discute con su médica de cabecera la posibilidad de una enfermedad cardíaca, tal vez heredada por vía paterna. Claro que Ellias, quebequense de nacimiento, no ve a su padre desde hace, literalmente, décadas, desde que el joven se mudó a Europa. La falta de comunicación entre ambos, sin embargo, remite sin escalas a una relación quebrada, inexistente. Es el aviso de su muerte lo que pone a Ellias, justo en un período de gloria profesional, en un avión de regreso al terruño, Montreal. Y todo lo que ello trae aparejado: la organización de la despedida, la cremación, los papeleos, la limpieza y venta de la casa. Y tal vez, aunque parezca imposible, la posibilidad de una reconciliación post mortem. Cuando el guion, basado en una novela del escritor galo Alexandre Postel, parece recorrer exclusivamente los senderos del drama paternofilial, el descubrimiento de algo terrible en los cimientos del inmueble le hace pegar un volantazo brusco y radical, y la mentada sucesión pasa a tener un significado muy diferente.
Film extraño, con una actuación muy lograda de Grondin en un rol difícil, Secretos oscuros se divierte un rato con los mecanismos del suspenso, incluyendo algún que otro vecino que podría estar espiando detrás de las ventanas, pero nunca abandona la mirada sobre las acciones morales del protagonista, que en más de un sentido pasa del odio paterno a la repetición de actitudes. Hay una segunda vuelta de tuerca en la trama, que como la primera no puede revelarse aquí; momento bisagra y clímax emocional que vuelve a poner de relieve la tragedia y el trauma por sobre cualquier superficie genérica. El desequilibrio tonal entre las diversas partes del relato, sumado a un personaje que parece siempre tomar las peores decisiones posibles, ponen al film en más de una ocasión al borde del ridículo, aunque eso es también lo que le otorga sus rasgos de peculiaridad.
DIEGO BRODERSEN.
EN DEL CENTRO.
Fuentes: Otros Cines, La Nación, Página 12.
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