El realizador de Eden Lake (2008), La dama de negro (2012) y Atentado en París (2016) escribió y dirigió la nueva producción de esa máquina de factura dentro del género de terror que es la factoría Blumhouse, que está basada en una reciente película danesa, se llama “No hables con extraños”. También “La sombra del comandante”, en un proceso muy infrecuente en el negocio, este documental que “dialoga” de forma directa con la ganadora del Oscar Zona de interés, de Jonathan Glazer, llega a 9 salas argentinas varias semanas después de su lanzamiento en streaming en la plataforma Max. Además llegan la argentina “La práctica” de Martin Rejtman, “El señor de las ballenas” con Osvaldo Laport y “Mi amigo el pingüino” con Jean Reno, dirigida por el brasileño David Schürmann. Aquí una selección de reseñas para elegir que ir a ver al cine, porque el cine se ve en el cine.
“No hables con extraños”
Las vacaciones, con sus tiempos laxos y su atmósfera relajada, son ámbitos ideales para la sociabilidad. Bien lo saben Ben y Louise, un matrimonio estadounidense que se mudó hace poco a Londres y ahora disfruta de un descanso en Italia junto a su hija de 11 años. Mientras están en la piscina, cruzan algunas palabras con Paddy, un hombre intenso, medio tosco y de modales de dudoso gusto que afirma ser médico y está allí con su esposa y un chico que, asegura, tiene problemas para hablar.
Más allá de las visibles diferencias, ambas parejas comparten buena parte del descanso y quedan en contacto. Un tiempo después, Paddy (James McAvoy) invita a sus nuevos amigos a pasar un fin de semana en la casa en las afueras de la ciudad y, muy lejos de cualquier vecino, donde viven. No sin antes debatir un buen rato, Ben (Scoot McNairy) y Louise (Mackenzie Davis) aceptan. A fin de cuentas, los hijos de las dos parejas, ambos necesitados de amigos, se llevan muy bien.
Remake de la danesa Gaesterne (Speak No Evil fue su título internacional y se estrenó en Sundance 2022), No hables con extraños presenta un escenario donde el carácter opuesto de las parejas y los roces entre ellas van delineando una incomodidad creciente. Son situaciones pequeñas (algunos altercados con la comida, intercambios sobre la crianza de los chicos, una sábana sucia, comportamientos raros) que sedimentan los temores de los norteamericanos ante sus anfitriones
El realizador James Watkins (Eden Lake, La dama de negro) le imprime a buena parte del relato un ritmo alejado del frenetismo y los golpes de efecto, cercano al thriller psicológico (Ben y Louise dudan hasta de sus propias percepciones). Es cuando mejor funciona, porque sobre la parte final, cuando Paddy se asuma como un auténtico desatado (y, con ello, McAvoy se entregue a un festival de excesos muy similar al de Fragmentado), se convierte en un film de suspenso bastante previsible con eje en la supervivencia.
EXEQUIEL BOETTI.
EN SHOWCASE, HOYTS, CINÉPOLIS, MONUMENTAL Y DEL CENTRO.
“La sombra del comandante”
El estreno de La sombra del Comandante en las salas argentinas es una excepción a todas y cada una de las disputas que hubo (y hay) entre los complejos de exhibición y las plataformas de streaming por las ventanas de explotación comercial. Es que el documental centrado en la figura de Hans Jürgen Höss no cumplirá con los 45 días de exclusividad que requieren las salas. Más bien lo contrario, porque su arribo a los cines (muchos de los cuales no programaron Argentina, 1985 hace dos años por ese motivo) se produce casi dos meses después de su lanzamiento en casi todo el mundo en la plataforma Max.
Es probable que los motivos de esta anomalía haya que buscarlos en la ligazón directa entre la película de Daniela Völker y Zona de interés, de Jonathan Glazer. El anciano al que ahora vemos moviéndose con un andador es aquel niño que vivió buena parte de su infancia en una casa junto al campo de exterminio de Auschwitz, creado y manejado con puño de hierro por su padre, el jerarca nazi Rudolf Höss, sin tener la más mínima idea de lo que ocurría del otro lado del alambrado.
Pero a La sombra del Comandante no le interesa tanto la mixtura entre lo siniestro y la infancia, sino de qué manera lidiaron con eso las generaciones posteriores. Si bien el choque entre uno de los máximos responsables del genocidio más grande del siglo XX y los recuerdos de él como padre amable de Hans es uno de los hilos centrales, Völker suma otras voces para complejizar el asunto. Está, por un lado, el hijo de Hans, un pastor evangélico que tiene muy en claro la responsabilidad de su abuelo y vive con culpa el peso de su legado. Y, por otro, una sobreviviente de Auschwitz y su hija.
Estructurada a través de entrevistas, imágenes de archivo y la autobiografía de Höss (que su hijo afirma no saber que había escrito), la película de Völker va ganando en espesura a medida que avanza. Lo que en principio es un tanto caótico, lentamente comienza a adquirir la forma de un juego de espejos en el que tanto la sobreviviente como Hans prefieren seguir adelante y dejar lo ocurrido en el recuerdo, mientras sus hijos optan por mirar de frente las heridas como una manera de cerrar el trauma.
Y es que quizás lo más interesante de La sombra del Comandante, además de su potencia testimonial, sea la manera en patentiza cómo la desinformación puede ser un mecanismo de defensa, así como también que buena parte de los discursos negacionistas (como el de la hermana de Hans) o discriminatorios de ayer siguen con vida.
EZEQUIEL BOETTI.
EN DEL CENTRO.
“El Señor de las Ballenas”
Era un desafío ya conocido por el director y guionista Alex Tossenberger sumergirse una vez más en las aguas heladas de la Península de Valdés para filmar a las ballenas franco austral: él es buzo con carnet autorizado por la provincia de Chubut para nadar y filmar en esas aguas –experto en el tema, detallará que en junio el agua es más transparente, pero en octubre hay más ballenas– y conoce de primera mano lo que es modificar el plan de rodaje a diario por los vaivenes del viento patagónico. Tossenberger ya había recorrido esos andurriales y en 2007 estrenó Gigantes de Valdés. Ahora lo hizo de nuevo para la película El Señor de las Ballenas, de estreno en salas de cine el 12 de septiembre.
Los paisajes patagónicos son un tema recurrente en su filmografía, así como el mensaje ecológico subyacente. En palabras del cineasta: “El objetivo no fueron sólo las ballenas, que siempre seducen e impresionan, sino las personas del lugar que por sus trabajos y elección de vida conviven a diario con ellas. Son ellos los que tienen un conocimiento profundo del lugar y terminan siendo verdaderos protectores de santuarios naturales. Este es mi homenaje, en una película, para todas aquellas personas que cotidianamente y sin especulación cuidan lo que es de todos”.
“El Señor de las Ballenas” es una película que, en ese sentido, se retroalimenta: por momentos, la historia para el pretexto para mostrar la grandilocuencia de esos mamíferos en peligro de extinción, más antiguos que la humanidad misma y que ubican al espectador en su pequeña porción de universo –al fin y al cabo, concluiremos, no somos nada–; en otros momentos, las ballenas parecen constituir el paisaje de fondo para contar la vida de un puñado de personajes.
En lo que a la historia estrictamente se refiere, el film, con conmovedora música de Sergio Vainikoff, sigue a Diana (Malena Solda), periodista de un medio gráfico importante, que llega a un pueblo ballenero para realizar notas sobre el avistaje de las ballenas francas. Allí, descubre a Popei (Osvaldo Laport), antiguo ballenero, devenido en personaje pintoresco y “outsider” del lugar, que vive del marisco y de contar historias. El artículo ensalza al estrafalario Pompei, lo que despierta los celos y la ira de Carlos (Carlos Kaspar, en un rol de villano-villano), el ballenero-empresario más influyente de esos pagos y enemistado desde antaño con el querido Popei. Diana queda atrapada en el conflicto y con el correr de los minutos, de la rivalidad y de cierta violencia agazapada, se revelará un oscuro secreto que los involucra a los tres y a una mujer –ya fallecida– interpretada en el inicio del film por Viviana Sáez.
El proyecto para hacer esta peli empezó antes de la pandemia. En aquellos días, Laport –que desde 2006 es embajador de buena voluntad de la ACNUR, la organización internacional de la ONU para ayudar a los refugiados– lucía una melena y una barba que hoy podemos apreciarle en Hombre muerto, el otro film aún en cartelera que lo tiene como protagonista y donde también encarna a un “outsider” desgreñado y huraño en otro paraje de la Argentina: La Rioja. Para no repetir look, decidió raparse y afeitarse, y así lo vemos al “loquito” Pompei con anteojos tipo aviador e ínfulas de sabihondo. “Es un privilegio interpretar personajes atípicos, que dan la posibilidad de jugar y crear”, ha expresado el actor en la función de presentación antes del estreno oficial.
El nombre Popei remite sin dudas al personaje del marino que fumaba pipa y al comer espinaca adquiría robustez para enfrentarse al fornido Bluto y rescatar a la esmirriada Olivia. Uno podría encontrar aquellos personajes de cómic tipificados en estos de la película. Sin embargo, el sobrenombre de Popei fue tomado de Javier “Popey” Goity, hermano del Puma Goity, que vive en el sur del país y participó del film. De todos modos, el guiño intertextual, más allá del de Popeye, es literario y está puesto en la novela El viejo y el mar, de Ernest Hemingway: un hombre, un animal y el desafío, irrevocable, de sobrevivir no a los avatares de la naturaleza sino a los de la vida en sociedad.
PAULA CONDE.
EN EL HOYTS.
“Mi amigo el pingüino”
En 2011, la vida de Joao Pereira de Souza cambió para siempre. Con un pasado como albañil, el hombre de 71 años disfrutaba del sol cerca de su casa, en la ciudad de Isla Grande, Río de Janeiro, cuando vio en las costas de la playa de Provetá a un pingüino empetrolado y desnutrido a punto de morir. Joao lo llevó a su casa, le dio de comer y un nombre: DinDim. Lo limpió y lo cuidó durante 11 meses, hasta que el animal recuperó sus fuerzas como para volver a su hábitat natural. Sin embargo, el lazo que se había formado entre ambos fue tan grande que varios meses después DinDim volvió junto a su salvador. El ritual se repitió durante ocho años consecutivos: de junio a febrero, DinDim vivía con Joao, para luego regresar con los de su especie.
Esta historia, que luego de un especial de Globo TV de 2016 tomó alcance mundial, es la base de Mi amigo el pingüino, coproducción protagonizada por Jean Reno y dirigida por el brasileño David Schürmann. La idea original, poderosa en sí misma, se complejiza por cuestiones dramáticas con hechos que nunca sucedieron. Como una tragedia como punto de partida y posterior metáfora de las acciones del protagonista, o personajes creados especialmente para dotar al film de un conflicto (aunque muy menor) que agregue otras aristas a la trama. Entre estos últimos se destaca el equipo de biólogos que, desde las costas argentinas, descubren el fenómeno en torno a DinDim -interpretados por los argentinos Alexia Moyano, Nicolás Francella y Rochi Hernández-. Si bien su participación es breve y no aporta demasiado, funciona a la hora de sentar las bases de la opinión de la ciencia sobre mantener animales fuera de su hábitat, polémica que en su momento también alcanzó a la historia real.
Destaca en el guion escrito por Kristen Lazarian y Paulina Lagudi Ulrich la necesidad de apartarse del suceso central lo menos posible, ofreciendo una película tan simple y amable como las vivencias que subyacen en dos seres perdidos que se encuentran, se acompañan y se tienen el uno al otro.
No habrá sorpresas ni golpes de efecto más allá de un par, mínimos e indispensables para abrir y cerrar la historia. El resto será de un devenir tan placentero como las aguas que bañan la playa donde transcurre la acción. Siempre y cuando, claro, el espectador supere el malestar inicial de ver una película ambientada en Brasil, con personajes del lugar y una historia local hablando en inglés, y mechando algún que otro término o canción en portugués, para “dar el ambiente”. Peor todavía cuando uno se acuerda de que Jean Reno es marroquí con ascendencia andaluza, condición que no desmerece en absoluto su trabajo. Apenas unos pocos cambios en su mirada alcanzan para entender lo que pasa por la cabeza y el corazón de su Joao, un hombre que trastoca un dolor contenido en redención, de manera casi imperceptible.
Pasado el escollo del idioma -que lleva unos cuantos minutos asimilar y superar- el resto es puro disfrute. Porque el film se las arregla para acomodar todos los acontecimientos ficcionados en función de la historia real, potenciando la relación de Joao con DinDim de manera genuina, aleccionadora, y por momentos enternecedora. Mi amigo el pingüino es una película para ver en familia, cada integrante encontrará la mejor manera para acomodarse en torno a la historia, y conectar tanto con ella como con el caso real que la inspira.
GUILLERMO COURAU.
SE VE SHOWCASE, HOYTS, CINÉPOLIS, MONUMENTAL Y DEL CENTRO.
“La práctica”
Gustavo y Vanesa se separan y tienen que revisar los proyectos en común. Los dos son profesores de yoga. Gustavo es argentino, Vanesa, chilena. Vanesa se queda con el departamento y deja el estudio que compartían; Gustavo se queda sin casa. Por el estrés acumulado Gustavo se lesiona la rodilla y reemplaza el yoga por ejercicios de cuádriceps y por el gimnasio. Su vida se convierte en un mundo de alumnos y ex alumnos. Hasta que de a poco vuelve a encontrar el camino a la práctica.
EN EL CAIRO.
Fuente: Otros Cines, La Nación, Clarín.
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