Estrenada en el Festival SXSW de Austin y premiada en el de Sitges (recibió la estatuilla a Mejor Guion), la película de los hermanos Cairnes (Scare Campaign, 100 Bloody Acres) resulta una más que grata sorpresa llegada desde Australia, llega “De noche con el diablo”. Llega a 18 salas argentinas un crowdpleaser italiano que combina historia romántica, fábula de autosuperación y épica deportiva: “El divino Zamora”. También llegan “El último conjuro”, “Blue lock: episodio Nagi” y “El agrónomo” con Diego Velázquez. Aquí una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine, porque el cine se ve en el cine.
“De noche con el diablo”
Los años ’70 se han constituido en la década favorita para el cine de terror y De noche con el diablo, pese a ser una producción australiana, dedica los primeros minutos a un editado en el que se condensa el espíritu de aquel período lleno de guerras, protestas y constantes tensiones callejeras.
Estamos más precisamente en la noche de Halloween en 1977 y Jack Delroy (David Dastmalchian, impecable) lucha para que su late night show Night Owls (Búhos Nocturnos), que se ha cansado de perder a la hora de los premios Emmy y de las mediciones de rating contra el programa de Johnny Carson, no sea quitado del aire. Y, para ello, el conductor -que además viene de sufrir la muerte de su esposa Madeleine, víctima de un cáncer- está dispuesto a todo: manipulaciones, sensacionalismo y golpes de efecto.
Y De noche con el diablo será, en esencia, la reconstrucción casi en tiempo real de esa emisión del talk show del que formarán parte un psíquico llamado Christou (Fayssal Bazzi), la parapsicóloga y escritora June Ross-Mitchell (Laura Gordon) junto a Lily (Ingrid Torelli), una niña que aseguran está poseída por el mismísimo diablo; y Carmichael Haig (Ian Bliss), un engreído y escéptico ex mago que se dedica a cuestionar y desestimar todas las teorías y evidencias ligadas a presencias satánicas y situaciones sobrenaturales.
Ejercicio de found-footage trabajado, claro, con un look bien setentista, mixtura de telepatía, telekinesis, apariciones y rituales satánicos, cruza entre El rey de la comedia y clásicos de aquella época como El exorcista y La profecía, De noche con el diablo propone una espiral, un crescendo de delirio que tiene sus momentos de horror (gore incluido), pero funciona aún mejor como comedia negra, como sátira del universo de los medios cuando la televisión en vivo reinaba en los hogares y marcaba tendencia. Un buen (por momentos muy buen) exponente que demuestra que hay creatividad y capacidad de sorpresa en el cine de género por fuera del omnipresente cine estadounidense.
DIEGO BATLLE.
EN SHOWCASE, HOYTS, CINÉPOLIS Y MONUMENTAL.
“El divino Zamora”
Ricardo Zamora nació en 1901 y fue uno de los arqueros más importantes de la historia del fútbol español. Considerado uno de los primeros cracks de un deporte al que siguió vinculado hasta su muerte, en 1978, Zamora continúa vigente gracias al “trofeo Zamora” que otorga anualmente el diario Marca al guardameta con la valla menos vencida de la liga española.
Al buenazo de Walter Vismara (Alberto Paradossi) lo apodan Zamora de modo irónico, pues lo suyo nunca fue el fútbol ni mucho menos, el arco. Contador de una pequeña fábrica provincial que cierra porque su dueño ya no quiere saber nada con el negocio, debe mudarse a Milán para trabajar en una empresa cuyo dueño es un apasionado del fútbol. Tanto le gusta, que instauró una tradición a la que nadie puede negarse: todos los 1º de Mayo los empleados deben jugar un partido de solteros contra casados ante la atenta mirada de todas las familias.
Walter llega y, ante la pregunta del jefe por sus intereses deportivos, se dice fanático del Inter y habitual arquero. Dos mentiras que irán enredándolo a medida que en los partidos semanales entre empleados demuestre que en su vida no ha pateado –ni, desde ya, atajado– una pelota. La única que se apiada de él es una amable secretaria (Marta Gastini) que no tardará en convertirse en interés romántico de nuestro antihéroe, quien para evitar un bochorno público en cada partido contrata a una vieja gloria del deporte (el también director Neri Marcorè) para que lo entrene.
El divino Zamora transcurre con la amabilidad propia de las películas pensadas para su agrado colectivo mediante una cruza de historia romántica a la vieja usanza, fábula de autosuperación y la épica deportiva. La iluminación de tonos cálidos del director de fotografía Duccio Cimatti no hace más que subrayar la nostalgia por una época donde el futuro era pura promesa.
EN CINÉPOLIS Y DEL CENTRO.
EZEQUIEL BOETTI.
“El agrónomo”
Un ingeniero agrónomo se muda a la zona de mayor producción agropecuaria del país. Su hija y su nuevo novio rapero, luchan contra su empresa y el uso de agrotóxicos. Tras la enfermedad de una chica del grupo, el agrónomo se enfrenta a la encrucijada de decidir entre su trabajo o su familia. Con Diego Velázquez, ópera prima de Martín Turnes.
EN EL CAIRO.
“Blue lock: episodio Nagi”
Seishiro Nagi, un estudiante de segundo curso de instituto. Un chico que tiene la costumbre de decir “Problemático” vivió sus días aletargado. Hasta que la residencia de entrenamiento para delanteros con el objetivo de que Japón gane la Copa Mundial de fútbol, “Blue Lock”, y su compañero Reo Mikage descubren su talento.
SHOWCASE, HOYTS, CINÉPOLIS Y MONUMENTAL.
“El último conjuro”
De aquella avanzada de terror oriental que invadió los cines más de dos décadas atrás con el nombre de j-horror, el realizador Hideo Nakata sobresalió de entre sus pares con dos películas: Ringu (conocida entre nosotros como La llamada) y Dark Water. Mientras de la segunda queda apenas un vago recuerdo de la remake norteamericana protagonizada por Jennifer Connelly, The Ring despertó un fenómeno que incluyó secuelas -tanto en su país de origen como en los Estados Unidos-, videojuegos y series de televisión. Casi siempre en torno a Samara, inolvidable nena espectral de pelo lacio sobre la cara que llamaba por teléfono para avisar que te quedaban siete días de vida.
Pasaron los años, la fórmula se agotó en base a un sinfín de malas imitaciones, y los fantasmas de Oriente comenzaron a dar cada vez menos miedo. Sin embargo, cuando se pensaba que la vertiente estaba agotada, Hideo Nakata insiste, reinterpretando varias de sus obsesiones en busca de la gloria de antaño.
La primera mitad de El último conjuro (tramposa traducción local para emparentar al film con la saga de El conjuro, con la que nada tiene que ver) se divide en dos historias paralelas. La primera es la de la familia compuesta por papá Naoto (Daiki Shigeoka), mamá Miyuki (Uika First Summer), y el pequeño Haruto (Minato Shougaki). Cuando el nene encuentra en el jardín la cola de una lagartija, el padre no tiene mejor idea que hacerle un chiste y decirle que si la entierra y reza con todas sus fuerzas un mantra ridículo, de la tierra va a crecer una nueva lagartija. Haruto lo hace, convencido del éxito, tanto que cuando a los pocos días su madre muere en un accidente, le corta un dedo y comienza el mismo procedimiento con la intención de volverla a ver. Con el correr de los días, en el lugar aparece un montículo de tierra, como si algo estuviera creciendo debajo.
Por otro lado, está la historia de Hiroki Kurasawa (Kanna Hashimoto), excompañera de trabajo de Naoto y secretamente enamorada de él, que comienza a ser víctima de un fantasma que la acecha. Kenshin (Shinobu Hasegawa), un vidente mediático le da la respuesta: no se trata del espíritu de un muerto, sino de alguien vivo. Porque sí, en esta película las malas energías pueden trocar en fantasmas vengadores. Una explicación mínima unirá ambas realidades, y será la columna vertebral de una resolución en la que se explica lo inexplicable con más voluntad que resultados concretos.
A pesar del intento de dar una vuelta de tuerca a un estilo dentro del género de terror que ha quedado algo rancio, el realizador no termina de generar un compromiso emocional con la historia que vaya más allá de los lugares comunes de su filmografía. La familia tradicional, la relación de padres e hijos, el uso de la tecnología (ya no es tiempo de llamadas a teléfonos de línea, así que ahora la comunicación con el más allá se da vía celular), algunos innecesarios toques de humor, y ciertas ideas que parecen sacadas de Terminator 2, redondean un proyecto fallido, de alguien que no ha sabido aggiornarse y termina empantanándose en terrenos conocidos, y cada vez menos atractivos.
GUILLERMO COURAU.
SHOWCASE, HOYTS, CINÉPOLIS Y MONUMENTAL.
Fuente: La Nación, Otros Cines, Cinépolis.
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