Un meteorito procedente de fuera de nuestro sistema solar, conocido como CNEOS 2014-01-08, se estrelló contra la Tierra en enero de 2014 frente a la costa de Papúa Nueva Guinea. Ahora, todo parece indicar que científicos lanzarán una expedición submarina para rastrear y recoger los trozos del primer objeto interestelar conocido en la Tierra.
Aunque todavía hacen falta pruebas definitivas para aseverar que dicho objeto es en verdad interestelar, los datos recogidos en ese momento indican que el meteorito, de hecho, –además de los otros dos conocidos hasta la fecha: ‘Oumuamua y Borisov– es un objeto interestelar.
Basándose en los datos del catálogo relativos a la trayectoria del objeto, los físicos de la Universidad de Harvard Amir Siraj y Abraham Loeb fueron quienes por primera vez identificaron el meteoro, que medía aproximadamente medio metro de ancho. Según los físicos, el objeto es “procedente de una órbita hiperbólica no ligada con un 99,999 % de confianza”, todo debido a su velocidad heliocéntrica inusualmente alta. En otras palabras, el meteorito se movía a velocidades que sugieren que podría no estar ligado al pozo de gravedad del Sol.
Sin embargo, el trabajo de Siraj y Loeb sigue sin publicarse y sin ser revisado por pares, ya que no han podido acceder a la base de datos del Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra de la NASA –que proceden de un satélite espía del Departamento de Defensa de los Estados Unidos–, y que permanecen en secreto, lo que ha dificultado contrastar los valores exactos de error de la medición del impacto del objeto con la Tierra.
Cuando todo parecía quedarse en un limbo, su afirmación fue respaldada por el jefe científico del Comando de Operaciones Espaciales de la Fuerza Espacial de los Estados Unidos, Joel Mozer, en marzo de este año, después de revisar los datos clasificados en cuestión y confirmó entonces que la “estimación de la velocidad comunicada a la NASA es lo suficientemente precisa como para indicar una trayectoria interestelar”.
Gran parte del meteorito se habría quemado durante su descenso a la atmósfera de la Tierra, probablemente dejando solo fragmentos esparcidos por el fondo del océano. Sin embargo, no se pierde toda esperanza, ya que los datos de seguimiento del satélite, combinados con los datos de viento y corrientes oceánicas, pueden proporcionar un área de búsqueda razonable de solo 10 km por 10 km.
Más importante aún, se espera que los fragmentos sean magnéticos, por lo que un barco que arrastre con un gran imán podría potencialmente recoger los minúsculos fragmentos de meteoritos del fondo del océano. Siraj y Loeb proponen hacer precisamente eso, y se asociaron con una empresa de consultoría de tecnología oceánica para que esto suceda.
En una entrevista con Universe Today, Loeb explicó que tal búsqueda podría ofrecernos “la oportunidad de realmente poner nuestras manos sobre la reliquia y averiguar si es natural, si es una roca o si, ya sabes, una pequeña fracción de esos objetos interestelares podrían ser artificiales”.
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