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Opinión
POR CARLOS COMI

Chile siempre estuvo cerca. De Pinochet a Gabriel Boric, el estudiante presidente

Por Carlos Comi

“Cuando éramos niños Chile era todo lo malo”, una sentencia que no se discutía.

En la escuela enseñaban que siempre se habían querido quedar con la Patagonia argentina, tenían un mar muy frío y en el futbol no existían. Y cuando jugábamos a los soldaditos, la guerra siempre era contra Chile.

Y la guerra casi llego pero no en juegos de pibes. De un día para otro nuestros padres nos hacían practicar los oscurecimientos que consistían en apagar absolutamente todas las luces de la casa y la ciudad, para evitar ser vistos el día que llegaran los aviones enemigos, chilenos claro.

Todo se vivía con la euforia futbolera residual del mundial 78. Éramos campeones del mundo y parecía que ahora había que demostrarlo en una guerra. Se acercaba la navidad de 1978 y cuando el conflicto parecía inevitable lo frenó la mediación papal a través del cardenal Samore. La armada argentina había partido con el fin de ocupar las islas Picton, Nueva y Lenox, en el canal de Beagle, objeto de un antiguo litigio limítrofe ese 23 de diciembre y por una orden en el último minuto, tal como en las películas de espías, giro en U y volvió a puerto. Y se pactó la paz.

Pero la dictadura argentina fantaseaba con una guerra que la legitimara y las bravuconadas sonaban con fuerza,  “Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas, violaremos a las mujeres y orinaré en el Pacífico” bramaba Luciano Benjamín Menéndez, el mismo que 4 años después se rendiría mansamente ante Jeremy Moore en Puerto Argentino luego de permitir la tortura, el frio y el hambre sobre sus propios soldados.

De la peor noche, con horror interno y la derrota militar en Malvinas surgió la luz y de este lado de la cordillera se abrió, como rezaba aquel corto  de la campaña electoral de 1983, una entrada a la vida.

Por ella ingresó a la presidencia de la republica un político campechano, de bigote prolijo y oratoria sin igual, solo armado con la fuerza del preámbulo de la constitución nacional y rescató a la nación de sus horas más difíciles.

Resolver la cuestión del Beagle era un tema de estado y antes de cumplir su primer año de mandato el presidente Alfonsín llamó  a una consulta popular para someter a la voluntad popular el tratado de paz y amistad con Chile y fue acompañado por el 82 % de aprobación. La guerra quedaba atrás para siempre.

La democracia florecía en América del sur pero Chile seguía en el puño cerrado de Augusto Pinochet, y mostraba el “éxito” de sus reformas ultraliberales fundadas en la escuela de Chicago.

Fueron años en que la Argentina se poblaba de exiliados trasandinos nucleados en Chile Democrático, una mítica organización,  con quienes marchábamos al consulado de calle Santiago a pedir democracia y libertad, para quienes ya habíamos aprendido a querer como hermanos.

Admirábamos a la iglesia chilena y su Vicaria de la Solidaridad que abría sus puertas a los perseguidos por el terror, en una actitud tan distante al silencio cómplice y hasta corresponsable de la iglesia argentina en la dictadura.

Tiempos febriles. Leíamos a Neruda con sus poemas de amor y la canción desesperada, a Antonio Skarmeta y su Ardiente Paciencia, convertida muchos años después en el inolvidable cartero de Massimo Troisi, y proyectábamos en los centros de estudiantes en salas abarrotadas de argentinos y chilenos por igual, el Acta General de Chile, los 4 documentales que Miguel Littín había filmado clandestinamente en 1985 y donde se exponía la verdad sobre el “milagro” chileno.

El mandato de Pinochet terminaba en 1990 pero el dictador quiso quedarse 8 años más y volvió a llamar a un plebiscito para 1988 seguro que el pueblo lo acompañaría.

Allí nació la campaña por el NO que se vivió con enorme intensidad a cada lado de los Andes. Vuelve la alegría, vote NO rezaban los carteles en cada facultad de la UNR donde toda actividad era válida  a fin de juntar plata para que los exiliados pudieran ir a votar a su país.

Hasta amnistía internacional se involucró. En 1988 se había anunciado la gira llamada “Human Rights Now“ que incluía conciertos en Buenos Aires y Santiago, por la promoción de los derechos humanos en Sudamérica. El gobierno de Pinochet prohibió su realización casi sobre la fecha y los organizadores decidieron realizarlo igual en el lugar más cercano posible a ese país.  Así Peter Gabriel, Sting, Bruce Springsteen, y Tracy Chapman entre otros cantaron en Mendoza ante una multitud de argentinos y chilenos que festejaban lo que había sido la maravillosa victoria de la libertad: el NO había triunfado contra todos los pronósticos de Pinochet y el poder, y el sueño de 8 años más del genocida  quedaba trunco. Los jóvenes cantaban, chichile, chichile, fuera Pinochet.

El país finalmente avanzaba hacia la democracia pero en una transición maniatada por la constitución de 1980 que entre otras cosas otorgaba a Pinochet el cargo de senador vitalicio cuando dejara la presidencia y garantizaba su impunidad.

En enero de 1991, Patricio Aylwin, un político moderado integrante de la Democracia Cristiana asumía la presidencia en Chile por una coalición de partidos llamada la concertación nacional que incluía a diferentes fuerzas políticas, como el socialismo y que sería un actor fundamental en los años venideros.

De este lado de la cordillera el sueño Alfonsinista había terminado de la peor manera con saqueos e hiperinflación, aunque la historia demostraría en los años siguientes que la semilla de la democracia, aun con todas sus falencias había prendido en los argentinos.

Luego de Alfonsín llegó Menem, quien había sabido encarnar la renovación del partido justicialista, siendo gobernador de su provincia y preso político en la dictadura y que a días de asumir se proclamó el mejor alumno del FMI, encarando reformas estructurales que si bien modernizaron áreas del país, lo hicieron a costa de la entrega del patrimonio nacional construido por 5 generaciones de argentinos. Fue una década de privatizaciones, desregulación y apertura de la economía a un costo brutal para las mayorías populares. Del deme dos en Miami para los sectores acomodados, a la pobreza y marginación para los cientos de miles de trabajadores echados del estado. Nacieron los planes sociales y en un país que había tenido durante décadas desocupación cero y movilidad social ascendente se destruyó la cultura del trabajo.

En Chile la dictadura había impuesto un programa económico que las distintas administraciones siguieron con matices, y en materia social y política la desigualdad se fue consolidando. La constitución del 80 era el cerrojo que impedía cualquier cambio profundo y la lucha de la sociedad para liberarse de él tiene mucho que ver con lo que la nación vive en estos días.

Patricio Aylwin y Eduardo Frei de la democracia cristiana y Ricardo Lagos y Michelle Bachelet del partido socialista ocuparon la Casa de la Moneda sucesivamente, demostrando una cultura de convivencia política superior a la Argentina que ni siquiera se rompió cuando Sebastián Piñera representante de la derecha llego al poder en dos oportunidades.

De este lado el fin de siglo fue tumultuoso y el comienzo peor, finalmente el menemismo llego a su fin y fue electo Fernando de la Rúa, un radical tradicional que parecía ideal para encabezar la alianza de centro izquierda que había derrotado a Eduardo Duhalde, el otrora todo poderoso gobernador de Buenos Aires.

De la Rúa había sido un gran parlamentario y un mejor intendente de la ciudad de Buenos Aires pero a poco de asumir cayó en un limbo del que solo salió en helicóptero, estado de sitio y decenas de muertos en las calles. El resto es historia más reciente y seguramente conocida y vivida aun por los lectores más jóvenes.  La salida de la convertibilidad, el retorno de la inflación, el interregno de Duhalde a cargo del poder ejecutivo, la llegada de Néstor Kirchner y la recuperación de la esperanza, la corrupción estructural y escandalosa, los gobiernos de Cristina Fernández, y el acceso  de un hijo del poder económico real a la presidencia de la república. De allí a nuestros días con endeudamiento récord, tarifazos, pandemia, dolor y  la necesidad de albergar una ilusión que el futuro pueda ser mejor.

Pero volvamos a los 90 y crucemos la cordillera. En 1998 se vivió un episodio que conmociono a la sociedad y tuvo impacto mundial. El todo poderoso Augusto Pinochet Ugarte era detenido en el aeropuerto de Londres por pedido del juez español Baltazar Garzón  por los delitos de genocidio, terrorismo internacional y desaparición de personas. Parecía que finalmente iba a tener que rendir cuentas a la justicia. Aunque luego de una batalla de dos años donde Garzón intentó la extradición a España, el ministro del interior de Tony Blair lo liberó y puso en un avión rumbo a Chile. El viejo imperio rescataba así a su aliado en la guerra de Malvinas demostrando que los favores en política internacional se pagan aunque esa administración británica fuera lo opuesto ideológicamente a la de Margaret  Thatcher.

Cuatro gobiernos de la concertación, un mandato de Piñera, una nueva presidencia de Bachelet, y la actual gestión de Piñera fueron el derrotero de la democracia chilena desde que el NO triunfo en aquel plebiscito. Todos enfrentaron la resistencia a la constitución pinochetista que aun rige el país y los estudiantes fueron la vanguardia de esas luchas. La vieja y arcaica norma garante de derechos y privilegios para los poderosos funcionaba como una olla a presión que cada tanto silbaba, cuando en la calle diferentes grupos pugnaban por ampliar sus derechos y hacerla saltar.

En el 2011 fue la demanda por la gratuidad en la educación universitaria  la que hizo temblar al presidente Piñera con multitudes en cada ciudad del país, y allí entre sus líderes se encontraba un joven estudiante llamado Gabriel Boric.

La olla a presión siguió silbando cada año e hizo volar su tapa en 2019 cuando más de un millón de chilenos se movilizaron en un reclamo que había nacido por la suba de los precios del subte liderado nuevamente por los estudiantes, pero que rápidamente recorrió de punta a punta el país y se unifico en una pelea para acabar con las desigualdad social lacerante y por la dignidad de los olvidados de la constitución pinochetista.

Chile Despertó, fue la consigna que movilizo al país, en un proceso que dejo más de 20 muertos, cientos de personas con pérdida de visión, represión indiscriminada y violencia extrema pero que culminó con un acuerdo multipartidario y social que sello el llamado a un referéndum  -otra vez- para decidir si la sociedad quería seguir viviendo con la constitución de 1980 o generar un nuevo texto.

En octubre del 2020  el  ‘Apruebo’ a la nueva Carta Magna triunfo con más del 78 % de los votos y además los chilenos eligieron por abrumadora mayoría la opción de convocar a una Convención Constitucional, de 155 ciudadanos electos por el voto popular para que la redacte.

El viejo Chile crujía y empezaba a desmoronarse. En mayo de 2021 se eligió la convención que dio a luz a un mosaico de representantes con leve mayoría progresista e independiente, sin un claro ganador, pero con la certeza de que las fuerzas políticas de la concertación y la derecha eran arrastradas por los nuevos vientos.

Lo viejo moría y lo nuevo aun no alcanzaba a nacer.

Igualmente la convención cuando se constituyó y comenzó a trabajar produjo hechos conmovedores: una dirigente Mapuche fue elegida presidente dando lugar a una expresión hasta allí criminalizada y perseguida tanto en dictadura como en democracia.

Y llego el momento de la elección presidencial. Los viejos partidos no pudieron ni definir candidaturas comunes, y lo nuevo terminaba de gestarse.

Por un lado la derecha más dura y recalcitrante, hasta negadora de los horrores de la dictadura y enfrente una coalición de fuerzas nuevas liderada por aquellos estudiantes que 10 años atrás habían comenzado las  protestas.

La primera ronda consagro a esas fuerzas como las más votadas y en la segunda el pueblo eligió a Gabriel Boric, de solo 36 años que tiene en su círculo de confianza a varios de aquellos dirigentes estudiantiles que pelearon con él hace 10 años y que luego llegaron al parlamento para construir desde allí la alternativa política.

Su juventud y falta de experiencia fue el talón de Aquiles que la derecha quiso quebrarle a lo largo de toda la campaña, pero lentamente el deseo de liberarse de la herencia pinochetista y un discurso racional fue robusteciendo las chances de un candidato que aparecía como testimonial hasta meses antes de la primera vuelta.

Su gabinete refleja los nuevos tiempos y una madurez notable en cada decisión. Posee una clara mayoría de mujeres a tono con la revolución feminista de este siglo; jóvenes que han sido sus compañeros de ruta, pero también “veteranos” de enorme prestigio en distintas áreas. Mario Marcel hasta hoy presidente del Banco Central será su Ministro de Economía, una mujer será cancillera y otra ministra del interior, y la nieta de Salvador Allende Maya Fernández Allende, Ministra de Defensa. Y un profesor será ministro de educación. Nuevos tiempos, nuevas agendas. Medio ambiente, solidaridad social, redistribución del ingreso, humildad y, progresismo, parecen ser los colores que tiñen la nueva gestión.

Les pido a mis ministros que escuchen el doble de lo que hacen expreso el presidente Boric en la presentación pública.

Podrán hacerlo? Honrará Chile esa cultura democrática que practico estos 30 años?  Esperemos que si.

Por ahora el poder sigue cargando sobre su extrema juventud y falta de experiencia. Como no pensar en Leon y Los Salieris de Charly: ..” dicen la juventud no tiene para gobernar experiencia suficiente, ojalá que nunca la tenga, experiencia de mentir, ojala que nunca la tenga experiencia de robar “…

Chile ahora es la esperanza, nuestros hermanos que con mucha lucha han encontrado el camino. Solo nos divide el futbol, aunque ahora son muy buenos!

 

Me gustan los estudiantes
Que marchan sobre la ruina
Con las banderas en alto
Va toda la estudiantina
Son químicos y doctores
Cirujanos y dentistas
Caramba y zamba la cosa
¡Vivan los especialistas!

Violeta parra 1970

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