Históricamente, el fútbol sudamericano se caracterizó por ser el semillero del mundo, poblando a los grandes equipos europeos de figuras surgidas de este lado del océano. Sin embargo, y cuando el continente tenía todo para ser la cuna del deporte, un juicio en Europa por un jugador del ascenso de Bélgica cambiaría para siempre la historia de los fichajes.
El comienzo del fin se dio en 1990, cuando Jean Bosman, jugador belga sin demasiados laureles, denunció a su club ante el Tribunal Europeo de Justicia. En ese entonces el futbolista acababa de terminar contrato con el RFC de Lieja y le ofrecieron una renovación con una rebaja de su salario de casi el 75%.
Ante la negativa de Bosman de aceptar estos términos, el mediocampista fue declarado transferible y rápidamente acordó su llegada a préstamo al USL Dunkerque, de la segunda división de Francia. Sin embargo, el pase no se dio ya que el RFC quería una opción de compra elevadísima para los números que se manejaban en aquel entonces: 800.000 dólares.
En esos años, los jugadores que terminaban sus contratos con los clubes no quedaban en libertad de acción como sucede en la actualidad. Si alguien pretendía quedarse con el futbolista, debía arreglar económicamente con su último equipo. Es por eso que Bosman quedó sin la posibilidad de jugar en otra institución, pero sin lugar en Lieja.
Frustrado por su situación, el belga comenzó una batalla legal sin precedentes que se iba a extender durante cinco años. De acuerdo a lo que él esgrimía, se estaba quebrando el derecho a la libre circulación de trabajadores de la Unión Europea, que estaba recogido en el Tratado de Roma. La idea del jugador era, lógicamente, rechazada tanto por los clubes como por la UEFA.
Sin embargo, y contra todo tipo de pronósticos, el Tribunal de Justicia de Luxemburgo falló a favor de Bosman, indemnizándolo con 280.000 euros. Pero lo importante de la decisión judicial sería otra: a partir de ese momento, los futbolistas serían libres de fichar con cualquier club una vez finalizados sus contratos, mientras que aquellos jugadores pertenecientes a la Unión Europea dejarían de ser considerados extranjeros.
El efecto de la nueva reglamentación fue inmediato: en la temporada 96-97, por ejemplo, LaLiga pasó de tener 92 extranjeros a tener 199. No obstante, el caso más emblemático fue el del Chelsea, que tres años después jugó el primer partido en la historia con 11 jugadores extranjeros como titulares. Cabe destacar que hasta ese momento, la leyes marcaban que solamente podría haber 3 futbolistas no nacionales en los planteles.
En aquella ocasión, el conjunto londinense enfrentó al Southampton y su técnico, de origen italiano, puso como titulares a: Ed De Goey (Holanda); Albert Ferrer (España), Celestine Babayaro (Nigeria), Emerson Thome (Brasil), Franck Leboeuf (Francia); Dan Petrescu (Rumania), Didier Deschamps (Francia), Gusyavo Poyet (Uruguay), Roberto di Matteo (Italia); Gabrielle Ambrosetti (Italia).
Esto hizo que el mercado europeo del fútbol posara sus ojos en los jugadores sudamericanos, que competían palmo a palmo con las grandes potencias del viejo continente. Para ejemplificar la situación, entre 1960 y 1994 hubo 20 campeones del mundo americanos contra 13 de Europa. Después de sancionada la Ley Bosman, solamente 6 equipos de “acá” pudieron imponerse, mientras que fueron 22 los europeos. El último fue Corinthians, hace más de diez años.
Gracias a -o por culpa de- Jean Bosman, desde 1995 hasta la actualidad el fútbol sudamericano perdió por goleada en la lucha deportiva antes las instituciones europeas. El belga, que solamente intentó hacer justicia sobre su situación, terminó cambiando para siempre el paradigma del deporte.
Francisco Culasso, representante de jugadores como Nahuel Guzmán, Cristian Ansaldi o Franco Escobar, dialogó con RedBoing sobre esta problemática: “Por lo general los clubes no quieren renegociar los contratos cuando falta un año porque especulan para ver si el jugador rinde como para ver si se le renueva o no, con una suba económica en el vínculo”.
“Los clubes están acostumbrados a firmar contratos por cuatro años, cuando en realidad lo ideal sería hacerlo por menos, pero con una cláusula de salida que sea beneficiosa para las dos partes. Cuando restan seis meses para que termine el contrato, los jugadores y representantes piden un dineral para renovar”, continuó.
En ese sentido, Culasso siguió: “Quedando libre podes ir a otro club y hacer otro negocio. Pero si el jugador no viene bien, y los clubes no aceptan la renovación porque se pide mucha plata, por lo general quedan ‘colgados’. Es una decisión de cada dirigencia. El beneficio de quedar libre es grande, siempre y cuando el futbolista tenga armas como para poder ir a otro lado”.
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