El último 9 de noviembre jugaban San Lorenzo y Rosario Central en el Gigante de Arroyito. Con los dos equipos por debajo de la mitad de tabla, el cruce entre académicos y cuervos no ofrecía más interés desde lo deportivo que la reacción del pueblo canalla al ver a Miguel Russo como DT de los de Boedo. Sin embargo ese día quedaría marcado a fuego en la historia reciente del fútbol argentino y lo que se mueve alrededor suyo, pero no por lo que pasó en el verde césped.
Esa tarde que se fue convirtiendo en noche durante el segundo tiempo, San Lorenzo ganó uno a cero, pero el resultado iba a quedar en anécdota minutos después de terminado el partido, por un hecho violento a pocas cuadras del estadio: la ejecución sicaria del jefe de la barra de Rosario Central, Andrés “Pillín” Bracamonte y de su amigo Daniel “Rana” Attardo, sindicalista de UPCN y cercano al núcleo de la barra.
En total fueron diez certeros disparos, cinco a cada una de las víctimas. Eran las 21.44 hs. y a esa altura del Boulevard Avellaneda, a cuatro cuadras del Gigante, todavía circulaba mucha gente que salía de la cancha. De todos modos, no era fácil ver lo que pasaba porque la esquina estaba a oscuras desde las ocho de la noche, hora en la que se había cortado el sistema de alumbrado público en dos cuadras de Avellaneda. Justo a esa zona fueron citados Attardo y Bracamonte, mediante una llamada de último momento que la Fiscalía sospecha que se hizo al teléfono del “Rana”, que luego desapareció de la escena. Si existió esa comunicación, ¿quién la hizo?
Increíblemente, en la cuadra que se había quedado sin luz tampoco había refuerzo de seguridad policial, por lo que después de los tiros no había un patrullero cerca para perseguir a los sicarios. El fiscal Ferlazzo en una de las audiencias dijo además que los GPS de los móviles de la Policía dan cuenta de que varios de ellos estaban a una cuadra del hecho. Sin embargo, tras los disparos se fueron para otro lado. Es coincidente el dato con lo que denunciaron varios testigos.
Lo que se sabe del crimen
Bracamonte y Attardo estaban a bordo de una Chevrolet S10 blanca cuando fueron abordados en la esquina de Avellaneda y Del Valle Ibarlucea. Las ventanillas estaban bajas. El tirador, de acuerdo a lo que reconstruyó la Fiscalía, disparó desde el lado del copiloto, adonde iba “Pillín”.
La camioneta era del “Rana”, que en ese momento era el conductor del vehículo. Los testigos relataron que apenas producidos los disparos, él se bajó de la camioneta y cayó sangrando sobre la bicisenda.
Mientras varias personas intentaban reanimar a Attardo en el suelo, otro integrante de la barra se sube a la camioneta y maneja lo más rápido que pueda hasta el Hospital Centenario, con Bracamonte herido. Era Leopoldo “Pitito” Martínez, número dos de la barra canalla y amigo de muchos años de “Pillín”, que a las 21.54 hs estaba ingresado a la guardia médica, ya sin vida.
En la rampa del Centenario, una imagen de la cámara de seguridad mostrará que en ese instante -después de haber llevado a Bracamonte al ingreso de la guardia- “Pitito” Martínez abría la puerta del conductor de la S10 doble cabina, para sacar desde abajo del asiento del conductor una riñonera negra Adidas que pertenecía a Daniel Attardo y tenía guardado un teléfono. Para el MPA, ese aparato podría haber guardado información clave para la causa.
La misma riñonera iba a quedar unos segundos después en manos de Marcelo, primo de “Pitito”, que había llegado a la rampa del Centenario desde el lugar del crimen. Y ese teléfono de Attardo nunca más aparecería.
Ese dato -la falta de la riñonera con el teléfono adentro- iba a dejar a los dos Martínez en prisión. “Pitito” caería el 12 de diciembre y su primo el 3 de enero. La imputación a ambos fue por hurto agravado, encubrimiento y falso testimonio, por no haberle contado a la justicia lo que había pasado con el celular.
En la audiencia contra Leopoldo “Pitito” Martínez, el fiscal dijo además que su situación podría eventualmente agravarse con el desarrollo de la investigación por haber dicho que estaba de espaldas al momento de los tiros, situación que desmienten varios testigos que afirmaron haberlo visto acodado en la ventanilla en la que estaba “Pillín” cuando se acercan los sicarios. Su primo Marcelo, imputado el 7 de enero, diría sobre la misma escena que él estaba en el puesto de choripan de esa esquina y al escuchar los disparos “se tiró al piso”. Sobre la riñonera, contó un dato que los fiscales no conocían: se la había dado a una mujer que llegó en el auto que había llevado a Attardo al Centenario.
Esa persona era Edith Estefanía Navarro, hija de “Cara de Goma”, un histórico líder de la barra de Central que fue asesinado en 2016. Con su marido -manejaba él- fueron quienes llevaron al “Rana” hasta el Centenario en un Ford Fiesta rojo. Habían llegado unos minutos más tarde que la S10 en la que llevaron a Pillín. Después de la audiencia a Marcelo Martínez, el MPA ordenó allanar la casa de la mujer y detenerla, porque allí estaba la riñonera de Attardo, aunque el teléfono Xiaomi sigue sin aparecer.
Las preguntas sin respuesta
Tres meses antes de ser ejecutado, “Pillín” había sido baleado en las inmediaciones del Parque Alem al final de un partido entre Central y Newell’s.
Bracamonte no podía entrar a las canchas del fútbol argentino desde hacía varios años, por haber estado vinculado a un episodio de reventa de entradas en el estadio de Lanús, en 2018. A pesar de la prohibición, se seguía acercando a las afueras del Gigante cada vez que jugaba el canalla.
Esa balacera de agosto no mató a Pillín. Sobrevivió a los tiros en su espalda, como lo había hecho antes a otros atentados, le diría el mismo Bracamonte a su entorno esa noche: después de hacerse atender las heridas en el Centenario, había ido a celebrar un nuevo triunfo en el clásico con sus compañeros de la barra. Su abogado, Carlos Varela, contaría en esos días que habían sido 29 las veces que Bracamonte había salvado su vida. A veces a las piñas, otras con balas en su cuerpo.
Desde aquel día -según coincidirían varios testigos que hablaron con la justicia y el propio Bracamonte en una charla en off que tuvo con el periodista Germán De los Santos después del atentado fallido- “Pillín” adjudicó ese intento de matarlo a la banda “Los Menores”, que arrancó su actividad criminal en el barrio 7 de Septiembre, en la zona norte de Rosario.
En diciembre, una línea de investigación siguió esa hipótesis instalada por la propia víctima y así la Policía Federal llegó a la detención de Lisandro “Limón” Contreras, un joven rosarino con buenos contactos en la policía provincial y relacionado con una facción disidente de “Los Monos” y con la banda “Los Menores” que llegó a sostener un standard de vida elevadísimo: cuando cayó estaba viviendo en un lujoso country en la localidad bonaerense de Pilar. Sin embargo, hasta aquí, la justicia no pudo imputarle la muerte de Bracamonte sino la jefatura de una asociación ilícita.
El único dato que “podría conectar” de algún modo a Contreras con el crimen de Pillín es un chat de Whatsapp entre dos allegados a él, un par de días después del hecho: la novia de un policía que protegía a “Los Menores” y todavía está prófugo, le dice a su pareja que “Limón” debía cuidarse porque lo estaban mencionando en un canal de noticias en el que hablaban de la muerte de Bracamonte.
El siguiente episodio violento vinculado al mundo Central fue el 2 de octubre, cuando una ráfaga de tiros terminó rápidamente con la vida de Samuel “Gordo Samu” Medina, joven yerno del líder de Los Monos, “Guille” Cantero. Eso pasó después de un partido entre semana con el puntero Vélez, pero lejos del estadio por la colectora de Circunvalación. Alguien había esperado a la víctima para acribillarla con varios disparos: en el mismo auto viajaban dos personas más, pero para ellos no había balas.
En el marco de la investigación por la muerte de Bracamonte, varios testigos reservados contarían que el clima “se había empezado a poner espeso en los pasillos de la popular norte”. En el partido que le siguió al crimen de Medina, Central recibió a Banfield. Ese día un grupo vinculado a Los Monos iba a colgar a una bandera en memoria del “Gordo Samu” con una leyenda: “Nosotros no respetamos a nadie”.
Ese trapo se mostró el 22 de octubre y las interpretaciones fueron varias. Algunos hablaron de una pelea por los paraavalanchas del Gigante entre grupos del barrio 7 de Septiembre y del barrio 17 de agosto, zanjada a los tiros. Por detrás de esta disputa en la cancha, la propia causa cuenta con testimonios que mencionan nombres más pesados: el joven asesinado y luego homenajeado era la pareja de una hijastra de “Guille” Cantero y por el entorno de la barra también venía apareciendo Santino, el hijo de Esteban Alvarado.
Sospechas de una vinculación narco
En varias de las entrevistas que realizaron los fiscales Ferlazzo, Luis Schiappa Pietra y Georgina Pairola, el equipo del MPA que está a cargo de la investigación por los crímenes de Bracamonte y Attardo, se le preguntó a los testigos si detrás del hecho criminal podía haber una disputa por el manejo de la barra o si podía haber también alguna explicación vinculada al narcotráfico.
Aunque ninguno de los testimonios fue contundente en este punto, lo que sí evalúan los funcionarios judiciales es la cantidad de hechos que en el último tiempo se habían ido encadenando, con integrantes de la barra de Central que aparecían mezclados en causas por tráfico de drogas.
En la noche del 10 febrero pasado, una moto con dos ocupantes había frenado en el acceso al Country Los Álamos Club de Campo, en Ybarlucea. Y tras efectuar unos disparos al aire, habían dejado una amenaza para Bracamonte. Varias fuentes coincidieron en señalar que se le reclamaba “una deuda”.
Meses más tarde, el último 2 de julio, Gendarmería interceptó en localidad santafesina de San Justo un envío de 464 kilos de cocaína que viajaban en una camioneta en la que también había equipos de comunicación y dos fusiles. El cargamento había llegado desde Bolivia, con escala en Paraguay. Del operativo había logrado zafar un segundo vehículo narco, que iba adelante del que cayó y haciendo de apoyo logístico.
Veinte días después, uno de esos tripulantes que estaba prófugo iba a quedar detenido en Rosario, en la previa de un partido entre Central y Sarmiento de Junín: era Carlos Suárez, integrante de la barra canalla y procesado por la justicia federal en esta causa por narcotráfico.
El día de la detención, en la zona sur de la ciudad, viajaba en un auto manejado por “Pitito”, el mismo que en noviembre sería el encargado de manejar la camioneta con “Pillín” hasta el hospital. A esa investigación la llevó adelante el fiscal federal Matías Scilabra.
Unos días más tarde, a fines de ese mismo mes, una avioneta con casi media tonelada de cocaína aterrizaba en un campo cerca de Aldao, a pocos kilómetros de Rosario: el dato era difundido por el gobierno nacional, a través de los ministros Patricia Bullrich y Luis Petri, que celebraba el operativo del que habían participado la Fuerza Aérea y la Prefectura. El piloto boliviano de la aeronave, que había escapado luego de aterrizar, resultaría detenido al día siguiente después de deambular por zonas rurales pidiendo referencias para llegar a Ybarlucea.
Ese 31 de octubre, una fuente reservada le acercaba un dato al MPA, que a su vez se lo comunicó la al Ministerio de Seguridad: esa noche podrían atentar nuevamente contra “Pillín” Bracamonte en la zona del Gigante de Arroyito, donde jugaban Central y el Barracas Central de Chiqui Tapia. Y ese fue el último partido del canalla de local antes del que jugó con San Lorenzo. Las señales de que iba a pasar lo que finalmente pasó, sonaban cada vez más fuerte. Pero nadie quiso escucharlas.
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