El 13 de octubre de 1972, un avión con 45 personas abordo se estrelló en la Cordillera de los Andes. Quienes iban en ese vuelo eran jugadores de rugby del club uruguayo “Old Christians” y algunos de sus familiares. Su destino final era Santiago de Chile para jugar un partido amistoso.
El avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que transportaba 40 pasajeros, se precipitó sobre un glaciar rodeado de montañas a 3.600 metros sobre el nivel del mar, en el departamento mendocino de Malargüe, Argentina
Tiempo más tarde se pudo establecer que el piloto tuvo un error de cálculo debido al banco de nubes que impedían ver con claridad a larga distancia. Cuando notó el cerro ya era demasiado tarde, intentó maniobrar para recuperar altura pero terminó perdiendo la cola y ambas alas antes de que su fuselaje se deslizara a gran velocidad por la pendiente de un glaciar para terminar impactando contra un bloque de hielo. De la tripulación total, sólo 16 sobrevivieron.
“Yo la viví pero no soy protagonista porque ya no es nuestra, es una historia del ser humano”, dijo a Télam Gustavo Zerbino, quien con 19 años abordó el fatídico vuelo.
Según los sobrevivientes, la supervivencia fue muy difícil desde el principio porque estaban malheridos, no tenían abrigo, comida suficiente, ni forma de comunicarse con la civilización.
“Se dice muchas veces que sobrevivimos porque éramos deportistas, pero éramos sólo jugadores de colegio de dos veces por semana. En realidad, no hay explicaciones de cómo pudimos sobrevivir y por eso está considerada la historia de supervivencia más grande de todos los tiempos”, recordó Carlos Páez, otro de los sobrevivientes.
Uno de los momentos más difíciles de sobrellevar fue la primera noche con el sufrimiento de los malheridos; tras 10 días en la montaña escucharon por radio que las autoridades abandonaron la búsqueda, una semana más tarde una avalancha tapó por completo lo que quedaba de la aeronave y fallecieron 8 personas más por asfixia y cuando, ante la falta de comida y la situación extrema, recurrieron a la ya conocida historia…
Con el paso de los días el grupo decidió que, la única manera de salir de ahí era caminar hasta encontrar alguna señal humana. Fernando Parrado y Roberto Canessa fueron los encargados de emprender una ardua caminata de 10 días hasta encontrarse con un arriero de Chile pero con un ruidoso río de por medio.
“Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. Estamos débiles ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar”, escribió Parrado en el papel adosado a la piedra que le arrojó al campesino Sergio Catalán, ya que era imposible comunicarse a gritos.
El 23 de diciembre terminó la tarea de rescate y Zerbino fue uno de los últimos en abandonar el lugar del accidente ya que se tomó el tiempo de recolectar objetos personales de los fallecidos para entregárselos a sus familiares.
“Durante 30 días fui casa por casa a llevarle a cada madre, a cada novia un reloj, una cadena, una cruz, una cédula, una bufanda, un gorro de ese amigo maravilloso que no pudo volver, porque pensé que para poder hacer el duelo ellos tenían que estar con algo que los represente”, contó Zerbino.
“A veces me preguntó por qué es tan importante y creo que es porque se trata de una historia extraordinaria protagonizada por gente común que pudimos demostrar lo que el ser humano puede, y que por eso es atemporal”, soltó Páez a modo de conclusión.
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