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Argentina
INFORME ESPECIAL

30 años del atentado contra la AMIA: el emotivo testimonio de uno de los sobrevivientes

Las imágenes de la AMIA tras el atentado recorrieron el mundo.

Pasaron ya treinta años de aquella mañana del lunes 18 de julio de 1994, cuando a las 9.53 hs. un coche bomba explotaba en la ciudad de Buenos Aires. Era el segundo atentado contra un objetivo judío en Argentina en muy poco tiempo, con trascendencia mundial. En segundos, en Pasteur al 600 volaba por los aires la Asociación Mutual Israelita Argentina, la AMIA.

“Fabián trabajaba en el sector Sepelios, yo en la oficina del Personal. Él entraba a las siete de la mañana, yo a las ocho. Tenía la costumbre de subir al cuarto piso cerca de las nueve para saludarlo a él y a sus compañeros, que más que compañeros de trabajo, éramos amigos. Era como una familia fuera de la AMIA”, relata hoy Adrián Furman, en doloroso diálogo con Red Boing.

Adrián es el menor de tres hermanos. Tiene dos hijos varones, uno de 24 y otro de 19. Vive en Buenos Aires. En ese julio del ’94 que nunca olvidará, tenía 26 años y trabajaba en la AMIA, igual que su hermano mayor Fabián.

Adrián y Fabián Furman

La AMIA es el lugar de representación de toda la comunidad judía argentina en Capital Federal. Como objetivo principal, promueve el bienestar y el desarrollo de la colectividad, manteniendo vivas las tradiciones y los valores. Sus actividades más importantes son la asistencia social y la asistencia ritual para los entierros.

Adrián narra el recuerdo como si hubiese sido ayer, se concentra en la historia y trata de que ningún detalle se escape: “Ese día subí como siempre, estuve con él. Eran las nueve y diez, más o menos. El día anterior había terminado el Mundial de Estados Unidos, hablamos de eso. La pasábamos bien juntos. Ellos trabajan en Sepelios, pero no eran gente seria, si no que trataban de ser lo más graciosos posible. Supongo que para poder sobrellevar este trabajo hay que ser de otra manera”.

“Estuvimos juntos hasta las nueve y media. A esa hora yo bajé a mi oficina para seguir trabajando. Al rato siento la explosión”, continúa enfocado en el relato.

Las primeras informaciones llegadas desde los medios que transmitían en vivo eran: “Volaron la AMIA”. Por su parte, la gente que se acercaba al lugar rogaba ayuda a los gritos. Algunos rescatistas que se sumaban, pedían silencio “para escuchar la voz de algún herido y poderlo rescatar”. Todo era caos.

El edificio desapareció, solo unas pocas partes quedaron en pie. Una camioneta Renault Trafic blanca, transformada en coche bomba, se estrelló contra el frente del lugar ocasionando el derrumbe del mismo y daños materiales en varias cuadras a la redonda.

La porteña Pasteur al 600, convertida en un calle que parecía ser de una cudad en guerra.

“Al principio no sabía, ni entendía lo que era. Nada más sentí un temblor en el piso y un ruido muy fuerte. Había mucho humo y olor a amoníaco, no se podía respirar. Lo único que pude hacer fue tirarme abajo de mi escritorio a esperar que el humo se vaya, mientras volaban pedazos de techo y de vidrios”, detalla con precisión.

Ese lunes después de las 9.53 de la mañana, Adrián ya no era solo un pibe de 26 años que fue a trabajar como todos los días, ahora era sobreviviente del mayor atentado terrorista de la historia argentina. Hecho que se llevó la vida de 85 personas, más de 300 heridos y miles de deudos sufrientes.

“Cuando el humo se fue un poco, tratamos de organizarnos para salir por la parte de atrás del edificio. Subo a un techo para llegar a la salida y, recién ahí, cuando miro para Pasteur y veo toda la escena de destrucción, me doy cuenta que fue una bomba”, explica.

Sin embargo, la historia de Furman no termina cuando encontró la salida: “En ese momento, por más que yo era sobreviviente, lo único que me importaba era encontrar a mi hermano. No tenía otra razón para seguir. No me importaba haber salido de ahí bien. No sabes lo que está pasando hasta que te das cuenta que el lugar físico donde tiene que estar tu hermano, no está”.

“Salí a la calle y era un caos. Había mucha gente yendo y viniendo, gritando. Bomberos, policías. Yo estaba en estado de shock, no sabía ni qué hacía, ni dónde estaba, ni qué había pasado. Caminé por la calle hasta que pasé por el negocio de mi tío que estaba a una cuadra del lugar. Uno de sus empleados me ve, me agarra y no me dejaron salir hasta que llegaron mis padres. Mis viejos vinieron corriendo desde Paternal hasta Once, los taxis no podían pasar por algunos lugares. Ahí nos reencontramos. Para ellos el 50% del problema estaba resuelto, ahora había que resolver el otro 50″.

Mientras tanto, en lo que quedaba de Pasteur 633, miembros de la Fuerza de Defensa de Israel aterrizaban para colaborar en las tareas de rescate junto a perros rastreadores.

“Me escapé y volví a entrar al edificio, pero cuando llegue al segundo piso me di cuenta que no podía ayudar en nada y los propios rescatistas me sacaron. Cuando llegué de mi tío, escuchando las noticias nos enteramos que en el Hospital de Clínicas iban a dar una conferencia de prensa informando los heridos, fallecidos e internados. Fuimos para allá con mi papa a ver si teníamos alguna novedad de Fabián. Era un caos. El director dio las listas de nombres y mi hermano no estaba en ninguna. No teníamos más nada que hacer ahí”, explica.

Después de aquel 18 de julio

Adrián, luego de una crisis nerviosa, volvió a su casa a esperar noticias de su hermano: “Internamente, uno no quiere pensar en lo peor, uno siempre tiene esperanzas. Más en ese primer día, donde había mucho caos y mucha desinformación. La esperanza de encontrarlo vivo estaba intacta. Con el pasar de los días, esa esperanza iba desapareciendo, pero no del todo”. 

En un edificio de calle Ayacucho habían armado una especie de base de operaciones, ahí se centralizaban todas las noticias que llegaban respecto a los desaparecidos. Siete interminables días tardó el teléfono de la familia Furman en sonar y anunciar el hallazgo del cuerpo de Fabián.

“¿Cómo seguir? En un principio decía que si mi hermano no aparecía con vida, la mía también se terminaba. Cuando nos enteramos, yo estaba empezando una relación con la madre de mis hijos, y ella nunca se separó. La compañía de la gente fue la que me dio las fuerzas y los motivos para seguir”.

De a poco, la vida de los sobrevivientes se vio obligada a retomar una normalidad que ya no existía. La AMIA se comenzaba a reconstruir en el edificio de Ayacucho y a Adrián, como a muchos otros, le ofrecen un puesto de trabajo: “Sentí la necesidad de tener que volver y de aportar lo poco que podía para rearmar la AMIA. Trabajé ahí, con sobrevivientes, con gente nueva, con empleados que ese día no habían ido. Ir a trabajar todos los días para mi era recordar lo vivido una y otra vez. Aunque en estos 30 años, no hubo un solo día que no piense en lo que pasó.”

Sin embargo, las cosas cambiaron cuando, después de algunos años, la mutual judía volvería a calle Pasteur: “Ahí me replanteo el tema y me doy cuenta que no estaba capacitado para volver. No había forma que yo vuelva a trabajar y pisar ese lugar, sabiendo todo lo que había pasado. Así que aproveche un retiro voluntario y me fui”.

Adrián estuvo diez años sin poder pasar cerca de aquel edificio.

Fabián Furman

Luego del atentado, intervinieron muchos jueces y fiscales. En un primer momento, se enjuició a policías  bonaerenses, que luego se conoció que fue una causa armada, donde existieron coimas para incriminarlos.

“Fue una frustración terrible saber que la Justicia no hace justicia, que fue todo un invento para salvar un sector político o económico, nunca voy a entender”, se lamenta Adrián, y agrega con la voz cargada de resignación: “Después de 30 años, descreo completamente de la justicia. No creo que nunca se sepa lo que pasó”.

Ahora, el gobierno nacional presentó un proyecto de ley de Juicio en Ausencia. Con esto se busca juzgar a un ciudadano libanés y a cinco iraníes prófugos, sobre quienes pesan alertas rojas de Interpol. Esto plantea la posibilidad de avanzar en los juicios por delitos graves, aun cuando los acusados no comparezcan ante el juez o el tribunal que lleven adelante el proceso.

Sobre el tema, Furman expresó: “Mi opinión es que se hace para cerrar la causa, se ponga un moñito y se diga acá se hizo justicia. Pero la gente que fue o participó, nunca va a estar presente para ser enjuiciada. Llega la fecha del aniversario y nos llaman para darnos novedades que no existen, y después del 18 de julio todos se olvidan”.

Hoy en el nuevo edificioo de la AMIA, sigue habiendo un espacio para la meomoria.

“A las nuevas generaciones les diría que traten de interesarse en lo que paso, porque si bien se dirigió a una institución judía, el atentado fue a la comunidad argentina. Si nos olvidamos de lo que paso, puede volver a pasar en cualquier momento. Es una obligación de las nuevas generaciones saber lo que pasó y un deber nuestro informales y contarles”, expresa, y confiesa: “Yo estuve casi 20 años sin poder, ni querer, hablar del tema. Hasta que entendí que tenía que empezar a contar lo que me pasó, era la única manera de que se sepa y se transmita. Tomé esta posta para que la gente sepa de alguna manera qué fue lo que pasó ese 18 de julio de 1994 y nunca se olvide. Como se dice a veces: que los muertos no mueran dos veces: la primera por la bomba y la segunda por el olvido y la impunidad”.

El hecho marcó uno de los capítulos más tristes de nuestra historia nacional. Capítulo que aún no se cerró, ya que hoy, cumpliéndose 30 años del atentado, sigue sin conocerse la verdad de lo sucedido y no existe sanción para los responsables.

“Quiero que quede la constante de las ochenta y cinco victimas que murieron en el atentado. Que los recordemos siempre que podamos. Que si no sabemos algo, preguntemos, para eso estamos los familiares y sobrevivientes. Y, además, quiero recordar a todos los familiares que quedaron en el camino estos 30 años exigiendo justicia. Se fueron sin saber lo que pasó. Por la memoria de los fallecidos en la AMIA y de los familiares, es nuestra obligación seguir adelante exigiendo justicia y recordándolos”. – Adrián Furman, sobreviviente del atentado a la AMIA.

Adrián Furman

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