Ya no se lo verá correr de punta a punta por el pasillo que está debajo de la platea de chapa del Gabino Sosa. Puteada siempre a punto y ronca para el rival de turno, el Beto Pascutti (un ícono del ascenso, guapo de los de antes), una tarde cualquiera, alambrado de por medio, lo invitó a pelear (le llevaba medio metro de altura y tenía 30 años menos), “te espero acá cuando termine el partido mugriento”, fue la respuesta que no se hizo esperar. Parado en su 1,65m, con las cuerdas vocales desgarradas de tanto gritar, y sus tremendos bigotes que se oponían a cualquier moda, pero eran parte de su sello, pecho inflado y barrigón, brazos cortitos y veloces, junto al corazón charrúa que le explotaba en cada gol. Era Chicho, para todo Tablada.
Ya el Gabino Sosa no es el mismo, la platea que le servía de público al show que Chicho montaba cada sábado, y que muchas veces era más entretenido que el partido en disputa, luce casi vacía. Como el alma misma de Córdoba, que se fue desprendiendo desde el adiós al Trinche Carlovich. “Te dije ese pibe era crack, y este burro no lo ponía”, cualquier nombre le cabe a la repetida sentencia. Chicho sabía que el que jugaba bien, aunque fuese solo un partido, era bueno. Presumía de conocer todo, y quien se iba a animar a discutirle, pero el técnico siempre era el burro de turno que no sacaba a su Córdoba campeón por armar mal el equipo.
“Ese viejo está loco, no te lo pierdas”, comentario infaltable que se daba cada quince días entre un habitante del lugar y el curioso de turno. Se podía escuchar cada sábado en la platea del Gabino, mientras un dedo índice apuntaba hacia la posición de Chicho. “Es el papá del Pelado (Marcelo) Ramírez”, informaba el periodista de turno, cerca de la escena, sin poder contener la sonrisa de ocasión. Muchas veces el mismo Pelado bajaba para calmarlo. Era inevitable, “a Córdoba lo cagan siempre, y estos dirigentes no hacen nada”, y la culpa de la nueva derrota necesitaba un protagonista.
Cuando el 16 de enero de 2013, y después de una larga lucha contra una cruel enfermedad, falleció Marcelo Ramírez (48 años), a Telmo el mundo se le cayó encima. “Qué hago sin el Pelado. Y ahora hay que ser fuerte para cuidar a las nenas (Micaela y Macarena, sus nietas)”, se lamentaba sin parar de llorar un instante, pero con el saber que rendirse estaba prohibido. Arrancaba la segunda parte de su historia. Esa que cuenta que debía pelear para vivir, aunque sin ganas, porque las mujeres de la familia lo necesitaban. Era fuerte el Viejo Charrúa, y duró. Larguísimos 8 años, ya no iba a la cancha de Central, en donde hacía las veces de asistente del Pelado, “estos sí que son bien burros, nene” te decía en los pasillos detrás de los viejos palcos del Gigante cuando te veía pasar, sin dejar de darte un beso. Lentamente el Gabino fue perdiendo vida con su ausencia. Y si alguna tarde iba ya no corría a la par de la pelota, ni siquiera puteaba, apenas gritaba el gol. Sentado en la platea su cabeza estaba en otra parte. Quizás, pensando en el encuentro con “su” Pelado (estaba orgulloso porque “vino bien de abajo y lo hizo todo solo”, repetía) y el Trinche, chau Telmo. Un pedazo grande del Gabino se va con vos.
Comentarios