Alberto Fernández se metió en un laberinto del que le costará salir. A partir de “La Foto”, que se trató de defender con desesperación, irrumpió de manera inesperada en el campo de la desconfianza, y lo que es peor de la desilusión. La política y sus escondites cargados de mentiras y odio estalló a pleno en la Argentina entera. Desde el pedido de juicio político al necesario perdón que nunca llegó. Su pariente lejano, el fútbol, tuvo su epicentro en Rosario.
Plena pandemia y miles de hinchas de Central se mostraron sin vergüenza ni tapujos en el Gigante para alentar a su equipo y de paso putear a Patricio Lousteau, por viejas deudas y algunas de momento. No está permitido el acceso al público en estadios de fútbol, salvo que seas amigo de Rodolfo Di Polina o Ricardo Carloni, presidente y vice de Central, en este particular caso.
La resultante de los hechos está en la falta de respeto, al pueblo de parte de Fernández. Y a los socios, que llevan un año y medio pagando la cuota del club de sus amores, y viendo los partidos por televisión, mientras los amigos de los dirigentes lo hacen desde el Gigante.
Una vez que la foto del cumpleaños (no tiene sentido marcar la diferencia entre brindis y fiesta, fue fiesta) de la ahora discutible Primera Dama (alcanza con una cuestión de sangre o carnal, para serlo. Es la pregunta del millón), Fabiola Yañez posara con sus invitados el 14 de julio de 2020 para festejar su cumpleaños, surgieron de manera espontánea montones de miserias propias de la política argentina.
Vale acomodarse detrás de la palabra que cada uno crea conveniente: Grave, triste, increíble, impune, obvio, cobardía, hipocresía.
Grave. La oposición trató de subir el precio al pecado del Presidente y rápido instaló “juicio político”, alzó el estandarte del respeto y la honestidad y dejó de lado los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri, donde se licuó lo que quedaba de clase media en la Argentina.
Triste. Lo que deben haber sentido sus fieles, porque a Alberto no le tembló la voz, mientras sostenía en una nota publicada en Página/12 en pleno julio 2020, para apuntar: “A los idiotas les digo que la Argentina de los vivos se terminó; al que viola la cuarentena, le va a caer todo rigor de la ley porque es una persona muy peligrosa, que está exponiendo a todos los demás”, textual. Acaso sin saberlo estaba hablando de él mismo. Mientras la dureza del mensaje recibía un guiño de la población, su “amada Fabiola” como el Presidente destacó, preparaba la lista de invitados para el festejo en la Quinta de Olivos.
Increíble. Debe haber pensado Cristina Fernández cuando las fotos salieron del ostracismo, en el momento elegido por los opositores, a un mes de las elecciones Primarias (PASO). Recordando alguna de sus charlas con Oscar Perrilli, y su manera tan terrenal de manifestarse. Es posible dejar volar la imaginación y suponer que haya pensado: “Cómo puede ser tan pelotudo”.
Impune. Ser presidente es lo máximo y uno puede hacer lo que quiera, desde jugar al básquet con (Manu) Ginóbili, como hizo Carlos Menem, mientras lustraba su Ferrari. Hasta mezclarse en múltiples picados como gustaba hacer a Mauricio. Situaciones que rozaron la simpatía. Esto fue obsceno, mucho más grave. Es la impunidad en su máxima expresión, mientras Alberto estaba de festejo con su “amada Fabiola”, había argentinos que rogaban por despedir a sus seres queridos en un funeral sin gente. De eso no se vuelve. Y cuando Santiago Cafiero, jefe de gabinete, o el alcahuete a sueldo de Fernández, dice “no le hizo mal a nadie”. Se equivoca, rompió el corazón de los argentinos que confiaron y obedecieron rigurosamente en su palabra. Y les falló.
Cobardía. No supo o no quiso pedir perdón, encontró en “la lista la armó Fabiola”, y en la banalidad de reconocer que “no debió hacerse”, la manera de justificar lo injustificable. Trató que quedar al margen, no se hizo cargo.
Hipocresía. Cuanto Télam (agencia nacional de noticias de la República Argentina), aquel 14 de julio publicó con título: “Con un festejo atípico, Fabiola Yañez celebra su cumpleaños en Olivos”, haciendo referencia a que sus amigos la saludaban por zoom. Una parodia que destroza la credibilidad de Alberto. Es cierto que nunca debió ocurrir, pero pasó. Y es lo que importa.
El fútbol es el entretenimiento más importante que tenemos los argentinos. La pandemia liquidó la escenografía de las canchas, estadios vacíos que hacían que partidos malos ni siquiera tengan el condimento de un duelo de hinchadas (aunque los visitantes hace mucho que dejaron de estar), pasaron a ser una tortura. Hoy el hincha y socio del club sufre por no poder pagar la cuota sintiéndose casi un hereje por tal acto de falta de fe. Y el que la paga lo hace con la confianza de ayudar a la institución de sus amores.
En este escenario cargado de desilusión el Gigante de Arroyito vivió un acto (aunque por repetido, nunca tan evidente) indigno del momento que vive la Argentina. Cuando se está estudiando la posibilidad de que pudieran asistir 5000 hinchas en las canchas. Se entiende que Central arrancó con una prueba piloto, los palcos que dan al río Paraná, son alrededor de 25 tenían no menos de 10 personas en cada uno, y la platea ubicada debajo de las cabinas de transmisión, más de un millar.
Seguro dirán que “estaba dentro de los protocolos permitidos”, y en ese caso poco probable de verificar la cantidad y como se eligen a los beneficiarios, si es por sorteo entre los socios que están al día, nunca se difundió. Entonces para ir a ver a Central al Gigante hay que ser amigo de Di Polina o Carloni. Impresentable actitud de una dirigencia que se derrite, con la misma decadencia de un estadio sucio y que ni siquiera tiene agua en los baños o papel higiénico.
La pandemia es miedo, es pérdida (de vida, de ilusión, de presente, de trabajo), es inevitable, es costosa, es solidaridad, es remordimiento, es soledad y tristeza. Lo que no se puede hacer es faltarle el respeto. Algo que lamentablemente se puso de moda.
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